Plaza Pública

Pensar como nuestros abuelos para salvar a su generación

Residencias de ancianos en España.

Rosa Castizo

Siempre he creído que cuando muere un anciano o anciana, muere toda una biblioteca imposible de recuperar. Al menos dos de cada tres muertes por coronavirus en España han sido ancianos que vivían en residencias. La única generación que nos podían contar en primera persona cómo es sobrevivir a una guerra, cómo no hacía falta viajar ni tener apenas dinero para disfrutar de una fiesta entre vecinos, o cómo antes las horas del día daban para lavar a mano, cocinar con leña, cuidar del huerto y atender a cinco hijos.

Todo el sector de las residencias pide a gritos más medios, más material, más tests y más EPI homologados. Mientras tanto, si pensáramos como estos abuelos y abuelas, si les pudiéramos dar las herramientas y la información necesaria, ya llevarían semanas haciendo mascarillas de tela para ellos mismos, e incluso se habrían puesto a aprender a hacer viseras y a esterilizarlas con lejía. Seguro que no habrían esperado sentados el sello de un material homologado, sino que habrían hecho todo lo que pudieran con lo que tenemos, mientras llegan mejores opciones.

En definitiva, si nos pusiéramos en los zapatos de esta generación que estamos perdiendo, a la misma vez que se piden tests y EPIs perfectos, desde hace tres semanas en las residencias habríamos:

  • Eliminado las conversaciones cercanas, sobre todo en baños y comidas.
  • Dividido la plantilla de trabajadores y residentes antes del primer caso oficial de coronavirus en la residencia. De esta manera, si hubiera una persona contagiada, solo entraría en contacto con los mismos compañeros y ancianos.
  • Habríamos protegido completamente la cara de los trabajadores y habríamos puesto mascarillas a todos los ancianos posibles, aunque fuesen de tela.

Para estas tres medidas no hacen falta tantos recursos, sino voluntad, información y reconocer que por un corto periodo estamos en la economía de guerra que ellos nos enseñaron. Ellas y ellos son los auténticos maestros del autoabastecimiento, del que ahora hablamos tanto.

Ninguno de los 4.000 ancianos y ancianas que han fallecido en residencias (en el momento de escribir este artículo) se ha contagiado mientras estaba de viaje o compraba en el supermercado. Ninguno. Cada uno lleva viviendo en una constante cuarentena desde que entraron en esos edificios. Como hace ya un mes que prohibieron las visitas de familiares, estos ancianos solo pudieron contagiarse al llevarse la mano a la cara tras tocar una superficie contaminada, o cuando alguien le ha hablado a menos de dos metros (aún con mascarilla, la distancia es siempre fundamental)

Durante las últimas dos semanas he intentado mover incansablemente y con todas las herramientas posibles tanto material homologable (viseras y mascarillas), como información básica de medidas adicionales a tomar. Todo han sido dificultades y rigidez, mientras los medios nos mostraban más y más residencias afectadas.

He hablado con sindicatos, que me repetían la necesidad de EPI homologados. He hablado con gestores de residencias, que repetían la necesidad de tests y aseguraban que cumplian estrictamente con la norma del 5 de marzo y la guía del 24 de marzo. Hablé con administraciones públicas que o bien no responden, o se van pasando la patata caliente, rezando porque no les caiga encima cuando la tormenta amaine. También con varias ONG de personas mayores, más preocupadas de que reciban una llamada amiga o una carta que de usar sus conexiones para evitar contagios. Y las asociaciones de familiares, abrumadas por la situación y repitiendo medidas a posteriori, como separar a los ancianos con coronavirus.

Gracias a un equipo de más de 40 personas voluntarias, la segunda semana de cuarentena hicimos un correo masivo a todas las residencias de ancianos de España, ofreciendo material homologable y recordando algunas medidas básicas. Solo dos llamaron. La tercera semana de confinamiento hemos geolocalizado las 5.410 residencias de ancianos de España, llamándolas por teléfono, una por una, empezando por Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla. La mayor parte de las residencias siguen prefiriendo limitarse a la norma vigente y entrar en medidas adicionales solo cuando haya algún enfermo por coronavirus confirmado. No suelen recibir EPI homologables (sólo los homologados) y no suelen dividir el personal. Las más necesitadas de material son las públicas y las residencias de caridad con pocos recursos. La falta de información clara sobre medidas alternativas y otros canales para pedir material, son comunes a todas.

En medio de este caos, ha sido toda una esperanza encontrar a estos 40 voluntarios, a makers que imprimen en 3D día y noche, y las asociaciones que hacen mascarillas, poniendo todos ellos tiempo, dinero y voluntad. Todo este material, hasta ser homologado, es homologable y puede salvar muchas vidas usado de la manera correcta. Todas las residencias, ya sean privadas de alta gama, públicas o de caridad, tienen en común algo: un personal extraordinario, con excelentes capacidades, pero muy escaso para una casuística tan diferenciada. El número de trabajadores por anciano que marca la ratio oficial es suficiente para las labores básicas de atención, limpieza y comidas, pero nunca fue suficiente para atenderlos de manera personalizada, más aún en momentos como los que estamos viviendo.

Detrás de cada anciano, como decía al comienzo, hay toda una biblioteca. Detrás de cada trabajador/a hay todo un mundo. Debajo de cada residencia todo un iceberg. Detrás de cada familia, mil razones y preocupaciones. En cada residencia de mayores conviven muy de cerca personas con un alto grado de dependencia, con personas con una memoria extraordinaria que apenas caminan, o personas que caminan todo el día pero no saben donde están. Todas tienen en común algo: llegaron allí esperando que de esa manera se cubrieran mejor sus necesidades.

De los ancianos como símbolo de sabiduría y experiencia, a los que acudimos para pedir consejo, hemos pasado en 20 años a toda una generación en residencias, simbolizando hasta ahora la longevidad enjaulada en medio de nuestra vida acelerada. Más de 4.000 familias están perdiendo a sus mayores sin poder apenas despedirlos. Pero todos como sociedad perdemos nuestra memoria y nuestras raíces. Perdemos biodiversidad humana, perdemos sabiduría y conocimiento. Perdemos una parte esencial de nosotros como seres humanos.

Fue en casa de nuestros abuelos donde aprendimos que “más vale tarde que nunca” y que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. No es tarde aún para que todas las residencias reciban el buen material que ya hay, para extremar las medidas de separación y para no perder toda una generación escudados en el procedimiento.

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Rosa Castizo lleva trabajando 15 años en desarrollo sostenible, desde el sector público y la sociedad civil. Activista y convencida de que renunciar al mejor de los mundos no es renunciar a un mundo mejor.

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