Documentales

La memoria sumergida: crónica de la desaparición de cinco pueblos bajo las aguas de un embalse

El pueblo de Aceredo (Ourense) medio sumergido bajo las aguas del embalse de Lindoso

Del antiguo Mediano, en Huesca, ya solo se puede ver sobresaliendo del pantano el campanario de su iglesia románica. En 1962, en Portomarín, Lugo, sus vecinos no se lo pensaron y, cuando se vieron obligados a abandonar su pueblo por la construcción de la presa de Belesar, se llevaron con ellos la iglesia románica de San Nicolás: numeraron las piedras y volvieron a colocarlas en su actual emplazamiento. En la localidad malagueña de Peñarrubia, sus 1.800 habitantes tuvieron que abandonar en solo 15 días sus casas y presenciar cómo se derruyeron sus inmuebles –excepto la iglesia, la escuela y el cuartel de la Guardia Civil-, para evitar la reocupación, antes de que el embalse de Guadalteba inundara sus terrenos en 1971. El cierre de las compuertas de la presa de Riaño, marcada por incidentes y protestas vecinales, se realizó el 31 de diciembre de 1987 deprisa y sin inauguración oficial ya que esa jornada era el último día antes de la entrada en vigor de la nueva directiva europea que prohibía la construcción de embalses como el leonés para así proteger los valles y los pueblos de alta montaña. Cuatro años después, ya en los 90, los pueblos ourensanos de Aceredo, Buscalque, O Bao, A Reloeira y Lantemil, en pleno Parque Natural Baixa Limia-Serra do Xurés, también quedaron bajo el agua del embalse luso de Lindoso pactado en los años 60 por Franco y Salazar.

Estas localidades son solo una muestra de los 500 pueblos que, según Ecologistas en Acción, se ahogaron bajo el agua solo durante el siglo XX se ahogaronconsecuencia directa del boom por la construcción de embalses llevado a cabo durante el franquismo. De la mano del Plan Hidrológico Nacional de Franco se calcula que, durante los cuarenta años de dictadura, se erigieron más de 450, pasando así España de una capacidad de 4.000 millones de metros cúbicos a más de 36.600 millones. Según datos del Ministerio de Medio Ambiente, en la actualidad, el número de grandes presas, es decir, aquellas que tienen más de 15 metros de altura de dique en su punto más alto, supera las 1.200. Cifra que Ecologistas en Acción reduce en 1.150 y que la Sociedad Española de Presas y Embalses (SEPREM) eleva a 1.813 sumando “presas, contra embalses, azudes, diques collado y diques cola”.

Y bajo ese millar de embalses, centenares de pueblos y millones de historias inundadas. “Yo siempre he dicho que los damnificados por los pantanos son los judíos españoles del siglo XX”, afirmaba Julio Llamazares durante la promoción de su libro Distintas formas de mirar el agua en 2015. El escritor sabe de lo que habla ya que nació en el leonés Vegamián que quedó anegado por el embalse de Porma en 1968. La comparación con los judíos obligados por los Reyes Católicos a abandonar la península en 1492 no es baladí por parte de este autor: “Muchos de los habitantes de esos pueblos bajo el agua guardaron las llaves de sus casas aunque sabían que las iban a destruir, como hicieron los judíos cuando fueron expulsados de España”.

A casi 400 kilómetros y dos décadas después, en cinco aldeas del Ayuntamiento de Lobios, en el sur de la provincia de Ourense, limítrofes con Portugal –lo que se conoce como A Raia-, también sucedió lo mismo. “La gente cuando dejaba sus casas le echaba la llave a la puerta”, explica Francisco Villalonga, vecino de Aceredo, preguntándose: “¿Para qué que se le echa la llave a la puerta si lo que va a venir se filtra por las rendijas, por el suelo y por la más mínima grieta? Pero la gente tenía aquella intuición de 'me voy' aunque allí ya no se volviese más”.

