Nacido en los 50

Gente sin alma (II). Enajenaciones transitorias

El Gran Wyoming

No es de extrañar que José María Aznar haya dejado la Presidencia honorífica del PP. Sin duda, escuchando las declaraciones de Bárcenas del lunes, se habrá ratificado en su opinión: “Un hombre de mi talla moral y política no puede estar sumergido en semejante contubernio delictivo”, se habrá dicho. Él, claro está, no tiene nada que ver con esa fucking shit, que diría el presidente del mundo mundial.

Desde luego, una persona de honor de su talla, que justificó el aniquilamiento de un pueblo basándose en la necesidad de destruir unas armas inexistentes, con el fin de sacarnos del rincón de la Historia, no debería tiznarse con la proximidad de semejantes compañías. Él no puede formar parte de esa escoria. Siempre estuvo destinado a empresas superiores. Por eso la boda de su hija, fue una boda de Estado, con la presencia de lo más granado del hampa nacional, donde no podía faltar la representación italiana del gremio, embutida para la ocasión en sus trajes de gala. Aunque hoy se encuentre entre rejas alguno que otro de los que firmaron como testigos en el acontecimiento del año, tal circunstancia no empaña la pátina de alcurnia que cubrió el evento celebrado en el granítico, sobrio y herreriano monasterio de El Escorial. Su majestuosidad presidió, cual decantación de nuestro imperio, los fastos que allí se celebraron en honor de la familia artífice del “milagro económico español”. Milagro que podríamos calificar de “cal y arena”, ya que se produjo gracias a la expansión de la construcción como fuente de riqueza universal, y cuyas consecuencias estaremos pagando décadas, por no hablar del otro milagro, más en consonancia con la escuela de Copperfield, que hace desaparecer todo lo que cae en sus manos, por el que extensiones gigantescas de tierras que antes eran nuestras pasaron a ser propiedad de inmobiliarias afines a la corona que, aunque invisible, representaba aquella casa de los Aznar. ¡Qué injusto fue don Juan Carlos con su vasallo al privarle de un ducado como hiciera con el presidente que hoy da nombre al aeropuerto de Madrid!

No son propensos estos grandes hombres de la patria, como ha demostrado últimamente el embajador de España en la pérfida Albión, a pedir disculpas por sus actos fallidos, sus felonías o sus presuntos asuntos delictivos, para no mostrar una imagen de debilidad que podría ser aprovechada por las siempre alertas garras del enemigo que acecha vigilante, antaño desde Moscú, y hoy desde las hordas chavistas que, parapetadas tras el populismo demagógico, difaman a los halcones nacionales que apuntalan la patria en sus esencias, con el fin de destruir la civilización occidental y entregarla a las huestes califales parapetadas en el fondo de las mezquitas.

No se desdicen sus patriotas señorías así como así. Rara vez reconocen errores porque “no los cometen”. Cuesta encontrar declaraciones en ese sentido. Aznar tardó dos años más que los otros dos grandes presidentes en reconocer la gran mentira que supuso aquella treta de las “armas de destrucción masiva” que causó miles de muertes, la ruina de una nación, el expolio de un pueblo, el latrocinio del legado arqueológico más importante del mundo, la entrega de los réditos que produce el petróleo al país invasor que, para colmo del ridículo, le chuleó y no dejó a nuestro empresariado participar del botín una vez que obtuvo de su bufón con bigotes la alianza necesaria para justificar sus crímenes en aras del saqueo. Aquella masacre también fue la detonación de la expansión de la causa terrorista más cruel que hemos conocido y que pagamos en su día con el mayor atentado de nuestra historia y en el resto de Europa con atentados periódicos que se amparan en la indignidad de aquella guerra con la que, no sólo nada tuvimos que ver los ciudadanos, sino que nos opusimos frontalmente a ella.

Todavía hacen pagar con sus políticas mezquinas y sus ataques a la cultura aquella oposición.

Fue con motivo de la presentación de un libro, teloneado por Pedro J. Ramírez, autor intelectual de la “teoría de la conspiración” con la que se pretendía hacer creer desde el primer día, y aún años después, que aquellas bombas provenían de las verdes montañas euskaldunas. De allí descenderían gudaris capitaneados por Zapatero, con el propósito de conculcar la voluntad popular de mantener para siempre al frente de la nación a los legítimos herederos de la patria, el PP. Querían sustituir el turbante por la txapela como big bang embrionario de la acción terrorista universal, demostrando que no sólo el petróleo, sino también la sangre de las víctimas rinde pingües beneficios si se utiliza de forma inteligente para salpicar con ella al adversario. Algo que ya sabían y venían utilizando con las víctimas del terrorismo etarra.

