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Cuando la química sexual explota

Cuando la química sexual explota

El lunes que viene por la noche se despide en Cuatro CastleCastle, con un episodio emitido originalmente hace apenas unos días en la ABC, en Estados Unidos, después de permanecer en antena desde la primavera de 2009. La serie ha sido uno de los grandes éxitos de Cuatro, donde hoy en día sigue manteniendo buenos resultados de audiencia después de sus innumerables emisiones y reemisiones. Semanas atrás, parecía garantizado que iba a ser renovada una temporada más, pero, finalmente, ABC decidió su cierre. Según parece, la decisión de la actriz protagonista, Stana Katic, de abandonar la producción fue el detonante que desencadenó un final inesperado. Muchos fans lo han lamentado.

Durante los últimos meses, eran permanentes los rumores sobre la lamentable relación entre los dos actores principales. De hecho, en las últimas temporadas cada vez compartían menos escenas, pese a que su conexión era uno de los pilares de la serie. Hace unos meses la actriz protagonista, Stana Katic anunció su partida sin hacer escarnio ni alarde sobre los motivos, aunque se había filtrado que a veces terminaba las escenas llorando en su camerino por los modales de su compañero. Nathan Fillion, actor que interpreta a Richard Castle, la despidió entonces sobriamente en las redes sociales deseando larga vida a la serie a pesar de todo. No ha sido así. Fue anunciar ella su partida y cancelarse la nueva temporada. Los productores habían grabado dos finales, uno, para el caso en que la actriz renovase finalmente, y otro, para tener que seguir sin ella. El resultado ha sido una tercera opción. Fin de la serie. Resulta curioso observar cómo mientras millones de espectadores de todo el mundo deseaban que la pareja funcionara por fin, tras años de acercamientos y disputas, la vida real les llevaba al extremo opuesto. Lejos queda su primer beso en la serie que, quién sabe si marcado por el conflicto interno, surge en la serie forzado por las circunstancias.

Andrew W. Marlowe, el creador de Castle, explica porqué llenó su serie sobre asesinatos con toques de humor y romance, como habían hecho Bones y El Mentalista. Todo se debe al descomunal éxito de CSI y sus diferentes franquicias y al éxito en Estados Unidos de la rigurosa y didáctica Law & Order. Marlowe pensó que las series de investigaciones criminales se estaban poniendo muy serias, cuando no macabras, y habían perdido su “gracia”. Y llevaba razón, por lo menos en una cosa, la resolución de crímenes siempre ha hecho excelentes migas con el humor, desde la ironía de Sherlock Holmes o Poirot, hasta clásicos investigadores televisivos como Colombo, unos cuantos asesinatos nunca habían sido excusa para perder la sonrisa. En el caso de Marlowe, él ya había escrito los guiones de las películas El hombre sin sombra, El fin de los días, con Schwarzenegger, y Air Force One. Así que pensó en hacer una versión de sí mismo, un escritor de historias de acción, pero que pudiese disfrutar lo que a él le faltaba, la aventura. Que se levantase de su silla ante el ordenador y saliese a vivir. Ese fue el origen de la serie, que le llevó a un curioso tirabuzón. Richard Castle, el personaje de ficción, empezó a publicar libros en el mundo real, que se supone que escribía Marlowe, que se convertía así en el “negro” de una criatura que él mismo había creado. La cosa estuvo a punto de complicarse aún más cuando uno de los libros realmente publicados del supuesto escritor Castle, que siempre entraron en la lista de los más vendidos, estuvo a punto de convertirse en una película. Menos mal que la promoción de los libros no tenía que hacerse en pareja.

Castle ha sido un éxito más de la larga lista de títulos que han vivido durante décadas de explotar la conocida técnica de guión de la Tensión Sexual No Resuelta (UST, Unresolved Sexual Tension, en la jerga internacional). Todo un clásico repetido en numerosas parejas televisivas en diferentes ámbitos laborales, ya sean periodistas, abogados, profesores o médicos. Las series desarrollan durante años a sus personajes, y una forma de mantener a los espectadores enganchados, con ganas de más, es la curiosidad y el deseo de que dos personas que manifiestamente parecen condenadas a encontrarse, finalmente culminen su relación. Esta es una herramienta narrativa de gran eficacia. Cuanto mayor es la atracción entre los personajes que la viven y mayor es el obstáculo que les impide estar juntos, mayor es también nuestra implicación y nuestra ansia de que superen todos los impedimentos. Además, es un fenómeno participativo, igual que cuando vemos en una película de terror a una rubia bajar a un sótano en el que se oyen ruidos es inevitable gritar: "¿Dónde vas? ¡Que te van a matar!", cada vez que vemos a nuestros personajes favoritos mirarse a un palmo de distancia, encerrados en un ascensor, después de años de calentón, nuestro subconsciente colectivo grita: "¡Qué se besen!"

Y dentro de la corriente de las tensiones sexuales, las que se dan entre detectives forman toda una tradición en el mundo de las series que ha dado títulos inolvidables: Desde que Remington Steele (1982) y Luz de Luna (1985) hicieran saltar chispas, pasando por la tensión cocinada a fuego lento entre Mulder y Scully en Expediente X, hasta la reciente hornada de El Mentalista, Bones, Castle, The Closer, Chuck, Psych, etc.

