Qué ven mis ojos

No me digan que no es como para levantarse e irse

“Hay dos tipos de silencio: el que se guarda y el que se impone. El primero se llama respeto; el segundo, extorsión

Un personaje público es lo contrario de una persona, es un ser ficticio y sin intimidad, al menos de puertas para fuera, mientras está bajo los focos, frente a las cámaras. Pero hay muchas formas de serlo y diferentes modos de dejar huella, si es que alguien lo puede hacer de verdad en estas sociedades donde todo va tan deprisa y no hay lugar para el pasado, sólo para el porvenir. Aparte de que el olvido es mejor que ser recordado por los adversarios, los desleales o los manipuladores. “El día en que yo muera, no me llores más tiempo / del que dure el tañido frío de la campana / que anuncie mi partida de este mundo vil / a otro con gusanos más viles todavía”, dice William Shakespeare en uno de sus célebres sonetos, que ahora publica la editorial Navona en una traducción de William Ospina.

La desaparición estos días de Rita Barberá y la batalla dialéctica que provocó entre sus detractores y sus partidarios, además de plantear la duda de si el Congreso o el Senado pueden rendir tributo a alguien imputado por corromper las instituciones, dejó sobre la mesa algunas preguntas de interés. ¿Hasta dónde y en qué casos es posible separar a la persona del personaje? ¿La mala noticia que es siempre el fallecimiento de alguien puede servir para blanquear su reputación? ¿Qué porcentajes de deferencia, respeto, sensibilidad e hipocresía son aceptables en esas ocasiones? ¿Tiene autoridad moral para dar lecciones sobre este particular alguien como Rafael Hernando, cuya opinión sobre las víctimas de la Guerra Civil es que “algunos sólo se han acordado de sus familiares cuando les han dicho que daban una subvención para desenterrarlos”? A este hombre, que debería llevar botas de goma, dada su afición a meterse en todos los charcos, le vendría como anillo al dedo el comienzo de otro de los admirables poemas de Shakespeare: “¿Qué sustancia es la tuya, a ti de qué te hicieron, / que hay millones de extrañas sombras en ti dispuestas? / A cada cual tan sólo una sombra le han dado, / y tú, siendo uno apenas, para todas te prestas.”

Mucha gente ha considerado intolerable el cinismo de los miembros del Partido Popular que el día del suceso homenajeaban con declaraciones tintineantes a la misma ex alcaldesa de Valencia de la que habían renegado antes de conocer la triste noticia, a la que habían exigido que dimitiese y se echara a un lado y a la que se mandó al Grupo Mixto. Es un comportamiento reincidente, porque en la calle Génova se pasa de compañero a apestado en un abrir y cerrar de ojos, hasta tal punto que el propio Aznar, cuya vocación de oráculo portátil es inagotable, les recordó a los suyos que la habían dejado en la estacada de un modo atroz.

Otras bajezas estuvieron a su altura y fueron igual de viscosas, quizá porque algunos empezaban a oír la voz de su conciencia, igual que el protagonista de El gato negro, aquel personaje de un relato de Edgar Allan Poe que, tras matar y emparedar en el sótano de su vivienda a su mujer y a su gato, perdió el juicio a causa de los maullidos terribles que escuchaba tras los muros. El presidente del Gobierno, que había entregado la cabeza de su amiga para quedarse en La Moncloa y a petición de sus socios de Ciudadanos, dijo de ella que "había dedicado su vida a Valencia y al PP", y muchos pensarían que más bien lo segundo que lo primero, ya que de lo que se la acusaba era de financiar ilegalmente a su organización con lo que se le quitaba a los valencianos, y de hacerlo además en una época oscura, mientras sufrían recortes salvajes, desahucios, subidas de impuestos, bajadas de sueldo, despidos... Otros dirigentes culparon de la tragedia a la oposición, a la Prensa, a los jueces y hasta a los tuiteros, y argumentaron que se la había sometido a "una cacería injustificada." Y una vez más, el deslenguado Hernando volvió a la carga con su retórica habitual: "Se ha ido a la tumba con acusaciones graves de ser una corrupta, cuando vivía de alquiler." Es un razonamiento que nos suena, consiste en justificar a los jefes de quienes roban con la teoría de que ellos no se han lucrado en persona con los delitos que permitieron cometer a otros que estaban bajo su mando y obedecían sus órdenes. ¿Y eso qué significa? Salvando todas las distancias, el zumbado de Charles Manson no mató a nadie en casa de la actriz Sharon Tate porque nunca estuvo allí, pero lleva cuarenta y cinco años en la cárcel como inductor del crimen.

Por maldad o por torpeza, ya que en estos casos la única alternativa a reconocerse un truhán es declararse un o una incompetente –yo no sabía nada, yo no vi a nadie, yo no me enteré de lo que ocurría…–, el coste que tiene para nuestro país el saqueo que se ha llevado a cabo es enorme, aunque los maleantes creen que no deben pagar ningún precio por sus faltas y que ya han sido amnistiados, no hay más que leer al ministro de Justicia declarando a El País que “la responsabilidad política por la corrupción se saldó en las urnas.” Para que al menos lo diga bonito, podríamos hacerle llegar el libro de Shakespeare y subrayarle en rojo los versos que dicen: “ya no te aflijas más por lo que hiciste: tienen / la rosa espinas, fango la plateada fuente, / luna y sol se empañan con eclipses y nubes, / la odiosa oruga es huésped del capullo inocente (…)”; o descender a la arena mezquina de la actualidad y recordarle, por ejemplo, que la cantidad desvalijada en Valencia en todos estos años se estima en unos siete mil quinientos millones de euros, y que como ahora Bruselas nos exige un nuevo ahorro de unos siete mil setecientos, si no se hubiese producido el desfalco monumental que ha dejado vacías las cajas fuertes de las que tenían llave los Fabra, Camps, Barberá y compañía, casi nos daría para hacer el ajuste que ordena Europa. Pero se lo han llevado y no lo quieren devolver. No me digan que es para hacerles una estatua. No me digan que es como para guardar por ellos un minuto de silencio. Y si se lo hacen, no me digan que no es como para levantarse e irse.

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