Desde la tramoya

Por qué Rajoy puede fumarse un puro

Quizá el presidente persevere en su intención, declarada hace tres años, de dejar el tabaco, pero estos días bien podría tomarse la licencia de fumarse un buen Cohiba Robusto, intenso y largo, de esos que mandaba Fidel a sus amigos.

La economía española ya creció por encima del 3% el año pasado y volverá a hacerlo en 2017. Se crea empleo. Sí, precario y miserable, pero mejor eso que nada. Después de cinco años por encima, la tasa de paro está ya por debajo del 20%. Como Rajoy es un maestro en el manejo de las expectativas, no lo grita a los cuatro vientos como hacían Aznar y Rato, pero él sabe que la población española ya está percibiendo esa mejoría. El CIS, de hecho, lleva meses detectándola.

Como la percepción de la situación económica tiene una correlación sólida y directa con la percepción de la situación política, los españoles irán moderando su indignación con el paso del tiempo, a menos que haya un cataclismo que rompa las previsiones (confiemos en que Dios o los poderes económicos mantengan bajo control a Trump, a Putin o al loco norcoreano). Y así, pasito a pasito, suave suavecito, Rajoy podrá hablar al terminar la Legislatura de la crisis que él enfrentó y superó.

Está, sin embargo, la corrupción, el segundo problema del país según la ciudadanía. Pero la corrupción es como la vitamina C. Hay un momento en el que por mucha que pongas, ya no hace efecto. Llevamos tantos años, tantas noticias, tanto chorizo y tantas imágenes de políticos del PP desfilando por los juzgados, que ya sabemos lo que había que saber. Que el PP se financió ilegalmente y que los chulitos madrileños repeinados de las pulseritas y las banderas se lo estaban llevando crudo. Haciendo gala de su paradigmática flema, Rajoy ha ido viendo cómo sucumbían todos y cada uno de ellos, enemigos declarados, desde Aznar hasta Aguirre. Y aunque él se sienta en un despacho de la calle Génova que fue reformado con dinero negro, y recibió durante años unos sobres con billetes de 50 euros también procedentes de la Caja B, aquí paz y después gloria. Ya está: los culpables están en la cárcel, en el banquillo o esperando a sentarse en él. Tan sólo tendrá que aguantar la vergüenza adicional en el Congreso cuando se ponga en marcha la comisión de investigación correspondiente. Pero quizá vendrán a aliviar algo el oprobio los vascos, los catalanes, Ciudadanos y, quizá, también el PSOE. En definitiva, con un poco de suerte y de aguante, Rajoy terminará la Legislatura amortizando el impacto de la corrupción, que tanto ha dañado la reputación de su partido.

En defensa de los taxistas

Las caras de todos esos pijos del “viejo PP” flanqueados por la Policía, contrastan con las de los ministros y ministras y con las de los nuevos líderes del partido, que aparentan ser eficaces burócratas sin grandes aspiraciones políticas; aplicados –aunque insulsos– gestores públicos. Rajoy no pasará a la historia por ser el presidente que cambió España en ningún ámbito trascendental, sino tan sólo como el gestor que lideró la salida de la crisis. Pero, ¿cuándo dijo Rajoy que quisiera cambiar España? Es sabido que lo único que él quiere es que no haya líos.

Y mientras llega la hora de decidir si vuelve a presentarse o deja el paso a otra persona, puede tomarse a risa las bravatas de Podemos, ser testigo de la decadencia acelerada de los socialistas y esperar a que el independentismo catalán termine por dormirse de aburrimiento.

Rajoy, que llegó a ser el jefe de Gobierno peor valorado de Europa, y casi del mundo, con un 17% de aprobación hace tres años, hoy está ya en el pelotón, con un 37. No es Kennedy, pero tampoco está tan mal tras las tormentas que ha soportado. Lo dicho: buen momento para fumarse un habano.

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