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El mayor derribo del mundo

El mayor derribo del mundo

Carlos Carabaña

En Hoyerswerda, al sur de la línea que comparten Alemania y Polonia, un dinosaurio metálico, una máquina amarilla, muerde un edificio. La pinza, su mandíbula, agarra con fuerza los suelos grises, se retrae. Una nube de polvo certifica que ha arrancado otro pedazo de este Plattenbau, construcción prefabricada de cemento típica de la economía de la República Democrática Alemana. Golpea la fachada gris, granulada. Se ven las huellas de la escalera, los marcos de las puertas, un armario empotrado. Restos de una vida que se va entre otra nube de polvo. A la izquierda, una fila de construcciones, todas iguales, esperan su turno. Tras la valla de protección, dos lugareños hacen fotos. No es algo nuevo para ellos.

Al otro lado de la carretera, Dirk Lienig también observa el espectáculo. “Es muy extraño”, asegura. Criado en la ciudad, su infancia la pasó jugando en esta misma zona. Sorprendentemente moreno, sonrisa blanca y converse negras, a su espalda hay una gran explanada con un proyecto de bosque. Entre las masas de pequeños pinos, plantados de manera simétrica, surca una acera ancha de adoquines grises, la prueba de que antes todo era viviendas, Plattenbauten, hasta donde alcanzaba la vista.

Durante los últimos 12 años, se han destruido solo en esta ciudad sobre 9.000 apartamentos. La casa donde él vivió ya ha sido demolida. “No es algo negativo per se”. En el resto de los antiguos territorios comunistas, la suma supera los 350.000. Un derribo de 2.700 millones de euros coordinado por el Estado. Todavía no ha acabado.

Hijo y hermano de arquitectos, vino a vivir aquí cuando a su padre le destinaron a contribuir en un proyecto mastodóntico: crear una ciudad nueva, el Neustadt, 10 complejos de edificios para alojar a las miles de personas que llegaban al pueblo para trabajar en Schwarze Pumpe, una planta eléctrica alimentada por las minas de lignito cercanas. De 10.000 habitantes en 1956, la ciudad creció hasta 71.000 en los 80. “Entonces todo estaba lleno de gente, niños, familias jóvenes, creo que eramos la ciudad más joven de Alemania”, señala los árboles, indica donde había edificios, “no era bonito, todo era cemento, pero tuve una infancia feliz”. Se desarrolló una industria alrededor. Una fábrica de armas, otra de cristal. Y entonces llegó 1990, la reunificación y el colapso de la economía del Este. En solo tres años, se perdieron tres millones de trabajos. Al poco se alcanzó un 20% de paro en una sociedad acostumbrada al pleno empleo.

Colapso en la economía

Aquí las fabricas cerraron. Los trabajos en las minas y la central eléctrica se redujeron drásticamente, de 18.000 empleos directos a 4.000. La población fue en consonancia bajando hasta 34.317, menos de la mitad, en 2012. También más avejentada. Se sumó a esto, puede que por esta causa, unos altercados racistas en septiembre de 1991. El pueblo se hizo famoso. En la prensa se convirtió en sinónimo de ciudad menguante. “Yo estaba trabajando para la televisión pública y un día, un jefe, me preguntó que de dónde era”, dice Lienig mientras conduce, “al contestarle que de Hoyerswerda, se asustó”. Hace un gesto de miedo. La mayoría de los locales, cuenta, tenían vergüenza de decir dónde vivían. Cuando les preguntaban, contestaban vagamente o decían que de una ciudad cercana, como Cottbus.

Hoy, la mitad de esos edificios han sido derribados. Solo los más cercanos al centro histórico, una villa típica de calles empedradas y casas de tejados a dos aguas, se han salvado. Pero incluso la plaza central de esta ciudad nueva es un gruyer urbano, una gran explanada de césped verde que ni la feria, de visita en el pueblo, puede llenar. En una sociedad programada para crecer, donde siempre se vincula el éxito con ser más grande, más fuerte, con tener más trabajo; los antiguos territorios de Alemania del Este-Brandeburgo, Mecklemburgo-Pomerania Occidental, Sajonia, Sajonia-Anhalt y Turingia-, menguan. Veinticinco años después de la caída del muro, se ha pasado de 16 millones de habitantes en 1989 a 12,5 millones, el paro dobla la media del Oeste y el partido heredero de los nazis logra, de vez en cuando, representación local.

-Creo que necesitas saber más de lo que sabes, no es tan fácil como crees.

-Estoy aquí para aprender.

