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¿Madrid?... ¡tenemos un problema!

Ricard Pérez Casado

Más de cinco millones de electores se han declarado antisistema y populistas, reos de lesa constitucionalidad. Otros, más de millón y medio, se han declarado soberanistas, separatistas, en diversos grados. Y, lo que faltaba, unos diez millones han prescindido de participar en las últimas elecciones generales, insumisos y desafectos. La confusión es total. Habrá que hacer algo. Esperamos instrucciones.

Hasta aquí la crónica de una petición desesperada. Vayamos por partes.

Todo el proceso ha cumplido escrupulosamente las reglas democráticas para la conformación de la voluntad soberana del pueblo. Las formaciones políticas que han votado revoltosos y separatistas están constituidas con arreglo a normas anteriores al acto de depositar el voto en la urna. La campaña electoral se ha ajustado a los patrones de vocinglería y confusión acostumbradas. Todos los electores han sido de nacionalidad española, en posesión de los documentos que lo acreditan. Las mesas electorales se han constituido con los mínimos percances irrelevantes. El escrutinio ha seguido las pautas establecidas, los resultados proclamados con precisión, y la adjudicación de las actas de Diputado o Senador, con la excepción en el caso de los últimos de los designados plácidamente por las Asambleas regionales y sus capitostes partidarios, se han atribuido a los candidatos electos previa criba de la ley d’Hondt. Impecable, aburrido, pura rutina democrática, homologable con el entorno como suele decirse.

Novedades. Alguien comprueba consternado que ha desaparecido el turno dinástico restaurador, como se le conocía desde la Transición transigida. La repetición electoral viene a confirmarlo, hay nuevos invitados imprevistos. Unos buenos, puesto que se acomodan a los estándares previsibles en colaboración pretendidamente diferenciada con sus mayores, los ciudadanos y la derecha de toda la vida, incluso la del más allá franquista. Otros, los más numerosos, hermanos separados de la vieja izquierda, de viaje desde el rojo al rosa desvaído. La reaparición reforzada de los ciudadanos españoles que no quieren serlo, descoloca las piezas del tablero.

Para colmo, en un prodigioso salto hacia historias no tan remotas aunque ocultadas de modo contumaz, una gran proporción de los díscolos se proclaman republicanos, incluso partidarios de crear una república en Catalunya; los más laicos o incluso antimonárquicos. ¡Con lo que costó apaciguar a la Iglesia católica, amansar la monarquía franquista y su reguero de fosas olvidadas, y, como de pasada, silenciar a la República, su memoria y sus logros! Mientras a unos se les tilda de reabrir viejas heridas, los buenos procuran la prescripción de los delitos y sus testimonios en forma, precisamente, de fosas comunes.

La algarabía de los todólogos de guardia se ha apresurado a condenar tan colectivos desatinos. Minorías descarriadas, desdeñables. La legión de constitucionalistas –¿son usurpadores o adquirieron el título en una almoneda?– ha acelerado la condena sin más trámite que la proclamación una vez más de la imposibilidad de reforma de la Constitución a la espera de que las aguas vuelvan a su cauce y la placidez a su conciencia. Eso sí, con la apostilla inquisitorial, tan nacional, del extra Ecclesiam –leáse, Constitución– nulla salus. De modo voluntario ignoran que partidos y coaliciones integrados en los revoltosos son constitucionales y fundamentados en las leyes del Estado. O no podrían haberse presentado siquiera a la contienda electoral. Se hubiera aprestado con diligencia la independiente muchedumbre togada, y cuando se tiende, se dice, la mano no conviene olvidar que el antebrazo anuncia las puñetas.

La felicidad verbosa de leguleyos, de Madrid, de Castellón de la Plana, o de Soria, hinca con delectación sus fauces sobre lo que consideran minorías populistas, marginales, e, insistimos, anti-sistema, resucitando además algún arcaico demonio familiar, que en triunfal síntesis se denominó rojo-separatismo.  No es de menester en este viaje anacrónico la alforja de la razón, como tampoco puede sorprender la ausencia organizada aparte de la ultraderecha al estilo europeo: las derechas locales albergan, amparan y alimentan a los cachorros descendientes de la Dictadura.

