Plaza Pública

No es Sí

Jorge Fabra Utray

Los resultados y las consecuencias de lo acontecido en el Comité Federal del PSOE celebrado el 1 de octubre de 2016, en el que culminaron conspiraciones incubadas desde muchos meses antes, han trascendido al PSOE y están marcando la política española. Es cuestión que interesa no sólo a sus afiliados, también a sus votantes y con ellos al país entero. Gobernado el PSOE por una comisión gestora de dudosa legitimidad, con decisiones que desbordan las más generosas interpretaciones que puedan hacerse de sus estatutos, el Gobierno del PP sortea su minoría parlamentaria al mejor estilo Rajoy, haciendo el Don Tancredo pero muy atento al proceso de primarias del PSOE que dilucidará la duración de esta rarísima legislatura. En las primarias del PSOE se juegan alternativas que determinarán los equilibrios de fuerzas y de intereses en este país durante tiempo.

El socialismo es parte de una cultura social y política muy enraizada en la población española. Una cultura que se transmite de abuelos a padres, de padres a hijos, de hijos a nietos en una cadena que se remonta a finales del siglo XVIII. Su fuente originaria brotó el 14 de julio de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente surgida de la Revolución Francesa: los diputados opuestos al poder absoluto del monarca se sentaron a la izquierda del presidente de la Asamblea. La izquierda política había nacido.

El manantial que surgió de la Revolución Francesa se ha ido dividiendo desde entonces en multitud de corrientes ideológicas, una de ellas el socialismo. En los años 30 del sisglo XIX, de la mano de los discípulos de Henri de Saint-Simón, el socialismo comienza a formularse en torno a los tres principios de la Revolución: sin solidaridad no hay igualdad, sin igualdad no hay libertad. Había nacido el socialismo como idea, como utopía. Pero aquella izquierda nacida de la Revolución Francesa siguió fortaleciéndose y ramificándose con las “revoluciones de 1848” recorriendo un camino que pasa en 1889 por la 2ª Internacional para acabar consolidándose en torno a las posiciones de Karl Kautski y Eduard Bernstein en la última y primera década de los s XIX y XX. En 1959 el Partido Socialdemócrata Alemán, en su Congreso de Bad Godesberg, identifica plenamente socialismo y democracia consolidando con nitidez el contenido de la socialdemocracia moderna.

En el largo camino recorrido desde principios del siglo XIX por el pensamiento socialista, una jungla de ideas, debates y alternativas fueron generando distintas corrientes que protagonizan impresionantes pensadores, filósofos, sociólogos y economistas… En España el Partido Socialista Obrero Español había sido fundado en Madrid el 2 de mayo de 1879 por Pablo Iglesias Posse, un partido que recorre todos los caminos del pensamiento político que desde entonces habían estado influyendo en la izquierda de todo el mundo, convirtiéndose en un partido plural en el que el debate nunca cesa.

El socialismo es algo más amplio que el PSOE y los socialistas muchos más que los que a él están afiliados. Pero el PSOE es la expresión máxima de su concreción. El arraigo del socialismo en la cultura social y política del país es extraordinario. Al PSOE nadie lo puede ni debe patrimonializar. Cuando en España ha habido democracia los socialistas han contribuido siempre a la vertebración política de este país. Cuando no la ha habido, los valores del socialismo han permanecido subyacentes en la sociedad española: valores que han incorporado a las tres dimensiones de su imaginario una cuarta dimensión: la sostenibilidad que centra todas las preocupaciones sobre la preservación de la naturaleza que da soporte a nuestra existencia. Así, “libertad, igualdad, solidaridad y medioambiente” es hoy el grito revolucionario que se resiste a sucumbir ante la globalización de un capitalismo financiarizado que ha roto los consensos que resolvieron la paz después de dos grandes guerras.

El fracaso del socialismo no democrático abrió las compuertas por las que han fluido, sin moderación alguna, las fuerzas del capitalismo que menosprecian la libertad; aquellas que revierten los procesos de igualdad, porque son fuerzas insolidarias, hacia la gran desigualdad; que ignoran –no por desconocimiento sino por instinto depredador– los límites de la naturaleza. Ha sido el doctrinarismo mercadista, el neoliberalismo, que ha enfrentado y contrapuesto a la democracia, una idea degradada de los mercados, como si de becerros de oro se trataran.

