Baja productividad y falta de dinamismo: la economía mundial no termina de despegar
A finales de 2022, la coyuntura económica mundial era preocupante. La recesión parecía inevitable bajo el doble impacto del alza de los tipos de interés y de los precios. Pero a principios de agosto de 2023, estas previsiones parecen haber fracasado. A mediados de julio, el Fondo Monetario Internacional (FMI) revisó al alza sus previsiones, esperando que el crecimiento mundial alcance el 3%, frente al 2,8% previsto anteriormente, y constatando la ausencia de recesión en los países más avanzados.
La "resiliencia a corto plazo" a la que se refiere el FMI ha quedado ilustrada por las cifras de crecimiento del segundo trimestre publicadas estos últimos días, que sorprendieron a la mayoría de los observadores por su dinamismo. En Estados Unidos, el PIB aumentó un 0,6% entre abril y junio, tras un incremento del 0,5% en el trimestre anterior. En la zona euro, el aumento ha sido del 0,3% tras el estancamiento del primer trimestre, con un 0,5% especialmente robusto en Francia (pero que habría que relativizar). Así pues, parece que el crecimiento empieza a repuntar.
[Nota del traductor: En España, la economía recuperó en el primer trimestre del año el nivel prepandemia tras crecer entre enero y marzo un 0,6% respecto al trimestre anterior, lo que supone una décima más de lo previsto inicialmente y también una décima por encima del crecimiento registrado en el trimestre previo, unos datos que, según celebró el Ministerio de Economía, convierten a España en el país que más crece en Europa con una tasa cuatro veces mayor que su media. Las previsiones, además, son positivas. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) elevó el pasado mes de julio cuatro décimas su previsión de crecimiento para el Producto Interior Bruto (PIB) español en 2023 hasta el 2,3% y mantuvo sus estimaciones para el déficit público este año en el 4,1%].
Estos hechos han desatado una ola de optimismo entre los economistas ortodoxos que, desde la crisis sanitaria, parecían haber perdido todo control sobre la situación, hasta el punto de que la realidad desmentía sus modelos a cada paso. Curiosamente, la ausencia de la recesión que esos mismos modelos habían predicho hace seis meses les asegura ahora la pertinencia de sus visiones.
¿Cómo es posible? La respuesta la da uno de los blogueros mainstream más influyentes en Estados Unidos, Noah Smith, quien, en un artículo publicado el 15 de junio, sostiene que la teoría económica ortodoxa ha demostrado su capacidad para gestionar el riesgo de inflación sin provocar una recesión. El aumento gradual de los tipos de interés de los bancos centrales habría permitido a la economía volver al equilibrio sin provocar ninguna catástrofe, tan sólo un pequeño "bache" que se habría producido en Estados Unidos a principios de 2022 y en Europa a finales de ese año. Después, una vez que la inflación hubiera bajado gracias a la subida de los tipos de interés, el consumo se habría reactivado, y con él el crecimiento.
"¿Una caída significativa de la inflación sin recesión ni aumento importante del paro? ¡Es increíble! ¿Qué más se puede pedir a la macroeconomía mainstream?”, dice un Smith entusiasmado. En un artículo suyo más reciente, Noah Smith también cree que "la economía va muy, muy bien". En su opinión, la resistencia del empleo a los choques externos y a la subida de los tipos de interés demuestra que la economía "no sólo va bien, sino que está en una forma impresionante".
Es cierto que todo esto se basa principalmente en cifras de Estados Unidos, pero la esencia de los argumentos podría aplicarse también a este lado del Atlántico. Esto podría reavivar el sueño, ya surgido tras la crisis sanitaria, de un nuevo periodo de gran y larga prosperidad. Craig Ip, columnista del Wall Street Journal, cree que la expansión debería durar "al menos cinco años". De hecho, ese es el escenario "comprado" por los mercados financieros, que han vuelto a subir espectacularmente en julio.
La ausencia de recesión sería, pues, la prueba de una gestión controlada por parte de los bancos centrales, que aplican con racionalidad la teoría económica ortodoxa. Esta es una cuestión clave. Porque si esta línea de pensamiento acaba por imponerse, será el retorno de la vieja síntesis neoliberal ortodoxa que dominó el mundo entre 1980 y 2008, hasta la crisis de las hipotecas subprime. El entusiasmo de Noah Smith recuerda las palabras de Robert Lucas, fallecido este año, quien afirmaba que, gracias a la independencia de los bancos centrales, la macroeconomía disponía ahora del arma definitiva para evitar las crisis.
