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Tiempos Modernos

La ETA andaluza

En el diccionario de la Real Academia, patria está a tres vocablos de patraña. El orden es el siguiente: patraña, patrañero-ra, patrañuela, patriapatraña, patrañero-ra, patrañuela, patria. Me parece una concatenación lógica: lo uno lleva a lo otro.

No insistiré en el jueguecito retórico de desvelarles en compañía de qué otras palabras convive en el diccionario el término soberanía, pero en su uso político es un concepto proclive al maridaje con todo tipo de trolas.

El pasado domingo se celebró en Sevilla una manifestación por la soberanía andaluza. Estaba convocada por la Plataforma 4 de Diciembre, que aglutina a más de treinta organizaciones políticas, sociales, culturales y sindicales andaluzas, y a su llamada acudieron Podemos, Izquierda Unida Andalucía y el Sindicato Andaluz de Trabajadores, por mencionar sólo a las más conocidas. La fecha elegida, 4 de diciembre, rinde homenaje al día de 1977 en que dos millones de andaluces salieron a la calle de forma multitudinaria para, bajo el lema Libertad, amnistía y estatuto de autonomíaLibertad, amnistía y estatuto de autonomía, reclamar esencialmente autogobierno, y está unida al recuerdo  del asesinato, aún por esclarecer, de Manuel José García Caparrós en la manifestación que tuvo lugar en Málaga.

Yo tenía entonces quince años, acababa de comenzar el instituto y, al igual que algunos de mis amigos, comenzábamos a interesarnos por la política pese a las advertencias de nuestros aterrados padres a los que la posguerra y la dictadura habían marcado a hierro y fuego. Los padres se empeñan a veces en pedirnos imposibles. Recuerdo que los míos –unos utópicos– insistían también en que aprobara el curso.

La lectura del manifiesto que convocaba la protesta de este domingo me ha hecho rejuvenecer. Con quince años lo hubiera firmado sin ninguna duda. Hoy para hacerlo tendría que inyectarme bótox en el cerebro. Pero no me extraña que haya quien lo secunde, dada la insoportable adolescencia en la que se ha instalado la política española.

El texto, que lleva por lema Andalucía: soberanía para defender nuestros derechos, afirma, por ejemplo, que el Estatuto –con toda seguridad mejorable– es un "instrumento para frenar nuestra legítima aspiración de poder resolver por nosotros mismos la dependencia económica". Sinceramente, espero con enorme ansiedad la segunda entrega de este manifiesto en el que, sin duda, alguien me explicará cómo se hace eso. La mayoría de la gente que conozco ni ha podido ni puede resolver por ellos mismos cualquier reto económico que supere los, digamos, tres mil euros.  ¿Qué propone el manifiesto y quienes lo suscriben para hacer frente a esa dependencia?  ¿Una especie de autarquía económica, tal vez? ¿Vamos a renunciar, por ejemplo, a la dependencia de los Fondos Europeos de Desarrollo Regional (fondos FEDER) de los cuales Andalucía recibirá 3.598 millones de euros en el marco presupuestario 2014-2020? ¿Es esta la dependencia económica que no queremos los andaluces?

Aunque tal vez me haya precipitado incluyéndome entre ellos, porque  a continuación el texto afirma: "Para los andaluces y las andaluzas de conciencia, el 4D es una fecha simbólica, un hito que nos hace recordar que tuvimos esa aspiración pero también una fecha para indicar que no olvidamos ni nos resignamos". Soy andaluz, pero no sé si reúno los requisitos para ser un andaluz "de conciencia", espécimen al que se alude una segunda vez en párrafos posteriores. Supongamos que no lo soy porque no me parece en absoluto que los problemas de Andalucía, que son muchos y graves, sean el resultado de una falta de soberanía. ¿Qué soy entonces? ¿Un andaluz sin conciencia? ¿Un andaluz desconcienciado? Resulta interesante, de todas formas, la observación de que hay andaluces de conciencia y luego estamos los otros, los inconscientes. Prácticamente somos iguales salvo que, en nuestro caso, al carecer de conciencia, andamos como los zombis de Walking dead. Bueno, no tan destartaladamente, con un poquito más de compás.