-Toda la sociedad pierde población. Toda Europa. Es el capitalismo. Las ciudades, los negocios, la gente... tienen derecho a existir, aunque no se pueda conseguir dinero de ellas. Hoyerswerda es un ejemplo de esto, pero no el único. No es sólo esta ciudad.

Trasfondo de un derribo

En su apartamento de Berlín, en el barrio de Prenzaluer Berg, el arquitecto y crítico Wolfgang Kil sirve dos vasos de agua. A sus 67 años es uno de los grandes expertos en este fenómeno de las ciudades menguantes. Como él mismo remarca, “una de las primeras voces que habló de esto en público”. Ancho, de ojos azules y barba recortada gris, lo califica como “una situación muy singular” y apunta a un cúmulo de razones demográficas, políticas y económicas para explicarlo.

La ciudad menguante de Wittenberge./C.CARABAÑA

En el marco de unas sociedades más ricas, la natalidad se reduce al no tener que apostar por muchos niños para que algunos sobrevivan. “Luego, durante la reunificación, hubo un trasvase de población del Este al Oeste no sólo por razones ideológicas sino también económicas, ya que toda la economía del Este desapareció de un día para otro”, explica, “algo que sólo sucede durante las guerras, la destrucción de la economía nacional del Este, pasó en tiempos de paz y en medio año”.

Una parte muy activa en esta debacle fue una institución llamada Treuhandanstalt, creada por el último polítburo de la RDA para gestionar las propiedades nacionales, entre ellas 15.000 empresas y consorcios industriales, ¿Su misión? “Mantenerlas para el pueblo”. Cuando en marzo de 1990 se celebraron las primeras elecciones libres en la RDA, los aliados de Helmut Kohl ganaron de calle, gracias a la necesidad de la población de un cambio y la metáfora, la promesa, de blühenden Landschaften, paisajes floridos. Con la intención de ganar los primeros comicios generales en la Alemania unificada, el canciller estableció la paridad entre las monedas de los dos países. Esto, desaconsejado por el presidente del Bundesbank, Karl Otto Pöhl, hizo que los ciudadanos del este se sintieran ricos de repente, al revalorizarse su divisa. Su equivalente comunista, Edgar Most, defiende que hundió definitivamente la RDA.

Los satélites de Kohl convirtieron la Treuhandanstalt en una gran agencia privatizadora. Si Hans Modrow, último primer ministro de la RDA estimó el patrimonio nacional en 1.400.000 millones de marcos, el primer presidente de la Treuhand, Detlev Rohwedder, asesinado por la Fracción del Ejército Rojo en un atentado terrorista, rebajó la tasación a 650.000 millones de marcos. Cuando fue disuelta en 1994, 4.000 habían sido cerradas, 3.000 las habían adquirido sus gestores y, la parte del león, 8.000, estaban en manos de inversores del Oeste, que habían pagado precios de risa. En la mayoría de los casos con una sola intención: liquidarlas o convertirlas en filiales y eliminar una posible competencia. Se juntó con la caída de todo el bloque comunista, clientes naturales de estas fábricas. Werner Schulz, opositor a la RDA e importante figura de Bündnis 90/Die Grünen la califica como “el capitulo más oscuro de la exitosa historia de la unificación” y “la mayor estafa de nuestra historia económica”. La lógica dicta que ni todas las compañías podían ser competitivas ni todas morralla.

“La sociedad capitalista normal sabe qué hacer si desaparece una industria por ciudad cada 10 años”, argumenta Kil, “pero si tienes una ciudad donde las 10 fábricas que hay caen en tres semanas, de repente te encuentras con una tasa de desempleo del 80%”. Cuenta que, aunque hubo muchos intentos de arreglar la situación mediante subsidios sociales, el paro, combinado con el boom que en esos años vivió la economía del Oeste, irónicamente en parte debido a que tenía que “suministrar de todo el Este”, y la apertura política, hizo que la población emigrara en masa. Según sus cálculos, hay más de un millón de viviendas vacías en Alemania del Este, a las que habría que añadir las que se suman por el proceso de declive demográfico.

Consecuencias demográficas

Quienes se iban eran los jóvenes, los mejor preparados, los que podían crear riqueza, las mujeres. Antes de la caída del muro, la forma más fácil de volar del hogar familiar era formar uno propio. Casarse. Tener un hijo. En época de incertidumbre política, de preocupación por el futuro, se espera a ver qué pasa antes de engendrar prole. La tasa de fertilidad cayó del 1,7 en 1989 al 0,77 en 1994. Ahora, con un simple cálculo generacional, se verá que los adultos que debían estar teniendo descendencia son justo esos que no llegaron a nacer. “Falta de padres potenciales”, resumen desde el demográfico Berlin Institut für Bevölkerung und Entwicklung, y apuntan a dos consecuencias. Más gastos sociales con menos ingresos y ciudades con unos costes fijos en infraestructuras-canalizaciones, redes eléctricas, alcantarillado...- muy altos.