Si el rojerío merece la descalificación histórica de su fracaso republicano, al independentismo, nacionalista o separatista, se le agrega la pena complementaria de anacronismo decimonónico, como si la construcción del Estado en discusión por parte de sus objetores no resultara ser un artefacto anacrónico y amortizado, embalsamado entre las flores marchitas de la soberanía –¿dónde se oculta cuando se entrega al Banco Central Europeo y al Euro?, por cierto que bendito sea el momento en que se decidió–, o cuando los mandos militares dependen de otros nacionales más poderosos, salvo el anacronismo, este sí, de consignar constitucionalmente un papel extra-constitucional como la “defensa” de la unidad nacional, por no mentar el anacronismo, a veces compartido por otros Estados europeos de una Jefatura del Estado hereditaria y enraizada sin solución de continuidad con lo que eufemísticamente se denomina el anterior Régimen.

El Gobierno hace oídos de mercader ante la caterva de insumisos y sus exigencias. Cuenta con escuderos, perplejos pero dispuestos a ejercer sus funciones. Como en el Guerrero del Antifaz, hay un Fernando y una Ana María más allá de Despeñaperros, y algún voluntario ciudadano segundón prestos a batirse ante la jauría aullante de los descontentos.

Salidos del estupor de la novedad, convenientemente sazonados por las bochornosas peleas en pos de la permanencia en los sillones, parece que los socialistas andan a la búsqueda de su storytellingstorytelling que les haga parecer más actuales, seductores del desencanto y tentadores de los díscolos, o al menos parte de ellos. Puede que emulen el plagio, tan en boga incluso en ámbitos académicos, y transfieran el vademécum de las ideas dominantes que cubren de negro Europa, la Casa Blanca o el Kremlin. Eso sí, con la pátina sonrosada y gentes tan “nuevas” que acumulan más trienios que el más provecto de sus congéneres funcionariales. El escudero ciudadano ya se ha desprendido de toda referencia que no sea la del nacional-liberalismo más acendrado.

Así, uno con todos los cachivaches franquistas y las oportunas gotas de integrismo xenófobo europeo ** la derecha mayoritaria equipada y nutrida por todos los componentes reaccionarios, la derecha subalterna sin ataduras socialdemócratas, y el socialismo a la búsqueda de la nueva identidad, procuran por todos los medios contener la extensión de la epidemia rojo-separatista. De no constituir con frecuencia la representación de un esperpento estaríamos delante de una situación grave, de recorte profundo de las libertades y de cuestionamiento, ahora sí, del sistema democrático. Se impide hablar y parlamentar, funciones ambas inseparables de un régimen de libertades; se condena sin previa formación de causa, sumarísima y urgente la disidencia aunque esta tenga las dimensiones que se han reflejado al inicio de este texto. Eso sí, se proclaman seña de identidad nacionales asaetear animales, estremeciendo la piel de toro con puyazos, estocadas, bolas de fuego, y demás artilugios de tortura. Solo faltaba, y espero que nadie tome nota, declarar  identidad singular otra figura reaccionaria importada, la Santa Inquisición, y convertir a los revoltosos en herejes con  el final apoteósico de las hogueras.

Sí, “Madrid, tenemos un problema”.

No contestan. Puede que no haya nadie en la sala de control, tan animados todos en la persecución de los delincuentes anti-sistema y separatistas. O, tal vez alelados por el soponcio propinado por el electorado procuran reponerse en la ausencia autista, como acaso lo procuran los togados desplegando su saña contra los molinos de banderas y fotografías tras el sopapo jurídico del Tribunal de Justicia de la Unión Europeo a su benigna opinión sobre las cláusulas suelo y demás abusos de la banca patriótica.

Intentaremos una nueva conexión.

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Tomo prestado vocabulario impropio, desde el título a ciertos adjetivos como populista inequívocamente condenatorios y de uso absolutamente contrario al que suelen aplicar nuestros vecinos, periodistas, analistas y demás. El populismo es siempre reaccionario, de derechas, nacionalista, xenófobo y demás. El plagio, tan extendido que infecta incluso instituciones académicas tiene estos resultados solo extraños en apariencia.

** El pensamiento reaccionario español fue siempre tributario del europeo, contrariamente a la proclamada españolidad genuina, una mera traslación de los peores textos retrógrados europeos, sobre todo de los odiados franceses como demostró en su momento J. Herrero en Los orígenes del pensamiento reaccionario español, editado en 1973, ¡ay!, por Cuadernos para el Diálogo, de la misma manera que el elenco de los Heterodoxos de don Marcelino Menéndez y Pelayo, animan a pensar que son el mejor producto de la piel de toro a excepción de su con frecuencia triste destino.

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Ricard Pérez Casado es doctor en Historia, fue alcalde de Valencia por el PSPV-PSOE entre 1979 y 1988 y diputado en el Congreso (2000-2004), entre otros cargos.  

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