Junto con la aldea de Aceredo, Buscalque, O Bao, A Reloeira y Lantemil corrieron la misma suerte: terminar bajo las aguas del río Limia acumuladas en el embalse de Alto-Lindoso, ya en territorio luso. En total, se vieron afectadas 2.500 personas. La presa, explotada por la empresa Electricidad de Portugal (EDP), se proyectó en 1983 y se terminó en 1992 con un coste de más de 100 mil millones de escudos –casi 500 millones de euros-. Aunque, Portugal ya tenía en mente este proyecto desde 1928. “Esto lo sé yo de un vecino mayor que nos dijo a su nieto y a mí: “Mirad niños, yo no lo voy a ver ya, pero vosotros puede que sí. Va a venir un embalse que va anegar este territorio. Quiero que sepáis que esto no data de ahora, sino de 1928”. Es más, yo tengo una única foto de un abuelo mío que anduvo por el monte de aquella con los topógrafos llevando la mira”, cuenta Villalonga. Sin embargo, el convenio entre España y Portugal no se firmó hasta los años 60.

El pacto secreto entre Franco y Salazar

Concretamente fueron Franco y Salazar los que cerraron el acuerdo en mayo de 1968 en el que se establecía para España el potencial de las partes internacionales del río Tajo y del Chanza –afluente del Guadiana-, mientras que Portugal se quedaba con la explotación hidráulica del Guadiana y el Limia. Además, Lindoso y la “utilización en territorio español del desnivel del río”, serviría para compensar a Portugal y saldar cuentas por un fallo en un convenio previo firmado en 1927. “Fue un toma-daca, 'yo te di, ahora me das tú', es el concepto de devolverle los intereses que en otro momento habíamos tomado nosotros”, asegura Francisco Villalonga.

Poco más se sabe de este acuerdo prácticamente secreto firmado entre los dos dictadores. En 2009, el senador del BNG Xosé Manuel Pérez Bouza intentó obtener más información ya que, a razón de este convenio, EDP no paga sus impuestos en Galicia por la energía que produce en Lindoso, y eso que el 80% de sus aguas está en los ayuntamientos ourensanos de Lobios y Entrimo. Según el periódico La Región, las dos localidades habrían dejado de ingresar en sus arcas un millón de euros entre 1992 y 2009 por el impuesto de bienes inmuebles (IBI). La razón de este impago radicaba en este acuerdo entre Franco y Salazar en el que se establecería que la empresa no estaría obligada a pagar ningún impuesto en territorio gallego.

Con la firma de este acuerdo en 1968 empezaron los rumores en la zona de Aceredo y poco tardó en llegar la empresa portuguesa para negociar con los vecinos. Francisco Villalonga usa otra palabra: amedrentamiento. “A la gente mayor le decían que si no vendían por lo que el perito quería comprar, después iban a cobrar menos o que incluso no iban a cobrar porque vendría la forzosa. Entonces, la gente, por el miedo que le estaban metiendo, empezaron a vender”, explica. La táctica de la empresa fue ir haciéndose con los terrenos hasta llegar a la mitad más uno. “Esto fue un desahucio remunerado, pero que fue muy premeditado. Tanto, que echamos casi 30 años diciendo que viene, que no viene, que si deja de venir”, afirma. Desde finales de los 60 hasta inicios de los 90, casi tres décadas en las que los vecinos no sabían qué hacer con sus casas: “si hacer mejoras o si dejarlas como estaban”.

La salida de su hogar

El sentimiento de abandono fue total. Por un lado, tenían la presión de la empresa lusa y, por otro, la falta de apoyo de un gobierno español ya en democracia, primero con Adolfo Suárez y Calvo Sotelo y después con Felipe González que había dado la orden para terminar el embalse de Riaño. Francisco Villalonga incluso denuncia que desde la administración pública “nos presentaron un grupo de ataque de fuerza para dominar los nervios de la gente que estaba reclamando sus derechos para mejorar la negociación, ya sabían que tenían que salir, pero se oponían porque ya de salir, salir con lo que le correspondía, no engañado ni mal pagados. Luchamos por aquello que era nuestro”.

