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Memoria histórica

El último barco republicano

Operación Stanbrook

Ibon Uría

28 de marzo de 1939. 20.000 republicanos esperan hacinados en el puerto de Alicante. Las fuerzas italianas bloquean el lugar, los barcos gestionados por la República con Reino Unido y Francia para evacuar a los derrotados de la Guerra Civil no aparecen, y la victoria de Franco y el comienzo de la represión de la dictadura es cada vez más inminente. El último bastión de la República se apaga y, con él, las esperanzas de todos ellos.

Pero algo cambia aquella noche. El capitán Archibald Dickson, al mando del carbonero británico Stanbrook, decide arriesgar su suerte y permite embarcar a más de 3.000 hombres, mujeres y niños. Claro que Dickson no había llegado con la intención de salvar a nadie. Como puede leerse en una carta de su puño y letra [ver en PDF], su intención no era otra que recoger un cargamento de tabaco, naranjas y azafrán. "Mis instrucciones eran que no debía tomar refugiados a menos que estuviesen realmente necesitados. No obstante, depués de ver la condición en que se hallaban, decidí aceptarlos a bordo", relata.

En la madrugada del 28 al 29 de marzo, el Stanbrook, con capacidad para 24 tripulantes, se llena hasta los topes de personas en una situación desesperada. Una auténtica avalancha humana que hace dudar a Dickson. "Estuve casi inclinado a dejar caer la pasarela y alejar mi nave del muelle, pero decidí, desde un punto de vista humanitario, dejarlos subir a todos", explica. El plan inicial era llevar a los republicanos al puerto de Orán, al norte de Argelia: "Se me dijo que sus pasaportes estaban en orden y que podrían desembarcar sin ninguna dificultad". Sin embargo, la travesía se convirtió en una auténtica odisea.

Hasta los topes

Mientras los pasajeros embarcan, en el puerto corre el rumor de que un ataque aéreo se cierne sobre Alicante. Las prisas por subir a bordo aumentan. Cuando todos están listos para zarpar, la pasarela del buque no cabe en cubierta: hay que fijarla en el exterior de la nave con cuerdas. Apenas hay espacio para moverse. El capitán toma conciencia del reto que tiene por delante. "Cuando todos los refugiados se hallaron a bordo, era prácticamente imposible dar una descripción adecuada de la escena (...). Parecía uno de esos vapores vacacionales del río Támesis en un día festivo, sólo que muchas veces peor", describe.

El capitán Dickson

"El número de refugiados embarcados hacía prácticamente imposible que nadie pudiese moverse en la cubierta del buque –añade–. En toda mi experiencia en la mar, que abarca 33 años, nunca he visto nada así y espero no volver a verlo nunca más". El barco zarpa cargado con miles de personas y todas sus posesiones empaquetadas en maletas. Diez minutos después, cuando aún se vislumbra el puerto, la amenaza del bombardeo se hace realidad. "El flash de las explosiones se podía apreciar visiblemente", cuenta el capitán. "La conmoción de los proyectiles explotando se podía casi sentir".

Los problemas no han hecho más que empezar. La comida escasea, algunas personas se desmayan víctimas del hacinamiento. Cada vez que un barco se aproxima al Stanbrook, los refugiados hacen que el buque se escore peligrosamente: "Parecían pensar que cada barco que aparecía a la vista era un navío de Franco que venía a interceptarlos", relata Dickson. "Proseguíamos experimentando una gran dificultad en mantener la quilla equilibrada", recuerda.

Sin final feliz

Pese a la valentía de Dickson, la aventura del Stanbrook no tuvo final feliz. En Argelia, tras dos días de negociaciones del capitán con las autoridades locales, sólo mujeres y niños pudieron desembarcar. Los hombres tuvieron que permanecer a bordo y zarparon nuevamente. Deambularon dos meses sin rumbo fijo. En los puertos, donde no se les permitía desembarcar, la gente les lanzaba fardos de comida a bordo para sobrevivir. Algunos acabaron en campos de trabajo forzado, otros participaron en la liberación de París.

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Tampoco tuvieron un final feliz quienes no consiguieron subir al navío. La mayoría acabó en los campos de concentración de Porta Coeli y Albatera. El Stanbrook y su capitán, Archibald Dickson, cayeron víctima de un torpedo nazi que hundió el navío y mató al marinero. Sin embargo, quienes integraron el pasaje del Stanbrook recuerdan con cariño aquella hazaña: "Fue como darme la vida, esa sensación de seguridad, de protección... fue un viaje a la vida", recuerda Helia González, una niña del Stanbrook que a sus 77 años aún recuerda aquel viaje.

Ahora una iniciativa cívica y memorial se ha propuesto revivir la hazaña. El próximo 28 de marzo, un barco zarpará de Alicante con destino a Orán. A lo largo de cuatro días, habrá visitas a los campos de trabajo y a los barrios de la ciudad argelina en los que se establecieron los pasajeros del Stanbrook. "La gesta del capitán Archibald Dickson merece ser recordada como una auténtica heroicidad", dice Rafa Arnal, uno de los organizadores. "Arriesgó mucho con la decisión de dejar embarcar a los refugiados y le debemos un sentido homenaje".

Como parte de los actos conmemorativos, el pasado 21 de febrero se presentó además en la Universidad de Valencia el documental Cautivos en la arena, del periodista Joan Sella, que narra los lugares más significativos en la estancia de los españoles en suelo magrebí.

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