En otro fragmento del manifiesto soberanista se resalta el "ataque permanente a nuestra soberanía territorial" para referirse a las bases militares de Rota y de Morón, como "plataformas para la agresión a los pueblos de Oriente Próximo y de África […] Siendo una tierra de paz, quieren convertirnos en una tierra de muerte. […] Andalucía ha llegado a ser un territorio ocupado, fortificado y militarizado, al servicio de los intereses geopolíticos y estratégicos imperialistas y de las grandes corporaciones empresariales, especialmente de la industria de la guerra".

Soy de Rota. Y en ocasiones he sentido la presencia norteamericana en mi pueblo como una especie de ocupación, en otras he llegado a verla como el sustento necesario de amigos y familiares, alguna vez también he sido capaz de atisbar elementos positivos derivados de la convivencia entre americanos y españoles y, en todo momento, me ha parecido un espectáculo pintoresco. Para ilustrar la complejidad de este asunto, infinitamente mayor a la forma maniquea y poéticamente tremendista en que lo expresa el manifiesto, baste un detalle: la ocupación americana sirvió a mi padre, jornalero andaluz, para librarse del yugo opresor –infinitamente más ominoso– del señorito jerezano.

Es verdad que los que soportamos in situ la presencia de las bases no podemos reclamar a quienes, legítimamente, están por el cierre de las mismas una aproximación a este asunto que tenga en cuenta los matices personales derivados de nuestra experiencia directa. Pero sería de agradecer un poco más de amor al detalle o, en su defecto, menor rotundidad a la hora de tratar asuntos tan sumamente complicados de resolver como el de la "industria de la guerra". Nos tranquilizaría saber que, una vez conseguida, la soberanía no consistirá en poner al frente del gobierno a un grupo de sonrientes unicornios.

La industria bélica no está entre mis gremios favoritos. Pero es conveniente avisar que tal vez podríamos considerar parte de esa industria a los astilleros de Cádiz cuya cartera reciente de pedidos ha incluido buques para la Armada Española, patrulleros venezolanos y esperan incluir cinco corbetas para Arabia Saudí. ¿Cómo conjugar el loable rechazo de  la guerra con la necesidad de mantener el empleo en una zona lacrada por el paro incluso en los tiempos de bonanza en el resto del país?

No es una excusa para justificar la manifiesta negligencia de muchos de quienes nos gobiernan decir que el mundo se ha convertido en algo enmarañado, en una infinita sucesión de efectos mariposa que pueden descubrir tras una buena decisión consecuencias indeseadas. Pretender reducir, como hace este manifiesto, la solución de los problemas andaluces a la necesidad de más soberanía es de una gran irresponsabilidad si se hace desde un convencimiento naif o de una tremenda deshonestidad si no es el caso. Tengo familiares y amigos parados en Cádiz. Merecen un respeto. El mismo que merecen todos los andaluces en su misma situación. Quienes se dirigen a ellos deberían esforzarse en elaborar algún argumento mejor que animarlos a decir "basta" y exigir "una salida real a todos nuestros problemas". Una salida, según advierte el propio manifiesto, "para la que no hay recetas mágicas ni atajos" pero "pasa necesariamente por reclamar y exigir soberanía, es decir, nuestro derecho como pueblo a decidir libremente, en todos los ámbitos de la vida: político, económico social y cultural". No hay recetas mágicas ni atajos, pero la soberanía es la solución. Está todo calculado, basta con seguir al unicornio que lleva la bandera verde y blanca.

Antes he mencionado a Podemos, Izquierda Unida Andalucía y el SAT como entidades participantes, entre otras, en la manifestación soberanista. He obviado voluntariamente al Centro de Estudios Históricos Andaluces porque merece página aparte.

