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SANIDAD PÚBLICA EN PELIGRO

La 'marea blanca' regresa a las calles: “Privatizáis porque no sabéis gestionar”

Manifestación de la 'marea blanca' en Madrid.

Decenas de miles de personas volvieron a salir a la calle en Madrid para protestar contra la privatización de la sanida pública. “Si externalizáis es porque no sabéis gestionar. Inútiles, dimisión”, se leía en una de las cientos de pancartas que jalonaban la quinta marea blanca del año.

Batas blancas, las camisetas verdes en defensa de la educación pública y hasta perros vestidos de enfermera componían la marcha, que cruzó desde Neptuno hasta la Puerta del Sol en menos de dos horas. Encabezaban la manifestación las cocineras y pinches del Hospital de La Paz, con sus cubos de plástico convertidos en improvisadas percusiones.

Pocas veces ha existido una unanimidad igual en el sector sanitario. Desde los pinches de cocina y los celadores hasta los jefes médicos. Unos y otros gritaban lo mismo el “Sí se puede” y el “No nos representan” que comparten con las protestas contra los recortes, contra los desahucios o con el 15-M, que un “No queremos pagar su deuda con sanidad y educación”.

Juan Domingo García Lozano era hasta el día 30 de abril jefe del servicio de admisión del Hospital Carlos III. Tiene 66 años y le había sido concedida una prórroga para continuar hasta los 70. Ahora es uno más entre los 700 médicos cuya jubilación forzosa ha decidido la Comunidad de Madrid. El problema, ahora, no es sólo él, sino los servicios de referencia del Carlos III que peligran. “La falta de información es absoluta”, se lamenta. Dice que se están desmantelando servicios en los que su hospital era pionero, como el de enfermedades infectocontagiosas, que se va a trasladar a La Paz. “Aún no sabemos cómo”, se encoge de hombros García Lozano, “pero mientras en un hospital pequeño como el Carlos III se podía hacer fácilmente la cuarentena de un enfermo, en uno grande como La Paz se corre el peligro de expandir cualquier epidemia”, explica.

También ocurre lo mismo con la unidad de Medicina Tropical o con el seguimiento médico que el Carlos III lleva a cabo con los niños procedentes de la adopción internacional. También teme por la unidad, única en España, que se ocupa de la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa y, hasta el momento sin cura, que necesita un tratamiento multidisciplinar.

Cocinas en precario

En el otro extremo del edificio sanitario, en las cocinas de La Paz, también reina la indignación. De las 120 personas que trabajan en ellas, en cuatro turnos, sólo el 20% es personal fijo. Los temporales tienen contratos de tres meses. Desde hace más de siete años no se sustituye a quienes se van jubilando, no hay oposiciones. Al trasladar a La Paz a los fijos de la cocina del Hospital Puerta de Hierro, cuyos servicios no sanitarios han sido privatizados, ya han despedido a ocho trabajadores temporales y en junio, cuentan Brígida y Paquita Rey, ambas pinches, peligran más.

“Preparamos más de 20 dietas para los enfermos”, explican, “si privatizan las cocinas, la empresa que se las adjudique optará por la cocina fría: congelar y calentar los fines de semana, por ejemplo”.

Más de 100 camas cerradas

De la tijera no se salvan ni las nuevas fundaciones impulsadas en los últimos años por el Gobierno regional. Bajo una pancarta caminan los trabajadores del Hospital de Alcorcón, el primero del nuevo modelo de gestión sanitaria que implantó en Madrid Esperanza Aguirre. Allí, cuenta Marisa, que es auxiliar de enfermería, se han cerrado en el último año más de 100 camas, de un total de 450 con que contaba el centro, por falta de personal. El 60%, asegura, no es fijo.

En el centro de salud de General Ricardos ya no hay presupuesto para pagar a médicos suplentes. Así que, los seis minutos por paciente que tiene asignados cada facultativo pueden quedar reducidos a la mitad si a alguno de ellos se le ocurre cogerse una baja. Tienen que repartirse los pacientes porque en Primaria no puede haber lista de espera. Lo cuenta Cristina de la Cámara, médico de familia en ese centro del barrio de Carabanchel. “Los recortes se están haciendo sin criterio, se pasa la guadaña al ras y se llevan por delante todo lo que haya, aunque luego eso genere más gasto”, protesta.

Desde su centro ya no pueden derivar a los enfermos al Clínico, su hospital de referencia, para que les sometan a pruebas diagnósticas. Las ecografías, por ejemplo, tienen que hacerse en clínicas privadas con las que la Consejería de Sanidad ha cerrado convenios: “Así se reducen las inversiones públicas en tecnología, y se pierde el control de la gestión, la garantía de que hay transparencia, unos plazos y un nivel de calidad”.

Sin material, sin nefrólogo

En el centro de salud de la calle Espronceda, en Chamberí, una de sus trabajadoras se queja de que se han pasado un mes sin vacunas y que han tenido problemas hasta con el papel para las manos. Algo parecido a lo que ocurre en otro hospital de gestión semiprivada, el Infanta Sofía de San Sebastián de los Reyes, que el Gobierno de Ignacio González quiere privatizar al 100%. “Las agujas y hasta los pañales son ahora de peor calidad”, claman dos enfermeras.

Los dueños del gigante de la sanidad privatizada se ocultan en las Caimán

En el Niño Jesús, un hospital infantil pegado al Retiro, el 31 de diciembre despidieron a 18 personas. También ha sido jubilado a la fuerza su único nefrólogo. Sus pacientes se los han repartido entre los pediatras del centro y los del vecino Gregorio Marañón. Daniel, que es técnico de laboratorio; María, celadora; Alicia, pinche de cocina, y Beatriz, auxiliar administrativo, temen por el futuro de sus respectivos departamentos. Hay personal no sanitario, comentan, al que se renueva el contrato cada mes. A otros, cada seis meses.

Además, como en algunos centros más, el traslado de celadores y auxiliares administrativos procedentes del Instituto de Cardiología –cerrado en diciembre– y del Puerta de Hierro –cuyos servicios no sanitarios han sido privatizados– ha supuesto la salida de otros tantos temporales en el Niño Jesús. Mientras enrollan la pancarta y cogen el metro para ir a trabajar –son las dos de la tarde–, dicen que correrán la misma suerte las cocinas, la lavadería, los talleres y hasta el laboratorio de su hospital.

A la entrada de Sol, uno de los manifestantes agita una pancarta con una escueta advertencia: “Ya votaré”.

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