¿El resultado para los vecinos? “A unos le pagaron más a otros menos, hubo quien reclamó en una segunda remesa y consiguieron algo más, otros se fueron con lo que le ofrecieron inicialmente”, admite Francisco Villalonga. Sin embargo, este vecino que ahora vive en Compostela, a pocos kilómetros de su Aceredo natal –como muchos otros de los habitantes de estos cinco pueblos-, considera que lo pagado, por mucho que fuera, no llena el espacio vacío creado: “¿Qué valor tiene la infancia, los recuerdos de la familia, y todo aquello que hemos dejado debajo del agua y que ya no podemos volver a pisarlo? ¿Cuánto vale todo eso: perder la infancia, los recuerdos, las reuniones familiares, las fiestas del pueblo, aquel buen vivir?”

Algunos permanecieron encerrados en la iglesia y en sus casas hasta que empezaron a llenarlo. Las navidades de 1991-1992 fueron las últimas de estos pueblos ourensanos. “Se echó lloviendo una semana entera de una forma bárbara, y eso dio lugar a que la crecida del río Limia y del embalsamiento fuese mucho más rápida de lo previsto”, recuerda Francisco Villalonga. El 8 de enero de 1992 tuvo que intervenir la Guardia Civil para ayudar a los últimos habitantes a carretar muebles, ropa, animales... Al atardecer, O Bao ya estaba bajo el agua y apenas se veía nada de Aceredo, Quintela y Buscalque. Al día siguiente, EDP abrió las compuertas de la presa para permitir que los vecinos volviesen a sus casas a por las últimas pertenencias y echarle un último vistazo al lugar que los vio nacer. “Mucha de esa gente mayor por añoranza, por esa morriña del gallego, al poco tiempo de salir del pueblo pues iban falleciendo, uno porque ya había edad por el medio y otro porque añoraban sus raíces, los quitaron de allí y sufrieron un shock muy grande”, explica este vecino.

El resurgir del pueblo

Hasta el año 2012. Veinte años después, una caída record del nivel de las aguas de la presa de Lindoso por la ausencia de lluvias provocó que estos pueblos del Ayuntamiento de Lobios resurgieran de las aguas del embalse. “Cuando bajan las aguas, pues salen las raíces a la vista y eso toca en el sentimiento porque ves tus terrenos, o a lo mejor tu casa, o el lugar donde estaba tu casa porque el terreno ya está a monte”, asegura Francisco Villalonga. La sequía de ese diciembre permitió que no solo volviese a Aceredo, sino que muchos curiosos y la misma cantidad de periodistas se acercaron para ver las ruinas enlodadas.

Entre ellos estaba el reportero de Televisión de Galicia (TVG) César Souto, al que mandaron a cubrir la noticia. Al llegar conoció a Francisco Villalonga y mientras lo entrevistaba para el reportaje le contó que había grabado con su cámara doméstica los últimos años de vida de su aldea. “Ver por primera vez sus imágenes fue todo un descubrimiento. Fue como sentir el último aliento de un mundo que estaba condenado a la desaparición. En ese momento supimos que ahí podía estar el principio de una película”, recuerda César Souto que vio que allí había una historia y que “tenía que contarla” y, junto al director Luís Avilés, dieron vida al documental Os Días Afogados que mezcla estas grabaciones con lo que rodaron dos décadas después. “Una vez que vas allí y conoces a los vecinos y lo que allí pasó”, tienes “la responsabilidad de contar el drama que sucedió allí y que sigue sucediendo para no quede en el olvido”, admite el cineasta.

Teaser Os días Afogados from Amanita Films on Vimeo.

Cuando Francisco Villalonga empezó a grabar las calles de su pueblo, la casa familiar, el ganado que pasaba por las calles, a los niños esquivando los regatos que corrían por los caminos o a los vecinos no se esperaba que aquello terminara formando parte de una película, sino que lo hacia para guardar ecuerdos personales. “Mucha gente iba quitando fotos, la poca que tenía cámara de fotos o una Súper 8, los emigrantes que venían de Francia, Alemania o de algún país americano, porque aquí había poco de eso. Entonces, cuando yo tuve ocasión de hacerme con una videocámara, esto ya por los 70 y pico o ya 80, empecé a filmar todo aquello con la ilusión de poder verlo cuando a mí me gustase o me apeteciese, imágenes, retrospectivas, de lo que era mi infancia, mi familia, y los terrenos que hemos caminado siendo niños”, explica.

