Caso Nóos

Un despiste de la Guardia Civil desata las sospechas de juego sucio contra el juez del ‘caso Urdangarin’

El juez Castro y el fiscal Horrach en la Jefatura de Policía de Palma.

La Guardia Civil acaba de resolver el último misterio de la cadena de casualidades, coincidencias y extrañas conjunciones de factores que desde hace cinco años afronta el juez de Palma José Castro, instructor del caso Urdangarin. Horas después de que un diario local informase del “extravío” de la pieza del caso Palma Arena en la que Castro investiga la supuesta financiación ilegal del PP balear, la Guardia Civil se percató de que los 390 folios perdidos estaban en su poder. Esta vez, no había misterio sino puro y llano despiste: el magistrado había entregado el tomo a la fuerza policial hace seis meses para encargarle varias diligencias y nadie se apercibió de que los papeles no habían sido devueltos. Solo cuando, ya pasado el mediodía, alguien de la comandancia leyó la noticia comprendió que esos, exactamente, eran los papeles que buscaba el juez. Una llamada telefónica al magistrado disipó la incertidumbre.

La Policía ofreció a Castro y Horrach contravigilancia tras detectar que se les espiaba

La Policía ofreció a Castro y Horrach contravigilancia tras detectar que se les espiaba

La localización del tomo perdido y hallado en la comandancia de la Guardia Civil de Palma zanjó una mañana de sospechas, conjeturas y cábalas. El juez, y así lo asegura su entorno, no creyó en ningún momento que la desaparición fuese producto de un robo. Pero la importancia de los documentos, algunos de ellos relativos al mitin que Mariano Rajoy protagonizó en el velódromo Palma Arena en mayo de 2007, desató las hipótesis. Las peores, sobra decirlo.

En circunstancias normales, difícilmente habría tomado cuerpo la idea de que, había entrado en escena -de nuevo- una mano negra. O el azar, si se prefiere. El azar que, por ejemplo, hizo que el PP balear contratase detectives en 2010, el mismo año en que la Policía ofreció contravigilancia al juez Horrach Castro y al fiscal Pedro Horrach tras detectar que estaban sometidos a seguimientos. El mismo azar, también, que condujo al abogado de Iñaki Urdangarin a contratar a un hacker con apellido de héroe de ficción –Bevilacqua, como el guardia civil creado por el novelista Lorenzo Silva– para, que oficialmente, le pusiera en orden una copia del sumario y cruzase datos. Bevilacqua, el de verdad, había trabajado para el CNI. Cuando el abogado Mario Pascual le contrató ya estaba, además, imputado en la llamada Operación Pitiusa por traficar con datos personales de ciudadanos.

Hace menos de un mes, el yunque de la casualidad forjó el último eslabón en esta concatenación de hechos singulares. Alguien coincidió casualmente por la tarde con el juez Castro y la abogada Virginia López Negrete, que ejerce la acusación popular. La casualidad tuvo lugar en un bar situado frente al domicilio del juez y quedó plasmada en una serie de fotos con suciedad técnica propia de un huelebraguetas de cine negro. Las imágenes, cuya autoría persiste como una incógnita, fueron publicadas por el diario Abc bajo un titular según el cual el juez y la abogada fueron cazados no mientras charlaban sino cuando “intimaban”. Y no tomaban café, cerveza o cocacola sino que estaban “de copas” en pleno día y en aquel bar.

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