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Mina Jallabi: “Se lo llevó la Guardia Civil por una pelea con la vecina y ya no volvió a casa”

Mina Jallabi: “Se lo llevó la Guardia Civil por una pelea con la vecina y ya no volvió a casa”

Sergi Tarín | Valencia

No puede maquillarse ni tampoco mirarse al espejo, que está cubierto con papel de plata. Y viste completamente de blanco. Mina Jallabi, de luto musulmán, es una cabecita morena y unas manos de dedos muy largos que sostienen la foto de Said Mounafis, su esposo, quien murió en el cuartel de la Guardia Civil de Canals (Valencia, cerca de 14.000 habitantes) la madrugada del pasado 7 de agosto. Según los atestados de la Benemérita a los que ha tenido acceso infoLibre, Said se ahorcó con el cordón del chándal en el calabozo tras ser detenido por una disputa vecinal. Tres días después, Mina denunció a la Guardia Civil en los juzgados de Xàtiva. “La detención y la custodia están repletas de irregularidades”, sintetiza S. Medina, una de sus letradas.

Riña vecinal

Durante el verano todas las noches son la misma noche en la calle del Pozo, en la Granja de la Costera (350 habitantes). Es una vía estrecha, corta y cerrada por un muro. En el número 10, Said cena su ensaladilla a la puerta de casa. Enfrente, en el 19, Virtudes toma el fresco en la mecedora. Su relación es mala. Said no puede sacarse de la cabeza al perro de Virtudes, un animal enojoso de ladrido perenne. Además, está viviendo uno de los peores momentos desde que llegó a España, hace 20 años, procedente de Ait Majden Azilal, cerca de Benimelal, en Marruecos. Tenía entonces 23 años y unos brazos feroces para el trabajo: temporero en Andalucía; albañil y carpintero en Valencia. En 2008 arribó Mina y su principal objetivo era traer de Marruecos al hijo de ambos, de 17 años, para lo cual Extranjería le exigía 1.100 euros de ingresos mensuales. Said se afanaba para progresar, pero hace cuatro años una artritis psoriásica empezó a perforarle las plantas de los pies. Pese a que solo podía caminar con muletas, y aún así con mucha dificultad, la Seguridad Social, en contra del criterio de su médica, le había dado el alta y debía incorporarse a su labor de peón agrícola. ¿Cómo trabajar? ¿Cómo pagar el alquiler? Said, si las cosas se ponían feas, planteaba echarse a mendigar con un pequeño violín de madera que apenas sabía tocar. Un cúmulo de pensamientos oscuros bajo un fondo de ladridos de perro.

A las 23.30 del 6 de agosto, unos alaridos quiebran la terca monotonía. Miquel (nombre ficticio) ve a Said agarrando del pelo a Virtudes y golpeándola en el abdomen. “¡Said, no me mates!”, “¡Es una bruja!”, se cruzan los gritos. Miquel corre con sus hijas dentro de casa y telefonea al 112: “Creo que está habiendo una agresión con arma blanca”. La Guardia Civil de Canals está cerca y acude al llamado. Por el camino se cruzan con Virtudes rumbo al hospital. La mujer tiene un corte en el brazo, que precisa tres puntos, y un arañazo en el cuello. Junto a su casa hay restos de sangre y, cuando llaman al número 10, Said abre y les deja pasar. “Estaban nerviosos y tenían una actitud hostil”, recuerda Miquel sobre los guardias. Algo que corrobora Mina: “entraron a gritos y me empujaron; eso puso más ansioso a mi marido”. Los guardias esposan a Said y buscan el cuchillo en el salón, en la cocina y en la calle. Pero no hay cuchillo ni manchas de sangre en sus manos ni en su ropa. A las 23.50 se lo llevan detenido. Le quitan las esposas para que pueda caminar con las muletas hasta el coche patrulla. Será la última imagen con vida que conservará Mina de su esposo.

“¡Said, muerto!”

Mina no duerme en toda la noche. A las 2.00 y a las 7.00, los guardias regresan para realizar, en vano, más registros. No tienen orden, pero Mina no les impide el paso. Al preguntar dónde está su esposo le contestan que ya se lo dirán cuando pueda visitarlo. A las 14.45, un vecino le avisa de que la Guardia Civil ha llamado al Ayuntamiento para que la localicen y acuda con urgencia a la comandancia de Canals. Mina junta cuatro ropas y ese mismo vecino la acerca en coche hasta el cuartel, a unos cinco quilómetros.

Son las 15.00 cuando le dicen que Said no está allí, que está muerto, que se ha suicidado y que su cuerpo viaja hacia al Instituto de Medicina Legal de Valencia. Mina recuerda cómo los guardias le escenifican el suicidio: con una punta del cordón del chándal atada al cuello y el otro extremo a la rodilla y dando un estirón con la pierna. Le dicen que todo está grabado por las cámaras de seguridad y le entregan un papel con un número de teléfono y un nombre: “Francisco (funeraria)”.

Cuando Mina regresa a La Granja, algunos vecinos ya conocen la noticia desde hace horas. Uno de ellos, que prefiere no decir su nombre, relata que a media mañana llamó un amigo de Canals para preguntarle “por el moro de La Granja que se había suicidado” y de cómo “no se hablaba de otra cosa en Canals”. “¡Said, muerto!”, se refugia Mina en casa de Antonieta, una anciana a la que cuida. A los dos días, habla con la médica del pueblo, quien desde hace un año y medio atiende a Said y está preparando un recurso contra el alta decretada por la Seguridad Social. Ella le pone en contacto con las abogadas que le aconsejarán denunciar a la Guardia Civil por la desaparición y muerte de su esposo, lo que Mina hará el lunes a primera hora. Y aún tendrán que pasar 14 días más de formularios y burocracias para poder tocar la cara de Said en el depósito y rezar en silencio sobre el cuerpo envuelto en una bolsa blanca con la palabra “Xàtiva” escrita en azul.