Con los vídeos de Francisco Villalonga como base, César Souto y Luís Avilés junto con todo el equipo del documental estuvieron seis meses buscando más grabaciones de antes de la llegada del embalse. Las más antiguas son de mediados de los 60. “Lo que pretendíamos era integrar los vídeos domésticos y lo filmado por nosotros en una sola línea temporal. Era importante no tratar lo sucedido en esas aldeas como algo acabado, que pertenece al pasado y se quedó atrás. Estas grabaciones no son restos arqueológicos: esos momentos perdidos del pasado siguen vivos, y se relacionan directamente con los de hoy”, cuenta el periodista de TVG. Su máxima prioridad fue, según Luis Avilés, que “ese material doméstico no sonara al pasado”. “Lo que queríamos era contar el drama que aún existe en esa zona, y lo que queríamos era integrar las imágenes que nosotros grabáramos con el material doméstico e intentar que eso fuera una sola línea temporal, es decir que no sonara a un hecho pasado lo que estábamos contando”, afirma el director.

Y así, con la ayuda de los vecinos, dieron forma a Os Días Afogados que se estrenó en noviembre del 2015 en el Festival Cineuropa de Santiago. Justamente, pocas semanas después de que Jordi Évole acaparara titulares con el inicio de la temporada de Salvados en Jánovas, un pueblo aragonés desahuciado en los años 60 para hacer un pantano, que nunca se llegó a construir. “Yo creo que lo de Jánovas es el colmo de los colmos: porque encima de que te expropian, te echan de tu casa y te dan una miseria, luego no hacen lo que iban a hacer. No sé qué es peor que lo hagan como en Lindoso, o que te lo quiten y no lo hagan”, asegura Luis Avilés. La casualidad de ambos proyectos radica para ambos directores en que se trata de procesos traumáticos de interés humano. “Además, desde un punto de vista político, reflejan algo que desgraciadamente sigue siendo muy habitual en la forma de comportarse del poder, algo que tiene que ver con la falta de transparencia y con los abusos sobre los más débiles”, explica César Souto.

La historia que no acaba en Aceredo

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Desde entonces, ya ha pasado por el Festival Play-Doc y se ha visto en Francia, Brasil, Colombia y, durante la primera quincena de noviembre, en Chile en el marco de la sección oficial del Festival Internacional de Documentales de Santiago. Además consiguieron el Premio Mestre Mateo –los Goya de la industria cinematográfica gallega- como mejor documental y recientemente fue premiado en el Festival Alcances de Cádiz. “Comprobamos que hay una emoción que conecta públicos muy diversos, porque en el fondo hay algo en esa historia que no se acaba en Aceredo”, admite César Souto.

Y ahora, en España, le toca el turno a Barcelona y Madrid acoger su estreno gracias a plataforma de crowdticketing Screenly para conseguir el mínimo de espectadores que nos permita estrenar la película en estas salas: en la ciudad Condal se celebró el día 3 de noviembre (logrando el mínimo de entradas en solo 48 horas), y en la capital el día 10 en los Cines de la Prensa de Callao. Ambas proyecciones serán muy especiales porque, tal y como cuenta Francisco Villalonga, aquí reside mucha gente de estos pueblos que ya habían emigrado previamente al embalse durante los años 50. “Mi abuela emigró a Barcelona, a las cabañas de Montjuic, por fuerza mayor, por necesidad. Después, cuando vino el embalse ya la gente no tenía tal necesidad, ya estaba más o menos ubicada con sus hijos y sus nietos en las ciudades y que venían de vacaciones a su pueblo. Era una fiesta mayor cuando una madre juntaba a los 7 u 8 hijos en casa, que es la tradición del gallego”, recuerda Villalonga.

Él, en su nueva casa, no muy lejos de la que le vio nacer, guarda con especial cariño una botella de aguardiente de orujo de la última cosecha del valle donde se asentaban estos cinco pueblos. “La tengo como una reliquia y no es más que una bebida, pero es la última cosecha del pueblo de Aceredo”, explica. Seguramente cerca de las llaves de su hogar que ahora se ahoga entre las aguas del río Limia.

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