Talento a la fuga

Ingeniera en Bristol: “Siempre tendré la satisfacción de haber estudiado, pero no plegaré mi vida a un sueño imposible"

– ¿Eres española? ¿Te podemos hacer una pregunta?, ¿Por qué todos los españoles venís a Bristol? – Dos clientes del restaurante donde Judith se gana la vida como camarera la asaltan con estas preguntas al tiempo que ella, cansada después de una larga jornada de trabajo, les retira los platos de la mesa.

– Bueno, supongo que conocerán cómo ha afectado la crisis a España… –responde con ingenua amabilidad– Esta es una ciudad verde, grande, con mucha gente joven…

- Sí, sí, ¿pero por qué Bristol? –insisten– ¿Por qué, de tantos sitios a los que os podéis ir, tenéis que elegir este? – le espetan con una hostilidad que hasta ahora sólo había conocido como espectadora en la España que aún recibe con el mismo recelo al inmigrante extranjero.

Navarra, titulada en Ingeniería química y, ahora emigrante y camarera de profesión en Inglaterra, Judith Ortega jamás se había imaginado que, como ciudadana española, pudiera ser objeto de la misma intolerancia con la que, en demasiadas ocasiones, la Europa de la integración recibe a aquellos que intentan traspasar sus fronteras. Ni el desempleo, ni la crisis económica bastaron como respuesta a la pareja británica que se encaró con ella para protestar por la creciente afluencia de emigrantes españoles que, como Judith, eligen Gran Bretaña como destino preferente.

A pesar de la escena, prefiere no caer en el victimismo. Tras más de dos años viviendo en Bristol, la ciudad en la que ha ido alternando trabajos en la hostelería, esta Ingeniera química de 29 años prefiere mostrarse agradecida a la sociedad que la acoge y que le ha permitido huir de la precariedad laboral a la que estuvo expuesta. “En España trabajaba por 700 euros como camarera, 40 horas semanales [en una importante cadena comida rápida de marca española], con un contrato de formación de 30 horas y en el que se contemplaba una supuesta formación que nunca recibí”, recuerda.

El mismo día que firmaba el contrato de trabajo en España para la empresa de comida rápida, Judith rechazó firmar la baja voluntaria sin fechar que su jefe puso ante sus ojos antes de siquiera iniciar su primera jornada laboral. Su negativa a aceptar esta práctica fraudulenta (habitual en esa empresa) no impidió su incorporación al puesto de trabajo, pero cargó de motivos la maleta que meses después se llevaría a Inglaterra y que también rebosaba de ilusión por vivir una experiencia en el extranjero. “Desde que era pequeña he tenido claro que me quería ir. No quería que me faltara esa vivencia. También oyes a todo el mundo decir que ahí tienes trabajo, que te valoran y piensas: 'me voy, por intentarlo que no quede'”.

¿Y qué queda de la ingeniería química? “Siempre tendré la satisfacción de haber estudiado, pero no voy a plegar mi vida a un sueño que es imposible. Olvídate de lo que quieres en tu vida, céntrate y se realista”, afirma contundente, serena y sin apenas suspirar por el sueño de dedicarse a aquello para lo que se formó. Un sueño que se esfumó tan pronto como llegaron la crisis y los recortes en I+D+i, los mismos que terminaron por apartarla del proyecto que le habría dado la esperanza de continuar su formación. “Cuando empecé mi proyecto, mi tutor me dijo que habían concedido una beca a todas las ingenierías para diseñar un coche de hidrógeno, pero a los seis meses me dijeron: 'se ha acabado el dinero, gracias por venir, buenas tardes'.

“Quiero vivir y disfrutar de lo que puedo. Si de repente no puede ser, me reciclaré, renaceré a lo ave Fénix”. Sus palabras no suenan huecas. Judith se expresa con la convicción de alguien que ha decidido reinventarse, empezar de nuevo y volver a ilusionarse con otros proyectos profesionales: “Me estoy planteando estudiar algo aquí, algo de restauración y en un medio-largo plazo me gustaría montar un negocio”. Una idea que ya barajó en su país natal pero que abandonó por las trabas a las que se exponen los pequeños emprendedores: “Durante un tiempo pensé en crear un negocio en España con una amiga, pero desistí por la cantidad de cosas que te piden y los avales que nos exigían. Mi padre está en el paro y mi madre cobra 700 euros al mes ¿Cómo les voy a pedir un aval de 60 mil euros y que pongan su casa?”.

Decidida a dejar atrás la crisis española, la precariedad, y hasta los esfuerzos depositados en su formación, Judith decidió reiniciar su historia entre las estrechas paredes de un hostel al que no duda en llamar Alcatraz. “Imagina una habitación de seis plazas con 14 personas en literas, con cajas para meter tu ropa, sin duchas, sin agua caliente. Uno ronca, otro fuma, otro pone música, entran, salen, pero te acostumbras…”. Y a eso se acostumbró durante un mes, como también lo hacen las decenas de españoles que, según indica, eligen esta opción para salir del paso en una ciudad donde el alto precio de la vivienda lleva a algunos a aprovecharse de la situación de precariedad en la que llegan a Bristol la mayoría de los jóvenes. Poco tiempo después, logró acomodarse en el pequeño apartamento que ahora comparte con su pareja.

A pesar de que Judith ha depositado todos sus esfuerzos y expectativas profesionales en la Inglaterra donde se ha propuesto emprender una nueva vida, espera también un nuevo comienzo para la España que dejó atrás y a la que reconoce que un día le gustaría regresar. “Creo en el cambio. Las cosas no pueden seguir así, tantas cosas han ido mal… hay que intentar algo nuevo”, reflexiona después de protestar por las trabajas y confusiones generadas con el voto exterior: “No he podido votar”. Sin embargo, Judith ya ha encontrado la fórmula para participar en las próximas elecciones generales del 20 de diciembre. “Mi abuela me dijo: 'Hija mía, tú que no puedes votar, dime a quién voto'”.

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