El vídeo de la semana

De sentencias y amores

No me gusta la cárcel, ni deseo a casi nadie que pase por ella por mucho daño que haya hecho. Carezco de experiencia carcelaria directa, pero sí lo he vivido a través de personas cercanas y he tenido unas cuantas oportunidades de visitar cárceles y hablar con presos. Con todo tipo de presos. Compartir espacio con un sujeto que ha matado a decenas de personas por encargo mafioso impone, encontrarte en un pasillo con un criminal de guerra serbio, también. Pero lo que queda en el visitante tras conocer la cárcel, aunque sólo sea su epidermis, es una amarga sensación de soledad y olvido que seguro que atenaza el ánimo cotidiano de cualquier preso. Es una institución devastadora y cruel que te arrasa cuando la sufres y te marca con un estigma social que nunca te abandona. La cárcel es un entierro en vida por mucho que aproveches el tiempo para estudiar, leer o incluso arrepentirte. No la veo como un castigo sino como una venganza; es un encierro rencoroso más que una expresión de justicia social. Por eso siempre siento un punto de solidaria comprensión con todos aquellos que son condenados al encierro. Sólo con pederastas, terroristas o sangrientos tiranos se quiebra esa cálida corriente afectiva. Pero es que ante delitos así no tengo inconveniente en admitir que mi ánimo acepta de buen grado una buena venganza o un castigo que se acerque al mal sembrado.

La noticia de este fin de semana nos brinda el anticipo de una imagen para la Historia: un miembro de la familia real española va a tener que ingresar en prisión. Como puede ya deducir el lector no es algo que me haga especialmente feliz; ahora bien, he de reconocer que tiene un punto de gratificación social que merece ser reconocido. Se me antoja la sentencia en lo que afecta a Urdangarin como una suerte de medicina estabilizadora, de soplo de natural fresco y algo esperanzador para una sociedad cansada de instituciones alejadas o corruptas.

Queda todavía el recurso al Supremo y la acaso sorprendente absolución de la Infanta Cristina y, más aún, de la esposa de Diego Torres, pero lo cierto es que hay una sentencia que toca de lleno el ámbito familiar de la Casa Real, por mucho que ésta haya descontado ya hace tiempo el coste de todo este asunto Nóos, que no es precisamente un plural mayestático, sino más bien una insana referencia al cuñadismo de más alta alcurnia. Este caso, conviene recordarlo, no fue ajeno a la abdicación de Don Juan Carlos ni a las nuevas formas y contenidos al frente de la Jefatura del Estado, incluida más transparencia, adoptadas por el actual rey Felipe VI.

Ahora arreciará el republicanismo a la contra y se volverán a señalar las coordenadas de este caso como mapa incuestionable del camino que sigue la institución monárquica.

Más aún considerando la relativa benevolencia de las condenas si se tiene en cuenta la petición fiscal para los principales acusados y la instrucción llevada a cabo por el juez Castro.

Ya han empezado las diatribas contra la absolución a la hermana del rey y las consideraciones político jurídicas sobre la “nimiedad” de la condena de seis años y pico a su marido. Y lo que queda.

¿Que todos nos hemos sorprendido con el recorte sobre lo previsto? Claro. Cualquier esperaba más teniendo en cuenta todo lo visto y vivido alrededor de éste caso. Pero esa realidad no oculta el hecho de que hay una condena penal efectiva a alguien que tuvo una alta consideración institucional y se la ha dejado en la gatera de la Justicia. Y concedo valor a ese hecho.

Además de hacerlo, por supuesto, a una decisión judicial que será recurrida en términos jurídicos y acaso corregida con el mismo lenguaje, pero que no creo deba agitar polémicas sonoras como las que algunos desearían o alimentan. Porque podríamos estar de nuevo ante la vieja historia de que aceptamos y aplaudimos a la justicia cuando dicta según nuestro criterio y la vilipendiamos y despreciamos cuando sus decisiones no son de nuestro agrado.

No es la Justicia un ámbito que destile prestigio, pero su sentencia sobre Nóos tiene valor histórico como lo tiene social, aunque nos pueda parecer escasa. E incluso aunque pueda presentarse como prueba de que hay amores que matan y otros que liberan. Ante la justicia, digo. Seguramente eso es lo que está pensando otra mujer que no tuvo tanta suerte con las confusiones y líos de su marido como Isabel Pantoja. Ella, quizá, sí pueda sentirse agraviada esta mañana.

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