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Vivir leyendo, leer pensando

Vivir leyendo, leer pensando

Manuel Fernández Cuesta

Vivimos rodeados de libros que leemos y nos leen. Muchos, olvidados, forman parte de nuestra historia, individual y colectiva, y han contribuido a la construcción de eso que llamamos, pomposamente, identidad. Desde aquel ejemplar subrayado de Miguel Hernández o Luis Cernuda, al manual de economía donde aprendimos certezas sobre el mercado y la plusvalía, pasando por Rayuela o la batalla por la habitación propia. Leemos y nos leen, y dejan en nuestra memoria el reflejo de la experiencia y la distancia. Releer un libro que en su día subrayamos, ensayo o tratado, es un curioso viaje: el tardío descubrimiento de quiénes éramos. Parece buen comienzo para saber dónde estamos y qué ha hecho la Historia, y sus circunstancias, con nosotros.

La Ética de SpinozaÉtica (1632-1677), es difícil lectura e imposible olvido. Escrito en la segunda mitad del siglo XVII por un judío de Holanda, de origen hispano-portugués, expulsado de su comunidad por ateo, es un magnífico instrumento que descubre cómo pensamos y las razones de nuestros actos. Cada proposición, axioma o corolario es un destello de brillantez y rigor. Por sus párrafos caminamos como insectos en la tela de una araña. Spinoza anticipó ideas y abrió una de las puertas que conducen al conocimiento de la naturaleza humana: el deseo. “El deseo es la esencia misma del hombre en cuanto es concebida como determinada a hacer algo en virtud de una afección cualquiera que se da en ella.

¿Qué hubiéramos sido sin Jean Jacques Rousseau? Publicado en 1762, El contrato social explica, de forma sencilla, cómo se constituyen las relaciones sociales y cómo se renuncia, voluntariamente, al estado de inocencia natural, propio del individuo, para vivir mejor, en libertad e igualdad, en un régimen social complejo de aceptación de la ley común. Profundizar el acuerdo social, hacerlo más justo cada vez, es una de las tareas de la democracia. Rousseau, como tantos pensadores de lo colectivo, ha sido barrido por el tornado neoliberal. Su recuerdo, cuando asistimos a la sistemática destrucción de la esencia del Estado de bienestar, parece oportuno: “El hombre ha nacido libre, y sin embargo, vive en todas partes entre cadenas.

El editor Manuel Fernández Cuesta muere a los 50 años

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Salto, la memoria lectora permite casi todo, al corazón revolucionario del siglo XIX. El Manifiesto del Partido Comunista de Marxy Engels se publicó en febrero de 1848. Miedo da, por no decir pena o rabia, su actualidad. La potencia de las definiciones y la explicación de la Historia en términos de lucha de clases hacen de su actualidad, hoy, pasaje obligatorio. Es de esas obras leídas (y olvidadas) y no leídas (aunque muy citadas). Algunos, ante esta recomendación, fruncirán el ceño, altivos, seguros de sí y de su posición. Se equivocarán. Si las ideas que alberga el texto no estuvieran vigentes, en carne viva, Warren Buffet, uno de los más ricos según Forbes, no hubiera declarado: “Hay lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo la guerra, y estamos ganando”. Sigo con los poderosos, qué cruz, con la clase dominante que analizó, hasta el matiz del meñique alzado, Thorstein Veblen (1857-1929). Su Teoría de la clase ociosa (1899), es uno de los más interesantes trabajos sociológicos existentes para entender quién nos domina y las artimañas de su poder. Mordaz e irónico, es uno de esos tratados que provocan, cada lectura, mayor indignación. Perfecto, ácido y veraniego, para tiempos de rapiña, expolio de lo público por una pandilla de cuatreros.

Cualquier selección es una aproximación o un error. Desciendo la lupa y propongo obras útiles para un siglo XXI español. Américo Castro, ilustrado y sabio, escribió, matizó, retocó esta España en su Historia (1948); Pierre Vilar nos devolvió la verdad con La guerra civil española (La guerre d´Espagne, 1986, mucho mejor título); Juan Goytisolo, España y los españoles (1969) y Salvador Giner, Los españoles (2000), pusieron luz, inteligentes líneas, a las mil formas de la oscuridad reinante. Como rayos que no cesan, estas obras hicieron surcos por los que circuló la savia, nuestra tardía ilustración. Podrían haber sido otros, los demasiados libros, pero estos permiten una caleidoscópica mirada, plurales enfoques, a la realidad nacional. Saber quiénes somos es conocer (y comprender) los límites de nuestro mundo, la realidad que nos determina.

Toda selección es un error, repito. O una aproximación. Al escoger estos, propuestas sacadas del baúl de los recuerdos, nos detendremos, un minuto de reflexión, en las marcas que dejamos: pliegues y dobleces, esa nota al margen, el lápiz o bolígrafo marcando el ritmo. El objetivo de esta torpe metodología, y de las afectivas elecciones, no es psicológico, es social. Si hemos leído pensando, algo habremos aprendido, espero, para el bien de la comunidad.

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