Centros de Internamiento de Extranjeros

“No te dejaban ni salir ni llamar, era como una cárcel; lo pasé muy mal”

Protesta contra los CIEs este domingo en Madrid.

Este domingo, entre caseta y caseta de la Feria del Libro de Madrid, los paseantes han podido conocer el relato de una realidad que, como a veces ocurre, ha resultado más sobrecogedora y terrible que la ficción literaria. En esta jornada contra los Centros de Internamiento de Extranjeros (los CIE), donde se encierra sistemáticamente a extranjeros sin papeles sometidos a expediente de expulsión del país, los propios afectados han tomado la palabra para narrar sus experiencias en estas instituciones definidas a través de una palabra recurrente: “cárceles”.

Estos centros, de los que actualmente existen ocho en España, han sido objeto de denuncia en numerosas ocasiones por el trato que se da a las personas que ingresan y las condiciones en las que se les mantiene. Los CIE han sido escenario incluso de muertes por falta de atención médica, como fueron los casos de Idrisa Diallo, procedente de Guinea Conakry y fallecida en Barcelona en 2012 o el de la congoleña Samba Martine, a quien no se diagnosticó una meningitis y murió en Madrid.  

"Todos los derechos que se reconocen en la ley son vulnerados" en estos centros, ha señalado durante el acto Patricia, miembro de la Plataforma Estatal por el cierre de los CIE, en declaraciones a Europa Press. A los ingresados se les deniega el "derecho a la vida familiar, el derecho a la intimidad o el derecho a la salud", ha añadido, ya que "no tienen asistencia psicológica de ningún tipo, ni asistencia sanitaria". "Son peores que cárceles, porque los extranjeros tienen menos derecho que las personas que se encuentran en una prisión".

Almamy, un maliense que reside a día de hoy en Madrid, es uno de los que se han subido al estrado en el Parque de coches del parte de El Retiro para dar a conocer su historia y clamar por el cierre de estos centros, una demanda suscrita por diferentes asociaciones que han convocado conjuntamente este acto de protesta por segundo año consecutivo. El llamamiento de este domingo cerraba así una semana de actividades de concienciación hacia este problema que, además de en Madrid, se ha celebrado en otras ciudades españolas y extranjeras, como Londres u Otawa.

De Malí, de donde salió en 2008, Almamy viajó en furgoneta a Mauritania, y desde allí hasta Las Palmas en patera, un viaje de cuatro días en el que se quedó “sin nada”: “sin agua, sin gasolina ni comida”. Al llegar a Canarias le hicieron una prueba que determinó su minoría de edad, y le enviaron a un centro de menores donde acabaría pasando dos años encerrado junto a otras 300 personas de diferentes nacionalidades. “No te dejaban ni salir ni llamar, era como una cárcel. Lo pasé muy mal”, recuerda. “Y al cumplir los 18, me echaron a la calle”.

Convencido de que podría coger un coche para llegar hasta Madrid o Barcelona, pronto descubriría que su única posibilidad de salir de la isla era por avión o barco, unos billetes que no se podía permitir. Acabó durmiendo en la calle hasta que un hombre senegalés le costeó el trayecto. Después de varias idas y venidas, y de temporadas viviendo sin techo, fue acogido por Javier Baeza, párroco de San Carlos Borromeo, conocida como la iglesia roja de Vallecas, que trabaja con inmigrantes y otras personas en riesgo de exclusión social y que ha sido una de las convocantes de esta jornada. “Y de momento estoy bien, gracias a dios”.

Un día en la vida de un preso sin condena

Cada mañana, recuerda Almamy, amanecía igual que todas las anteriores en aquel centro de Las Palmas en el que vio transcurrir centenares de días. A las 7.00 les despertaban. A las 8.30 tomaban el desayuno, “leche sin azúcar, a veces con Colacao, y pan sin mantequilla ni mermelada ni nada”. A las 13.00 tomaban el almuerzo. “Muchas veces sopa, siempre poca comida”. Y cena, “a veces ni había”. El resto del tiempo, nada. “A veces por la tarde jugábamos al básquet o el fútbol, y a veces también venían voluntarios de la Cruz Roja a darnos clase de español, y nos traían algunas galletas o ropa, calcetines…”.

En ocasiones, la casa donde vivían, un antiguo hotel, no tenía suficientes camas para acoger a los recién llegados, que tenían que dormir en el suelo. “Normalmente éramos seis o siete personas en cada habitación, unos arriba y otros abajo”, explica Almamy, que recuerda que el edificio era un hotel reconvertido. Y el trato recibido por los educadores, aunque no quiere generalizar, fue traumático. “La gente nos trataba mal, recuerdo sobre todo a dos hombres, que eran lo peor que había por allí”, señala el maliense, antes de lanzar un último mensaje: “La UE dice que Marruecos no respeta los derechos humanos, pero es la UE la que no los respeta. Ellos se contentan con dar dinero a Marruecos para que eviten que la gente salte las vallas, pero no cumplen las leyes”.

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