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¿Ave Fénix Sánchez?

Una de las muchas cosas que me gustaron de Estados Unidos durante los años que pasé allí fue esa idea de que todo el mundo puede volverse a levantar después de una caída. Un nuevo comienzo, una segunda o tercera oportunidad, la posibilidad incluso de reinventarse por completo, son muy valoradas en ese país. En aquellos años, la Casa Blanca estaba ocupada por Bill Clinton, un presidente apodado The Comeback Kid por su capacidad para volver al ring político cuando parecía noqueado. Y John Glenn, de 77 años de edad, regresaba al espacio en el Discovery, siete lustros después de haber efectuado un vuelo orbital en torno a la Tierra.

¿Merece Pedro Sánchez que la izquierda le dé una segunda oportunidad? Entre bastantes de mis amigos percibo escepticismo al respecto. Está demasiado fresca en su memoria la foto de Sánchez arropándose ostentosamente en la bandera rojigualda cuando lo que preocupaba a millones de españoles era el paro, los desahucios, el precio de la electricidad, la bajada de los salarios, la emigración al extranjero de sus hijos y el saqueo de las arcas públicas. Tampoco se les ha olvidado su alborozo cuando lo recibía Felipe VI para hablar de baloncesto, o Rajoy le dejaba fotografiarse en La Moncloa firmando un estéril pacto antiyihadista. O, ya no digamos, su matrimonio exprés con Albert Rivera, su visión de Cataluña similar a la del PP o su tardanza en explorar la vía de un pacto progresista para llegar a La Moncloa.

No conozco personalmente a Pedro Sánchez. Cuando la militancia socialista lo eligió como líder en 2014, me pareció un tipo telegénico, con ganas de agradar a todo el mundo cual si fuera un vendedor de coches usados, poco baqueteado por una vida de clase media acomodada y de escaso bagaje ideológico y cultural. No obstante, le concedí el beneficio de la duda. Tal vez fuera una página en blanco en la cual pudieran escribirse tanto la continuidad del descenso del PSOE a los infiernos conservadores, como su despertar y su conversión en vanguardia del cambio. Pronto comprendí que Felipe González, Cebrián y Susana Díaz se le habían ofrecido para escribirle un guión que agradara al régimen, y que él había aceptado encantado.

Ahora bien, el martirio puede ser una gran plataforma para un renacer espectacular; ya lo contaban en el antiguo Egipto las historias sobre Isis, Osiris y Horus. Y a Sánchez lo convirtieron en un mártir los malos modos y las aviesas intenciones de los promotores del golpe en el Comité Federal del PSOE del pasado otoño. Quedó claro que el mismo trío que lo había apadrinado inicialmente, se lo quitaba ahora de encima porque amagaba con hacer lo que debiera haber hecho desde el primer momento: reconciliarse con la izquierda, charlar con soberanistas vascos y catalanes, colocar al PSOE al frente de un proceso de regeneración de la vida española.

Coronación en Madrid

Sánchez, según las encuestas, es en estos momentos mucho más popular entre los militantes y votantes socialistas que los otros dos aspirantes al liderazgo del PSOE: Patxi López y Susana Díaz. Además del elemento del martirio, influye en esta estima el que el actual Sánchez hable claramente desde la izquierda. Los verdaderamente socialistas llevan meses avergonzados porque su partido contribuya a mantener en el poder a Rajoy.

¿Es sincero Sánchez cuando proclama ahora que la cuestión de España no tiene otra solución sensata que reconocer que es una nación de naciones y darle una estructura federal? ¿O cuando denuncia el sucio poder en nuestra vida pública de ese conglomerado de intereses económicos, políticos y mediáticos que llamamos IBEX 35? ¿O cuando parece sugerir su disposición a alcanzar con otras fuerzas progresistas un acuerdo que permita un gobierno a la portuguesa o a la valenciana? ¿O cuando dice desear otra Europa?

Comprendo a mis amigos que dudan de la credibilidad de esas intenciones. Pero pienso que la gente puede cambiar, sobre todo después de haber vivido una experiencia traumática. Y, sobre todo, creo que a la gente hay que darle la oportunidad de demostrar que ha cambiado.

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