“En 2002 estas casas vacías pasan de ser un problema estratégico a uno existencial para las compañías encargadas de gestionarlas”, dice Kil. En Alemania y Austria, a diferencia del resto de Europa, la cultura del alquiler está más desarrollada, viviendo el 47% de la población en arriendo frente al 30% de media europea. “Estas empresas necesitan tener 5 apartamentos alquilados para poder permitirse uno vacío y, cuando llegan a un grado de desocupación del 60%, van a la bancarrota”.

Como son “un lobby muy poderoso en la política federal alemana”, avisaron al Gobierno, de que si no se tomaban medidas, el mercado inmobiliario de Alemania del este iba a caer, “un crash”. La Administración federal tomo nota y sacó el Stadtumbau Ost, un plan hasta el año 2009 para demoler esas casas con dinero público. La estructura del mercado ayudó, al estar mayoritariamente en manos de empresas que necesitaban deshacerse de los edificios.

En breve Kil viaja a Letonia a dar una serie de conferencias sobre este proceso. Allí, con un envejecimiento de la población similar y unas tasas de inmigración muy altas, todo el parqué de viviendas es de individuos privados, a los que el derribo de sus propiedades puede llevar a la ruina. “Los escépticos dicen que el proceso sigue y más rápido de lo que podemos derribar”, explica, “aunque logremos cumplir los objetivos del plan, se habrán generado otro millón y medio de viviendas vacías”. Una pescadilla que se muerde la cola que amplió el Stadtumbau Ost hasta 2016.

En total, más de 460 ciudades y pueblos del este están dentro del plan, con diferentes aproximaciones al problema. “¿Cómo lidia una sociedad que cree que el progreso, su idea santa, es crecer y crecer y crecer, con esto?”, se pregunta. En su opinión, hace falta una clase política fuerte, “un alcalde que sea como un rey en su zona”, dispuesto a tomar decisiones difíciles y pensar de manera diferente. Leipzig, en Sajonia, es un buen ejemplo. “Tenía la ventaja de que era muy grande para caer, con puestos gubernamentales, profesores, sector servicios”, y advierte que “el mayor peligro está en las poblaciones de entre 20.000 y 120.000 habitantes”.

Edificio de la RDA. /SLUDGE G. (CC BY FLICKR)

Con medio millón de almas y 60.000 viviendas vacías, “tuvo la suerte de tener a la gente adecuada en los puestos adecuados en el momento adecuado para conducir la ciudad”, convirtiéndola en un gran “laboratorio de ideas”, de pensamientos inusuales sin resultado conocido, para tratar los problemas del hundimiento de ls población. “No se trata de gastar dinero, sino cómo pensar sobre una ciudad que muestra agujeros por toda su geografía”.

El experimiento de Leipzig

En alguno de los solares donde estaban los edificios derruidos, han construido parques infantiles. En el resto de viviendas abandonadas, artistas proyectan películas, las usan como taller o sala de exposiciones. Los dueños las ceden por un alquiler irrisorio o hasta libre si se encargan del mantenimiento. Se abren gimnasios, clubs de deporte, galerías de arte. Al ser una ciudad por la que la guerra mundial pasó de puntillas, mantiene sus construcciones históricas, una rara avis en Alemania. “En Leipzig han aceptado pensar sobre esta problemática y es el punto de encuentro de todos los que quieren lidiar con ella”, y alaba, “se pueden sacar muy buenos ejemplos”.

Tras advertir que esto es su opinión personal, Kil argumenta que estamos ante un cambio de paradigma, donde las formas de producción han variado y “las grandes ciudades propias de la industrialización”, que “hace 200 años eran lugares muy pequeños”, no van a ser necesarias. “Wittenberge es un ejemplo perfecto de esto, uno de los casos más trágicos que hay”.

Frente a Hoyerswerda, resultado de la economía planificada, un crecimiento artificial que aglutinó la nueva obra en una gran zona e hizo que fuera fácil de derruir, en Wittenberge la ciudad menguante es mucho más visible. Situada en el curso del Elba, su industrialización fue un proceso más orgánico. Comenzó en 1830 con un molino de aceite, al que se le sumó la fábrica de maquinas de coser más grande de Europa, una papelera, una fábrica de vagones, su papel como puerto fluvial a medio camino entre Berlín y Hamburgo... hasta que llegó 1990 y la reunificación.

