Plaza Pública

Podemos Año 3: a galopar sin gobernar

Miguel del Fresno

El mayor logro político de Podemos desde las elecciones del 20 diciembre de 2015 ha sido sumir al PSOE en un caos estratégico sin precedentes en su historia. Ese hito es similar a lo que ha ocurrido con Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD) impactando en la CDU de Angela Merkel. Y no es el único paralelismo, puesto que la AfD –sus fundadores provenían de la CDU, de los liberales del FDP y de la izquierdista Die Linke, aglutinados por sus ideas eurocríticas y su euroescepticismo– tiene su eclosión política y social en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 y desde entonces ha conseguido representación en distintos parlamentos regionales y gobiernos municipales. En 2015 la AfD se escinde, tras largas tensiones internas, debido a la imposibilidad de cohabitación entre un ala liberal conservadora y otra nacionalista ultraconservadora. Acabó por predominar esta última, con el 60% de los votos. Esta crisis interna se entrecruza con la de los refugiados en Europa y con una creciente islamofobia general, lo que hace ganar a la AfD representación en las elecciones regionales. De mantenerse las semejanzas con Podemos, no deja de ser previsible lo que sucederá a partir de la próxima Asamblea Ciudadana Estatal de Podemos.

De forma retrospectiva hay diferentes puntos de inflexión en Podemos que explican cómo se ha llegado a la situación actual. Primero, la decisión más trascendental fue forzar la repetición de las elecciones en 2016 al coincidir con el PP y negarle la abstención al acuerdo PSOE-C’s, donde Podemos podría haber tenido una influencia muy significativa. Esa decisión se produce debido tanto a una evidente voluntad de poder, muy teatralizada, de Iglesias y su partido, como por un significativo error de cálculo de votos al aliarse con IU –el partido más penalizado por la ley electoral–, esperando situarse como segunda fuerza política gracias a la pura aritmética. El efecto de esa decisión fue aumentar la cohesión en el PP, aun debilitado por los escándalos de corrupción. Ese movimiento se reenmarca, aún hoy, como una alianza natural pese a la distancia ideológica que Iglesias había dramatizado con Garzón en una escena de sofá, el 24 de junio de 2015, tras llamar a los de IU "cenizos" y a Garzón, "el típico izquierdista tristón".

Segundo, el error de cálculo electoral se convierte en problema la noche del 26 de junio cuando se constata que Podemos había mutado a Unidos Podemos para que nada cambiara electoralmente. Además, sin opciones de retorno, por mucho tiempo, a la posición previa de relevancia política. Esa noche, cuando Iglesias comunica –un año después de la escena del sofá– que no entiende lo que ha sucedido y que va a preguntar a las bases, socializa su error como líder, pero también lo objetiva. Ese momento abre la grieta ideológica interna de Podemos –que había comenzado con la destitución por parte de Iglesias del secretario de Organización, Sergio Pascual, en marzo de 2016–, ya que su relevancia política y social se frena en seco tras dos años de vértigo.

Dos son las explicaciones del fracaso electoral, en relación con las expectativas, que Iglesias quiso socializar preguntado a las bases, cuestión de la que nunca más se supo. Una, que la integración ideológica de facto en Unidos Podemos reposicionó a Podemos de forma definitiva en la mente colectiva en un lugar ideológico muy cercano a IU, algo que habían estado esquivando con astucia durante dos años. Y, dos, si la defensa del derecho a decidir les había abierto las puertas políticas en el País Vasco y Cataluña, se las cerraba en el resto de España. Desde esa noche electoral Podemos sólo ha sido sólo políticamente significativo al provocar la convulsión en el PSOE por su parada ideológica y nula relevancia social a lo largo de la crisis económica iniciada en 2008.

La situación actual de Podemos vuelve a demostrar un hecho histórico global recurrente: la tendencia a la fragmentación de la izquierda por modulaciones ideológicas que suelen derivarse de posiciones identitarias y de imágenes del mundo cercanas, pero no equivalentes. Y aunque los medios presentan la división en Podemos como una cuestión de liderazgos individuales, hay aspectos ideológicos claves que tienden a quedar desdibujados en el torrente de contenidos.

El impacto político y la penetración social de Podemos en su eclosión y primera fase de expansión se deben, en gran medida, al peso intelectual de su ala neomarxista –la más influyente pero menos dominante–, que está cada vez más lejos de las ideas tradicionales marxistas de IU o de Iglesias. Con todo, ese neomarxismo mantiene la vocación de unificar acción política, teoría social, análisis económico, sentido histórico y pensamiento filosófico.

Uno de los aspectos clave de por qué Podemos consiguió una rápida aceptación social es debido a la creación de un nuevo lenguaje que funcionó como enlace entre las percepciones de la situación real del país de grandes capas de la sociedad. Con ello, Podemos provocó un nuevo orden del discurso social, no sólo entre sus filas y afines, sino que también fue asumido por los medios de comunicación, los usuarios de los medios sociales –a favor y en contra de Podemos– y, de forma sorprendente, por sus rivales políticos. No se trata de una explicación lingüística de lo social, sino de cómo el lenguaje se funde con las relaciones sociales. Esto se evidencia con la deconstrucción de categorías marxistas que llevó a que la burguesía fuese casta o el proletariado la ciudadanía. Hay, además, otras renuncias del neomarxismo que son fundamentales para entender la ruptura que implica.

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Así, la conciencia e identidad de clase –derivadas de las relaciones de producción– son sustituidas por redes de identidades o intereses en agregación, la lucha entre propietarios y no propietarios de los medios de producción se abandona en favor de la voluntad de integrar todas las luchas de intereses subordinados –sexualidad, género, estatus político, identidades geográficas o de lengua, etnia, antiinstitucionales–, se promueve la redefinición de los límites de lo político con un sistema de alianzas como voluntades colectivas complejas o subjetividades –confluencias, mareas, plataformas sociales– no aglutinadas dentro de los límites estrictos de la conciencia de clase, o la sociedad comunista es sustituida por la radicalización de la democracia cambiando la política. Todo ello, junto a otras ideas de diferente calado ideológico como el abandono de la idea de la clase obrera como sujeto histórico y clase universal, o la idea de la huelga de masas como forma dominante de lucha y herramienta política, que ahondan en esa misma deconstrucción. El sector neomarxista de Podemos frente al marxista clásico entiende, en definitiva, que hay muchos más conflictos que el económico como única causa explicativa, nuevas formas de dominio y multiplicidad de formas de explotación. Sintetizándolo en una idea, hoy las relaciones de poder no se superponen ya con las relaciones de clase, sino que son mucho mayores.

La politóloga Hannah Arendt escribió que “los revolucionarios no hacen la revolución: son aquellos que saben cuándo el poder está en la calle y cuándo pueden tomarlo” y Podemos ha estado cerca de tomarlo, aunque la ortodoxia y el egotismo han sido claves para que no haya sido así. Y, algo más que probable, será necesario mucho tiempo para que esa oportunidad vuelva a presentarse a futuros revolucionarios. El modelo socioeconómico no habría que cambiarlo porque haya damnificados, ni porque sea irracional, sino porque tiende, en nuestro tiempo, hacia el extremo rozando lo autodestructivo y amparado por la fe en una mano invisible. A pesar de que está más que demostrada la inexistencia de esa mano, no cambia la intensidad de su fe en ella. ________________Miguel del Fresno

, doctor en Sociología y profesor en la UNED.

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