En ese acto de presentación se produjo el exorcismo. Con ese gracejo y sorna que caracterizan al señor Aznar, reconocía, ante la risión de los presentes, que no tenía la culpa de ser el último en enterarse de que esas armas no existían: “No había armas. Ahora yo también lo sé. Tengo el problema de no haber sido tan listo de saberlo antes”. Todos rieron. ¿Por qué? ¿Acaso lo decía en broma? Porque la cosa no tenía ni p… gracia. Podría parecer que se trataba de un acto de humildad en el que reconocía su ignorancia, pero no es así porque, hasta para decir que se equivocó, mintió de forma descarada; en el mismo acto afirmó: “Todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva, y no había armas de destrucción masiva”. ¡No lo pensaba nadie! Al revés, ¡todo el mundo decía que tal cosa era falsa! Su empeño en propagar de forma machacona aquella falacia no convencía ni a los suyos. Los técnicos de la ONU negaban por activa y por pasiva tal posibilidad. Ante la resistencia terca del pueblo español a reconocer esos hechos en los que dice que todo el mundo creía, tuvo que salir en la televisión afirmando: “Puede estar usted seguro y pueden estar seguras todas las personas que nos ven que les estoy diciendo la verdad. El régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva”.

Cuando años más tarde negó tal cuestión fue la única ocasión en la que se ha puesto de tonto en público, y para poder hacerlo creó un discurso universal según el cual todo el mundo pensaba como él y falló al no darse cuenta antes que la masa de la verdad verdadera. Es decir, su supuesta disculpa se convierte en queja porque se le echaba en cara, de manera injusta, no ser un visionario, ese gran líder que debe ver más allá que los suyos para salvarles de la catástrofe inminente.

No, nada de eso. Mintió como un bellaco y de su mentira colegiada con los otros tres de las Azores surgió la hecatombe que ahora padecemos.

Le pasó como a Esperanza Aguirre cuando tuvo encima de la mesa de su despacho un informe en el que venían relatadas con pelos y señales las fechorías de Granados, al que ella puso a dedo como mano derecha. Se limitó a preguntarle al propio Granados si aquello que se contaba de él era cierto, dando por buena su versión en contra de la que redactaban los investigadores que llevaban años con el tema. Vamos, que en la ingenuidad que la caracteriza, se tragó la versión del que ahora está en el talego, descalificando la acción de esa Guardia Civil y Policía a las que dan vivas en los actos públicos. Le faltó la agudeza y habilidad que utilizan para recibir las subvenciones de la UE. Que ella no es de mamandurrias, es de turrón del gordo.

Resumiendo, que se hacen los tontos cuando toca.

Ahora el señor Bárcenas nos cuenta su versión de cómo amasó su capital especulando con arte y reconoce que llevaba una doble contabilidad. Resulta que sus compañeros de partido niegan la tontería esa de que existía una contabilidad B. En este caso se vuelven tontos todos a la vez. Es decir, el señor Bárcenas estuvo años recaudando cientos de miles de euros de empresas que, casualmente, eran favorecidas con las concesiones de obras públicas, sin que nadie en el partido se enterara de nada y sin que los señores que soltaban la pasta, que siguen siendo los principales beneficiarios de esos concursos, sospecharan tampoco nada.

¿Nos puede gobernar gente tan gil?

¿Puede estar nuestro tejido industrial en manos de empresarios a los que un timador saquea durante lustros mientras se les cae la baba?

¿Estamos en un país de gilipollas que a la vez son artífices de milagros económicos y creadores de inmensas fortunas y patrimonios?

No. Cuesta creerlo tanto o más que lo de las armas de destrucción masiva.

Nos desprecian. Nos roban. Arruinan a las familias, destruyen la sanidad y la educación pública, sumen en la pobreza al que vende su fuerza de trabajo.

No se sienten delincuentes. España es suya. Aquello que los ciudadanos que no les votan ven como un saqueo, ellos lo ven como un elemental y justo reparto de beneficios.

Del mismo modo que los sexagenarios vamos por el mundo señalando el paisaje con el dedo mientras repetimos: “Todo esto era campo”, ellos, los próceres de la patria, proclaman: “Todo esto es nuestro. Lo heredamos de los vencedores”.

Entregarles el gobierno de la nación por pasiva, o como ahora parece que va a ocurrir, por activa, es de una enorme irresponsabilidad, de una gran crueldad, por más que los medios de comunicación y los que ya participan del botín se empeñen en convencernos de lo contrario. No existe razón de Estado que justifique dejar el Gobierno en manos de este personal.

Constitución, Justicia, Sistema Democrático, todo eso no es más que tramoya incómoda que molesta en el paisaje una vez terminada la representación.

He dicho.

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