Justo ese año es cuando Rudolf Boark, un heladero de 56 años, llega a la ciudad. Su familia había emigrado a Colonia poco después de su nacimiento en esta misma zona. Con un amigo italiano, cuando se abrieron las fronteras, se fue de viaje por el Este. “Al llegar aquí se nos estropeó el coche y, tras encontrar un mecánico, tuvimos que esperar dos horas, así que dimos una vuelta por la ciudad”, cuenta sentado dentro de su local, en la plaza principal del pueblo, “vimos que era tan industrial, que había tanta gente, tanta actividad, que decidimos quedarnos y abrir esta heladería”.

“De repente, al poco de llegar, la ciudad empezó a vaciarse”, recuerda. Al pasear por su centro, es difícil no fijarse en los carteles de Se vende o Se traspasa; en las casas abandonadas que, cerradas con un candado metálico, disimuladas sus ventanas tras planchas de madera decoradas para hacer bonito; la falta de gente en la calle....pese a que ya han demolido tres barrios de las afueras. Si en los ochenta 36.000 personas impresionaron a Boark, hoy sólo quedan 18.000 para comprar sus cucuruchos.

El molino de aceite, la fábrica de máquinas de coser, la papelera... todas cerraron pocos días después de la reunificación. “También el resto de negocios que había a su alrededor y tras dos, tres años, todos perdieron sus puestos de trabajo”. Comenzaron a tener que vivir de ayudas sociales. Hasta la puesta en marcha en 2005 del Hartz IV, un humillante seguro para desempleados de larga duración mucho más solicitado en el este, “no había estabilidad”. “Esto permitió a la gente sobrevivir”. Ellos siempre tuvieron clientes.“A todo el mundo le gusta el helado”.

El estigma del desempleo

Anna Eckert, profesora de etnología europea en la universidad de Viena, participó en el libro de referencia Wittenberge ist überall. Wittenberge está en todas partes. Su investigación se ocupó de los años 2007-2011, centrándose en cómo esos parados de larga duración, que llevaban sin trabajo desde los noventa, hacían para estructurar “su día a día”. “Al principio pensé que, al ser tan extendido, no sería un estigma”, aclara en conversación telefónica, “pero me equivoqué”.

A muchos les daba vergüenza salir durante el día; trataban de mantenerse activos, cuidaban de su casa o repartían el periódico, mostrando un estilo de vida útil; un número de ellos se dedicaba al deporte y a cuidar su alimentación, no querían ser obesos, no caer el supuesto estereotipo de parado; a algunos les daba por la obra social, hacer útiles a sus comunidades... tras el cierre del puerto, la única industria que queda es la fábrica de vagones, dedicada ahora a la reparación. La ciudad vive un ligero auge del turismo gracias a la pista ciclista del Elba. El antiguo molino de aceite se ha reconvertido en hotel y la fábrica de máquinas de coser puede visitarse, incluida su maciza torre del reloj, de 50 metros de alto.

“Antes la gente estaba muy frustrada y muchos creían que el comunismo funcionaba mejor”, cuenta el heladero Boark, “hoy los jóvenes se han adaptado”. En la parada del autobús escolar, los adolescentes se comportan de la misma forma estúpida que en cualquier otro lado. “Se vive, de otra manera, pero siempre se vive”.

En Hoyerswerda, Lienig tiene una reflexión similar. Él trabaja en la Kulturfabrik, una asociación ciudadana donde desarrollan proyectos “para que los que viven este proceso de hundimiento y cambio puedan estar activos”. Proyecciones cinematográficas, intervenciones culturales en edificios que luego serán derruidos, un festival anual de teatro callejero, picnics ciudadanos... “la gente ya no tiene vergüenza de decir que son de aquí”. “Es cierto que esto no es el paraíso, que hay muchos problemas y la ciudad es más pobre”, conce

de, “pero somos un laboratorio de una nueva forma de vivir”.

-El otro día salió una noticia en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Se preguntaban si Hoyerwerda estaba detrás de la Historia o delante, en el futuro. Es una cuestión de perspectiva. En otros lugares todavía no se dan cuenta que les está pasando lo mismo. La gente sin trabajo también tiene derecho a existir.

El demográfico Berlin Institut für Bevölkerung und Entwicklung ha sacado recientemente un documento para la discusión política. Titulado Vielfalt statt Gleichwertigkeit, aboga por avisar a las personas que viven en las áreas que se están despoblando. Si insisten en seguir viviendo ahí, el Estado no podrá garantizarles las mismas estructuras que en el resto de Alemania. Una ruptura del principio de equidad que rige la política federal. Un problema, otro más, para las ciudades menguantes. El edificio de ladrillo rojo que alberga la Kulturfabrik será derribado el año que viene.

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