Hace algún tiempo, en los estertores de ETA, cuando no había mes en que no cayera una cúpula dirigente, reconstruida improvisadamente tras cada nueva detención, y era frecuente que en el listado de incautaciones figurara, al lado de armas y munición, alguna aprehensión de hachís, en El Intermedio, programa televisivo que por entonces dirigía, decidimos incorporar parodias sobre el momento actual que vivía la banda como, por ejemplo, una entrevista de trabajo  entre aspirantes a número uno de la cúpula. Posteriormente, tras el alto al fuego definitivo, incorporamos comunicados de una presunta ETA andaluza con extravagantes reivindicaciones. Esos sketches no pasaron inadvertidos. El, hasta entonces para nosotros desconocido, Centro de Estudios Históricos Andaluces (CEHA) que, por lo visto, en lugar de estudiar se dedicaba a ver la tele, remitió al Parlamento andaluz un escrito en el que reclamaba a los grupos políticos que adoptaran acciones de "protesta e incluso denuncia" contra el programa.

La noticia fue recogida en su día por diversos medios. Haciéndose eco de la petición del CEHA, diarios como Abc describían con absoluta exactitud el contenido de estas parodias, imagino que a su vez incluido con eficiencia notarial en la denuncia. La edición de Sevilla de ese periódico titulaba Llevan al Parlamento a Wyoming por "ridiculizar" a Andalucía. Y como subtítulo: El CEHA pide que se actúe contra la parodia de la ETA andaluza, 'Estamos Tan Agustito'. Efectivamente, pocas veces ha ejercido el Abc un periodismo más certero y comprometido con la verdad. Nuestra ETA, la andaluza, la de El Intermedio, se llamaba así como acrónimo de Estamos Tan Agustito. Luego el Abc relataba el contenido de la parodia como si se tratara de la autopsia de un chiste: "La banda armada andaluza, cuyos dos miembros interpretan Wyoming y Usun Yoon, aparece con los antifaces que suele usar ETA, aunque vestidos de corto y de flamenca, flanqueados por una bandera andaluza y otra del Real Betis. Los comunicados se acompañan de las conocidas sevillanas A bailar de los Cantores de Híspalis".

Es verdad que el Abc olvidaba un detalle: el anagrama de ETA, la serpiente enroscada en el hacha, era sustituido aquí por un  palillo de dientes con una aceituna en su extremo y en el que se enroscaba un boquerón en vinagre.

Nosotros y la posverdad

Pero sigamos con la crónica que hacía Abc: "El CEHA también lamentó frases expresadas en el programa como 'negociar un alto el curro permanente' o 'era un comunicado histórico, era la primera vez que la ETA andaluza se preocupaba por el agua y no por el fino', en referencia a que el Tribunal Constitucional dictara una sentencia contra el traspaso del Guadalquivir. Por todo ello, Sanmartín [Rafael Sanmartín, entonces presidente del Centro] entiende que el programa 'ridiculiza' a los andaluces de una 'forma rebuscada e insultante' algo que 'no se hubieran atrevido a hacer' con Cataluña o el País Vasco".

Tal vez sea sólo una mera anécdota que el CEHA esté entre los convocantes de esta manifestación soberanista. O tal vez no. La cita rezuma nacionalismo y el nacionalismo es una aventura arriesgada que no excluye la posibilidad de convertir en rinocerontes a los unicornios. Son lo mismo los nacionalistas españoles que arremeten contra Fernando Trueba por decir que no se ha sentido español ni cinco minutos y los nacionalistas catalanes que lo hacen contra Raimon por expresar sus dudas ante la independencia de Cataluña.

Quizás mi falta de conciencia andaluza me impida ver con claridad la realidad del sur, ya se sabe que los zombis convertimos todo intento de pensar en una especie de chapapote intelectual, pero hurgando en él creo percibir que los anhelos de los andaluces poco tienen que ver con la soberanía. Se parecen más bien a los del resto de españoles: trabajo y una wifi de calidad.

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