La fórmula, por repetida, no deja nunca de funcionar. Se trata de juntar una pareja que, en apariencia, tiene asegurado el desencuentro. Dos caracteres opuestos que parecen destinados a la guerra mundial. Y, sin embargo, ambos parecen tener algo profundo que les hace atraerse irresistiblemente. Para evitar la separación inmediata hay una buena excusa, la de que compartan un trabajo absorbente que necesita dedicación plena, como es el de la investigación criminal. Así quedan condenados a convivir. Y luego, siempre suelen repetirse dos roles. Uno de los dos representa la racionalidad y el sentido común y el otro lo estrafalario, la ruptura de normas. Polos opuestos que se atraen. La fórmula es mágica.

La realidad, como hemos visto en Castle, es otra cosa. Y hay antecedentes. El ejemplo por excelencia es Luz de Luna (Moonlighting). Dos actores se dedican durante años a convencer a la audiencia de que se adoran, cuando la realidad es que no se soportan. Cuando la serie arranca en 1984, Bruce Willis es un don nadie. Cybill Shepherd, por el contrario, era una cotizada figura emergente del cine independiente. Con el tiempo, Willis se convierte en una mega estrella. El ambiente se fue enrareciendo poco a poco hasta convertirse en irrespirable. El creador de la serie, el genial Glen Gordon Caron, no sabía qué inventar para evitar las escenas en las que coincidían en plató. En ocasiones, incluso los diálogos entre ellos había que grabarlos en jornadas diferentes con cada actor y luego unir las tomas en montaje. Se hizo famosa la mala relación entre los protagonistas a la vez que su ficcionado romance se hacía mítico, el más explosivo que nunca haya dado la televisión. Culminó en el revolcón más famoso y apasionado de toda la historia de las series. Con el Be My Baby de las Ronettes de fondo. Insuperable. Brutal. Inolvidable.

También David Duchovny y Gillian Anderson terminaron Expediente X sin hablarse, aunque ahora, ya se han perdonado lo que quiera que les pasase. Son temas que se intentan tapar porque suponen un desastre para la magia que se transmite en pantalla y sólo años después Gillian admitió que “hubo periodos en los que nos odiábamos el uno al otro”. Lo curioso es que estas divergencias personales entre actores, que en pleno éxito no son capaces de llevar adelante una relación profesional centrada en demostrar que son la pareja perfecta, pueden acabar con proyectos extraordinariamente exitosos.

La revolución no está de moda

Por fortuna, las tensiones sexuales no siempre acaban en tragedia en el mundo real. El caso opuesto ha sido el de El Mentalista, la serie que supuso la cumbre en septiembre de 2008, en CBS, de la moda de la vuelta de las parejas de detectives en clave de tensión sexual. La ficción ha sido durante años el mejor negocio que tenía Warner, gracias a su éxito absoluto en todo el mundo. En España, para La Sexta fue uno de sus títulos más emblemáticos y claves para su implantación. El Mentalista, todo un paradigma de serie para televisión en abierto, acabó el pasado año con final feliz dentro y fuera de la pantalla. Baste recordar las palabras que el actor protagonista, Simon Baker, dedicó a su compañera Robin Tunney al recibir su estrella en el paseo de la fama de Hollywood. No cabe declaración más entregada: “Haces que cada día sea una alegría ir a trabajar. Lo haces. Haces los días más fáciles, el trabajo mejor, incluso me haces parecer más alto. Tu amistad es uno de los grandes regalos de la serie”. Y todo el elenco de El Mentalista parece haber disfrutado de los 7 años de trabajo juntos. Al final de la sexta temporada se produjo otro de los míticos besos de la historia de la televisión. En ese caso, más tierno y menos explosivo que el de Luz de Luna.

Y otra serie que hemos visto en pantalla los últimos años en la que los personajes han pasado del compañerismo a la pasión ha sido Bones, la más veterana de esta generación, ya que empezó en septiembre de 2005. Dado que ha bajado algo sus audiencias, que llegaron en estados Unidos a los 12 millones de espectadores y han caído hasta los 7, se ha anunciado que la temporada, que se está grabando actualmente, será más corta, sólo 12 episodios, y será la última. Bones está levemente basada en la historia real de una antropóloga y arqueóloga forense, también escritora, Kathy Reichs, que en la ficción responde al perfil de una persona con síndrome de Asperger, con dificultad para entender el humor o el lenguaje metafórico, sin tacto a la hora de abordar temas delicados, con peculiares relaciones de amistad o amor. El primer beso entre Booth y Brenann, es todo un ejemplo de contención y, de nuevo, forzado por las circunstancias. En este caso, la Navidad.

Así que dijimos adiós a El Mentalista, despedimos estos días a Castle y le quedan sólo unos meses a Bones. El caso es que las tensiones sexuales entre investigadores se van a tomar una pausa, dejando hueco a otras tendencias, pero probablemente sólo por un tiempo, porque son un ingrediente fundamental en el menú predilecto de la ficción televisiva.

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