Y en la contención del desbordamiento neoliberal, la socialdemocracia optó por “el apaciguamiento”. Y como en tantos otros momentos de nuestra historia, las políticas de apaciguamiento han fortalecido al monstruo. Con la simbólica caída del muro de Berlín, los intereses de los poderosos ya no tuvieron que ocultar sus anhelos detrás de una pantalla… ya no tuvieron que ceder terreno al “estado del bienestar” y rompieron el “consenso keynesiano”. Las terceras vías de Blair o Schröder, concebidas tal vez, para sobrevivir al empuje incontenible del neoliberalismo, lo fortalecieron. Se trató de un vano intento de contener lo que ya era incontenible. Sólo alcanzaron a debilitar las defensas de la socialdemocracia que, expuesta a la pujanza ideológica del neoliberalismo, quedó “seducida”. La gran alternativa se desdibujó dejando un rastro de orfandad y decepción en la izquierda, aquella que tiene sus raíces primigenias en los escaños de la Asamblea Constituyente reunida en París el 14 de julio de 1789.

La “Gran Recesión” iniciada en el entorno de 2007 y su gestión desde un “nuevo consenso” entre una socialdemocracia europea “seducida” y los partidos integrados en el partido popular europeo, acabaron trazando el camino hacia la “Gran Decepción” y, más allá, a la desafección de millones de ciudadanos que se reclaman de izquierdas. Las políticas contractivas de la austeridad, la consolidación fiscal procíclica sepultando los recursos disponibles en el rescate de la banca y en las primas de riesgo, las contrarreformas estructurales del mercado de trabajo y de las pensiones, con las devaluaciones salariales, con la precariedad y el aumento de las desigualdades y de la pobreza… certificaron el declive de la socialdemocracia en toda Europa. Sobre este asunto nada queda por decir. No hay controversia. Pero en el seno del PSOE el análisis de las causas se diluye en luchas internas de poder. Y ante la incredulidad y el estupor de sus afiliados y votantes… el partido se desgarra con una insólita Gestora a su frente.

El proyecto de Pedro Sánchez de recuperar para los afiliados al PSOE sus órganos de dirección está recorriendo un camino sorprendente. He de confesar que para mí –como observador exterior de la política partidaria– está siendo algo inesperado e inexplicable. Corresponderá a los sociólogos y a los politólogos interpretar el fenómeno. Pareciera como si el proyecto y las propuestas de Pedro Sánchez se hubieran convertido en la esperanza de los decepcionados, en un símbolo de la recuperación de quienes desde la decepción ya estaban en la desafección. Tal vez sea esta la explicación sobre la que los expertos debieran profundizar para que acabemos por comprender cabalmente el fenómeno al que asistimos. ¿Habrá sido su firmeza en mantener los compromisos adquiridos ante los afiliados del PSOE y ante sus votantes? ¿Habrá sido su firmeza ante las presiones la que ha empezado a restaurar la credibilidad perdida por una socialdemocracia que dejaba de ser alternativa a los poderes dominantes?

El 20 de febrero, la candidatura Somos socialistas, que encabeza Pedro Sánchez a las primarias del PSOE, presentó en Madrid un documento ideológico –Por una nueva socialdemocracia– para dar sentido estratégico a las propuestas que irán construyendo su alternativa política frente a su adversario político, un PP reaccionario y conservador, y frente a su adversario ideológico, el neoliberalismo. Y quienes le acompañan en su camino añaden solvencia y credibilidad a la firme coherencia con los compromisos que Pedro Sánchez mantuvo hasta ser descabalgado de la Secretaría General del PSOE. En la percepción de quienes tan rápidamente se están incorporando ilusionados al proyecto Somos socialistas, las cosas sean tal vez así de sencillas: tan solo se trata de volver a poner al PSOE donde siempre debió estar: en la izquierda política y no sólo en los escaños que están a la izquierda de la Presidencia del Congreso.

El documento Por una nueva socialdemocracia, que da sentido a la candidatura Somos socialistas, empieza advirtiendo que su contenido huye de “una mera agregación de políticas” porque su objeto es establecer “un marco que les dé sentido dentro de un nuevo relato”… el relato de una nueva socialdemocracia para el siglo XXI que recupere los principios que la convirtieron en la alternativa a las políticas neoconservadoras. Pero en ese relato no elude cuestiones esenciales que le dotan de contenidos concretos capaces de convertir el documento en la alternativa de la izquierda frente a la huida de las instituciones y frente a la abstención “constructiva” de la Gestora que hoy gobierna el PSOE.