Cúmulo de anomalías

Cinco días después de la muerte de Said, la Guardia Civil se investiga a sí misma y entrega un atestado de 13 páginas y tres anexos al juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 3 de Xàtiva. Según la letrada Medina, “el dossier relata un cúmulo de anomalías”. La más evidente es que Said ingresara al calabozo con un cordón, algo prohibido. El atestado reconoce la negligencia y lo contrario, ya que afirma que Said “ha sido objeto de cacheo, así como la retirada de los objetos con los que se pudiera autolesionar (...) ha sido objeto de la correcta aplicación del protocolo”.

Tampoco hay constancia de que se diera asistencia jurídica al detenido, a pesar de ser preceptivo, ni atención médica, aunque no podía sostenerse sin muletas. El acta de detención e información de derechos aparece sin la firma de Said y las cámaras de seguridad no registraron su muerte “por un posible defecto en la colocación”, tal y como explica el atestado, que relata que murió “por asfixia por una suspensión incompleta”, es decir, ahorcado pero con los pies en el suelo. El dossier policial describe, en contra de lo que se contó a la viuda, que se ató el cordón “al pivote de la puerta corrediza de la ventana a efecto de mirilla que se encuentra situado a 1,62 m. del suelo”. Un nudo que no impidió que, a las 6.10, un agente abriera esa ventanilla y le encontrara “de espaldas, concretamente la coronilla de la cabeza, pensando que podría estar orando, al ser esta persona de religión musulmana”. Según el atestado, los guardias no volvieron a verlo hasta que lo hallaron muerto a las 10.00 de la mañana. Cuarenta y cinco minutos después avisaron al juzgado.

Según el informe de levantamiento del cadáver, realizado a las 12.30, Said falleció entre las 2.00 y las 4.00 de la madrugada. “Se descartan signos de violencia, lucha o defensa”, concluye este informe sin especificar el por qué. Además, apunta únicamente un “despegamiento cutáneo en borde externo de pie de derecho”, pese a que Said estaba descalzo y con las numerosas heridas que le corroían las plantas de los pies a la vista. Y finaliza de manera poco ortodoxa para tratarse de un protocolo médico: “Por su parte, había estado detenido en otras ocasiones”. Said carecía de antecedentes penales.

Alcohol en sangre

“La referida agresión ya tiene su origen en una serie de variopintas desavenencias vecinales entre el finado y el resto de vecinos de su calle”. Esta es una de las apreciaciones subjetivas que salpican el atestado y que contradicen numerosos testimonios. Todos, salvo Virtudes, coinciden en que la relación con Said “era buena y cordial”. Algunos relatan favores: “me cortaba la leña”, “me bajaba la persiana cuando llovía para que no se mojara la puerta”, “nos regalaba melones”. Y sus ex-compañeros de trabajo en el aserradero de la cercana localidad de Rotglá le recuerdan como alguien “sin miedo a la faena y capaz de dedicarle las 24 horas”. Paco, amigo íntimo, no imagina a Said capaz de suicidarse. “¿Cómo iba a dejar sola a la mujer? ¿Y al hijo, con la ilusión que tenía por traerlo?”. Y según Pepe, dueño de la empresa, “era muy buena persona, pero tenía un defecto: el alcohol”. “Le amodorraba, hablaba de más, pero no le ponía agresivo”, explica.

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Sobre este asunto, el atestado policial incluye un análisis realizado a Said en el Instituto de Medicina Legal que destaca la existencia de 2,09 g/L de alcohol en sangre. Un nivel suficiente como para generar desorientación, alteración del equilibrio o incoordinación muscular, entre otros efectos que, según fuentes médicas consultadas por infoLibre, dificultarían la destreza para perpetrar un ahorcamiento con éxito. El caso de Said ha movilizado a la comunidad marroquí de Xàtiva, ha saltado al consulado de Marruecos en Valencia y se ha tornado en prioritario para su titular, Abdelaziz Jatim. “¿Cómo puede pasar algo así en unas dependencias de seguridad?”, se pregunta durante una reunión con Mina y sus abogadas. “Sabemos que España es un país de derechos, pero también que se puede dar un comportamiento estúpido; debe arrojarse luz sobre este asunto”, conluye.

Una luz que depende del resultado de la autopsia del cadáver. Esta se realizó el 8 de agosto, pero su informe podría demorar hasta un año en redactarse. Las abogadas de Mina, dependiendo del resultado, se plantean solicitar una segunda autopsia que, junto al traslado a Marruecos, sufragaría el consulado. De momento han pedido una copia de las grabaciones del calabozo y una inspección ocular del mismo. Ninguna de las dos han sido contestadas.

Mientras, Mina y Virtudes se cruzan a diario por la angosta calle del Pozo. “Antes tendría que haberlo hecho. No quiero saber nada ni de moros ni de moras. ¡Tampoco de periodistas!”, rehúye Virtudes las preguntas. Y en su casa, Mina recibe cada tarde algunas vecinas que le acompañan “con ese té tan rico que prepara con la hierba que aquí le ponemos al santo”. El caso de Said ha llegado a Amnistía Internacional y Cruz Roja le está ayudando con la pensión de viudedad y la reagrupación familiar. Y pese a que el luto musulmán exige sobriedad y entereza, Mina no puede evitar el llanto cuando quienes la rodean le dicen que sí, que ya ha pasado tiempo más que suficiente para obtener las primeras respuestas.

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