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El Congreso de los insultados

Seguramente usted se ha visto inmerso en alguna de esas escaladas de griterío que convierten un agradable salón de restaurante en un guirigay molestísimo, en el que es más fácil entender al que vocifera en la mesa de enfrente que al que tienes a tu lado. Hay cenas que deberían estar patrocinadas por GAES. Muy fan.

En algún momento, alguien de su grupo le habrá echado la culpa a "lo mal insonorizado que está este local", otro habrá exclamado: "¡Hay que ver cómo gritamos los españoles!" y un tercero propondrá, desesperado: "Los cafés nos los tomamos en otra parte, aquí no hay quien esté".

El pasado miércoles, en el Congreso de los Diputados, sucedió algo que, perfectamente, podría haber tenido lugar en un restaurante, solo que sin jamón en nuestros platos… "Usted es un golpista, usted es un político sin escrúpulos, si usted pudiera me fusilaría". Y así todo.

A mi me entraron unas ganas enormes de insonorizar el hemiciclo, decir ¡hay que ver cómo gritan y se insultan los políticos españoles! y salir a tomarme un café, o dos tilas, en cualquier lugar libre de conexiones con el Parlamento…

Los típicos guirigays de restaurante se producen porque, para sobreponerse a los gritos ajenos, uno tiene que gritar más y el otro más aún, de ahí lo de "escalada". Y así, tratando de imponer nuestras voces a las otras, conseguimos, entre todos, un ambiente insufrible. Y lo que podía haber sido una tranquila velada de comida rica y conversación agradable, se convierte en un infierno sonoro que nos irrita, nos altera y dispara nuestras pulsaciones. En algunos restaurantes deberían poner tapones de cera al lado de los cubiertos, para evitar la tentación de practicar el lanzamiento de cuchillos…

Lo malo de que este calentón ambiental tenga lugar en el Congreso de los Diputados es que el contagio de la escalada vocal llegue a la calle. Cuando los representantes de la ciudadanía elevan, además del volumen y el tono, la gravedad de los calificativos, la sociedad corre el serio peligro de que algunos, los muy cafeteros de la mala leche, imiten la acción y la multipliquen hasta el infinito y más allá.

Claro, puede que a mí me moleste el griterío porque soy un poquito misofónica, observo que hay a quien le encanta navegar en ese caos sonoro, ellos viven felices en el ruido, cuánto más mejor.

Son esos que aportan a la comunidad sus bocinazos con total impunidad, sin pensar en la salud de los tímpanos de los demás. Además, son impermeables a cualquier mirada de reprobación o súplica que les dedican desde otras mesas intentando insinuarles que se corten un pelo con los decibelios, se la pela al cuadrado.

Y cuando pides la cuenta para huir del estruendo, ellos siguen vociferando y alardeando del poderío de sus cuerdas vocales, como si fuera el concurso de gritos de Colmenar de Oreja. Algún día se va a plantar en la puerta de ciertos restaurantes un rebaño de cabras, creyendo que las están llamando…

En el Congreso, la Cámara Baja de las Cortes Generales, sucede lo mismo. Hay quien vive feliz en la crispación, a algunos se les nota lo mucho que disfrutan inoculando el virus del mal rollo en el hemiciclo y propagándolo, para que le llegue al paisanaje. Lo del sentido de la responsabilidad, ya tal. Si contaminar da votos, a por ellos, los votos, oé…

Señorías, un poquito de señorío, algún día se va a plantar en la Carrera de San Jerónimo un rebaño de cabras y se va a llenar todo de cagadas.

El Parlamento es la cámara de representantes de los ciudadanos, de lo que se deduce que ellos hablan, gritan o insultan por nosotros. ¿Nos vemos guapos en ese espejo? Yo no. Claro que yo soy misofónica, nadie es perfecto.

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