Los 168 párrafos del documento ilustran el enfoque estratégico de la candidatura de Pedro Sánchez con multitud de ideas que lo confirman como una auténtica alternativa porque recorre todas las cuestiones que importan a la ciudadanía y que hoy se encuentran ya ante “un riesgo general de involución”: los principios y valores del socialismo; el crecimiento entendido como progreso seguro; el mercado de trabajo y el papel de los sindicatos; la precariedad del trabajo y de las pensiones; las políticas de discriminación de género; la sanidad y la dependencia; la educación; la laicidad del Estado; la memoria histórica; el poder de los oligopolios; la calidad de las instituciones; la alianza de las fuerzas de progreso en Europa y en España; las desigualdades y la pobreza; la inmigración y la demografía; el impacto de la digitalización y la robótica en el empleo; la insuficiencia del sistema fiscal; el cambio climático; la gobernanza de las empresas; el sobreendeudamiento de las familias; los problemas de la vivienda; la insuficiencia de los mandatos de las instituciones de la UE; la concentración bancaria y el flujo de crédito a la economía productiva; la ausencia de un pilar social en la arquitectura europea que reequilibre perspectivas excesivamente financieras; la situación de la ciencia y la cultura; la cuestión territorial; la corrupción; el modelo de partido necesario para afrontar los retos del presente y del futuro...

En fin, un documento que recorre las preocupaciones de los ciudadanos desde un nuevo enfoque estratégico que se fundamenta en “una ideología socialdemócrata refundada sobre principios, convicciones y valores propios… críticos con el capitalismo neoliberal”.

Y llegados a este punto quiero detenerme en una cuestión concreta, la cuestión eléctrica. En el ámbito de mis competencias profesionales y de mi propia experiencia, esta cuestión ilustra con toda claridad que el documento no utiliza el término “neoliberalismo” como un adjetivo arrojadizo para la pura descalificación de su “adversario ideológico”, sino en su sentido riguroso, pleno de contenido.

En su párrafo 121, el documento Por una nueva socialdemocracia denuncia que “… los objetivos medioambientales de la Unión Europea se compadecen mal con sus directivas y recomendaciones regulatorias sobre los mercados eléctricos y, en particular, son muy inadecuadas para España, al generar una inflación de los costes eléctricos para los consumidores que drena las rentas de las familias y la competitividad de las empresas…”. Y es, efectivamente, en el sector eléctrico, elemento nuclear de la energía y, por consiguiente, con alcance sistémico sobre toda la economía, donde el doctrinarismo mercadista –es decir, el neoliberalismo– se manifiesta en todo su esplendor: la regulación de los mercados de la electricidad, nacidos en las recomendaciones y directivas de la UE, prescinde de las características de la electricidad y aplica criterios estándares en su regulación que no sirven y fortalecen el oligopolio eléctrico.

Los mercados no son asignadores eficientes en cualquier circunstancia, sólo si concurren requisitos mínimos en los que los agentes puedan competir porque la concentración empresarial no sea alta y la colusión difícil; porque exista libertad de entrada y de salida en todos los segmentos tecnológicos que caracterizan la actividad; porque no se trate de un servicio o bien esencial imprescindible… y si tales cuestiones no concurren y se ignoran, como las ignora la regulación eléctrica europea y española, es que estamos ante puro doctrinarismo, carente de fundamento científico alguno, ante planteamientos ideológicos con sustento en poderosos intereses ajenos a los generales, ante el “neoliberalismo”, en suma, como ideología invasora ante la cual el socialismo debiera tener una respuesta genuina que sólo puede encontrarse en la izquierda, en un proyecto autónomo, independiente de los intereses en presencia.

Por una nueva socialdemocracia no da soluciones concretas a las cuestiones que plantea, porque no es éste su objetivo. Pero sobre esta cuestión –como sobre tantas otras–, la conferencia política del PSOE celebrada en noviembre de 2013 aprobó una propuesta regulatoria que aportaba soluciones solventes al ineficiente funcionamiento del mercado de la electricidad. Y esa propuesta sigue siendo hoy la única posición oficial del PSOE respecto a esta cuestión. Pero, ¿dónde está? Está metida en un cajón guardando el sueño de los justos. Hoy sí creo que el proyecto Somos socialistassacaría del cajón la propuesta y la pondría sobre la mesa… junto con tantas otras propuestas progresistas que este PSOE mantiene a buen recaudo… ¿Por falta de coraje? ¿Por falta de convicción?

Éstas son las razones por las cuales, el ciudadano que firma este artículo, confía en dejar atrás la decepción en la que estaba sumido y sumarse a la corriente de ilusión que el proyecto Somos socialistas ha desatado. Si este proyecto no llegara a buen puerto… nunca más, nunca más. Como tantos y tantos otros, quedará exhausto… aunque seguirá confiando en que, si mañana no pudiera ser, otros lo seguirán intentando. __________________________

Jorge Fabra Utray es economista, doctor en Derecho y  miembro de Economistas Frente a la Crisis.

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