Plaza Pública

El honor perdido

Fernando Ripollés Barros

El ínclito Federico Trillo solicita su reingreso en el Consejo de Estado. De ser otro funcionario público, en otras circunstancias, nada tendría de especial, pero quien pide seguir cobrando de las arcas del Estado, bajo la apariencia de servidor público, es nada más –y nada menos– que el personaje más indigno y oscuro –por lo que calla y sabe– de la democracia española.

Su necedad, propia de quien se cree con la fuerza o el poder suficiente para amedrentar a propios y extraños –hasta que llegó la nueva ministra de Defensa, nadie osó toserle–, llega al extremo inverosímil de solicitar el reingreso en el mismo Consejo de Estado que ha reconocido, por un unanimidad, la responsabilidad del Ministerio de Defensa, dirigido a la sazón por el nefasto Federico Trillo, en el siniestro que costó la vida a 62 militares que regresaban de Afganistán el 26 de mayo de 2003.

Que el ínclito Trillo quiera volver al Consejo es un chiste de mal gusto, una afrenta para quienes lo sufrimos y una aberración que alguien, con sano juicio o competencia, debería evitar.

Trillo mintió –el avión y la tripulación eran de todo a 100, no cumplían los requisitos mínimos para volar–.

Trillo desatendió las quejas de sus subordinados.

Trillo no veló por la seguridad de sus soldados –pudiendo y debiendo hacerlo, las Reales Ordenanzas, la Ley y el sentido común del que carece, le obligaban a ello–.

Trillo prefirió tratar como a perros a sus soldados muertos (ni una sola identificación de las que se hicieron cargo fue correcta, hasta la probabilidad matemática le dio la espalda, engañando a todas las familias de los muertos).

Trillo no aseguró a sus soldados, pudiendo y debiendo hacerlo –a quienes nos defienden y nos dan seguridad, les dejó indefensos y sin asegurar–.

Trillo no veló por que el dinero público invertido en los 43 vuelos se empleara diligentemente, permitiendo hasta más de 5 subcontratas –que tuvimos que descubrir las familias–.

Trillo, con su dejación de funciones, permitió que aún hoy, 13 años después, todavía estén “desaparecidos” todos los contratos y subcontratos de aquella aberrante especulación que hizo ricos a muchos indecentes.

Todas estas negligencias llevaron, lo dice el Consejo de Estado con una frase demoledora, a que el accidente pudo haberse evitado si estos (los responsables del Ministerio de Defensa) hubieran cumplido con su deber de velar por las condiciones en que viajaban los soldados”, y a que, posteriormente, fueran tratados con tanto desprecio y humillación.

Con este currículum, que sería causa de despido o inadmisión en cualquier empresa seria, el Sr. Trillo pretende incorporarse al Consejo de Estado. No podemos olvidar que el Consejo de Estado, según la Ley Orgánica que lo regula, es Artículo 1. 1. El Consejo de Estado es el supremo órgano consultivo del Gobierno. 2. Ejerce la función consultiva con autonomía orgánica y funcional para garantizar su objetividad e independencia de acuerdo con la Constitución y las leyes. Artículo 2. 1. En el ejercicio de sus funciones, el Consejo de Estado velará por la observancia de la Constitución y del resto del ordenamiento jurídico.”.

Probablemente sea legítimo querer reingresar en su plaza de funcionario, pero pretender ejercer de asesor jurídico en el Consejo de Estado, cuando se ha demostrado que mintió, que ocultó y que denigró a los ciudadanos que de él dependían y, por ende, a toda España, (quien fue capaz de hacerlo de manera tan aberrante, ¿por qué no va a seguir haciéndolo?) le inhabilita para ejercer cualquier función pública, precisamente porque ello exige vocación de servicio público y ejercicio de éste sin tacha y su trayectoria está empañada, precisamente, justo por lo contrario.

No hay persona más despreciable, sobre todo si es un servidor público, que el que es soberbio con el débil y débil con el soberbio. La falta de empatía que ha demostrado Federico Trillo con el que sufre, la incapacidad para reconocer los errores, la ausencia de humildad para pedir ese perdón que tanto reclama para los demás en sus misas diarias, todo ello sería suficiente para que desistiese de seguir en la Administración, donde tanta incompetencia y nefasta gestión tiene acreditada.

El Consejo de Estado, que debe emitir informes solventes e impecables, no puede olvidar que toda cadena, por sólida que parezca, es tan débil como su eslabón más débil, y este eslabón, encarnado por el Sr. Tillo, si algo de dignidad y vergüenza –palabras cuyo sentido le hago el honor de imaginar que conoce– le queda, debería retirarse ya, y dejar que los buenos –los que de verdad velan por quienes de ellos dependen– hagan su trabajo como los españoles nos merecemos… en órgano tan honorable no puede tener cabida quien perdió el honor y no hace falta que le recuerde al ínclito Trillo que el honor, una vez perdido, no se recobra jamás.

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Fernando Ripollés Barros es abogado, periodista y hermano del comandante José Manuel Ripollés Barros, fallecido en la tragedia del Yak-42

 

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