Desde el punto de vista político, volver a esa retórica significaría una nueva ofensiva del capital contra el trabajo. Por lo tanto, hay que examinar de cerca esa realidad y las razones que la explican.
La actividad sigue en general estancada
El optimismo de los ortodoxos es, pues, muy discutible. Es cierto que el segundo trimestre de 2023 ha sido bastante sólido en Estados Unidos y en algunos países de la zona euro. Pero estas cifras se explican por la política monetaria más que por fenómenos de recuperación. Las economías han estado muy perturbadas desde 2020, y la normalización se ha visto lastrada en varias ocasiones por la guerra de Ucrania y la interrupción de las cadenas de suministro. Eso explica que los datos trimestrales muestren a veces variaciones bruscas.
En el primer semestre de 2023, por ejemplo, hemos visto una especie de vuelta al orden en la cadena de suministro mundial, con la reapertura de China a principios de año y el alivio de las tensiones en torno a determinadas materias primas. El resultado ha sido una aceleración de las transacciones que antes se habían retrasado o reducido, como en el sector del transporte, que ha impulsado el crecimiento, en particular en Francia y Estados Unidos.
Para convencerse de este efecto, conviene recordar que las grandes economías apenas acaban de recuperarse de la sacudida de 2020. Por ejemplo, al final del segundo trimestre, el crecimiento de Estados Unidos apenas superaba en un 0,5% el que habría alcanzado de haber continuado la tendencia 2009-2019, a pesar de que esa década ha sido una de las más débiles en términos de crecimiento de la historia económica reciente de los países avanzados. Francia está incluso un 1,5% por debajo de la tendencia de 2009-2019.
En resumen, un trimestre no hace primavera. Y la tendencia subyacente es más bien negativa. Por el momento, el crecimiento no se extiende a todas las esferas de la economía, y el fenómeno sigue siendo frágil.
Esta realidad "fragmentada" de la economía es fácil de ver. La inversión en Estados Unidos, liderada sobre todo por las finanzas (que se benefician de la subida de los tipos de interés) y el transporte, ha acelerado el crecimiento, mientras que el crecimiento del consumo se ha hundido y las exportaciones han retrocedido. En Francia, sólo las exportaciones han salvado el crecimiento frente a la contracción de la demanda interna.
Por otra parte, algunos países no experimentan ninguna aceleración. En Alemania, el PIB se estancó en el segundo trimestre tras dos trimestres de caída (lo que técnicamente significa una recesión). En Italia, el PIB se contrajo un 0,3% en el mismo trimestre. Y algunos indicadores muestran que no todo es de color de rosa, ni mucho menos. En primer lugar, los índices de actividad, en particular las encuestas del Purchasing Managers’ Index PMI (Índice de Gestores de Compras), que son buenos indicadores "adelantados" del estado de la economía, no dejan de deteriorarse desde hace varios meses. Este fenómeno está bastante extendido.
El PMI S&P para la zona euro, publicado el 24 de julio, alcanzó su nivel más bajo en 8 meses, con un 48,3 (menos de 50 indica contracción de la actividad). En Estados Unidos, el índice adelantado de la Conference Board cayó un 4,2% en seis meses en julio, lo que, según el instituto, puede indicar una próxima recesión. Y parece estar ocurriendo algo nuevo: hasta ahora, la contracción de la actividad parecía concentrarse en la industria, pero el pesimismo se extiende ahora a los servicios, incluso cuando la situación en la industria sigue deteriorándose.
El índice PMI para la zona euro, por ejemplo, muestra una fuerte ralentización del crecimiento en los servicios, hasta mínimos desde hace seis meses. En Francia, se sitúan en mínimos desde hace 29 meses, poco después de la segunda oleada de Covid. En Alemania, los servicios siguen creciendo aún, pero con una clara ralentización de dos puntos.
En cuanto a la industria, está en pleno desconcierto. El índice global se situó en 48,7 en julio, con una marcada ralentización del comercio mundial. Aunque la situación mejoró ligeramente en Estados Unidos en julio, la industria americana sigue en contracción con 48, mientras que China se deslizó hacia territorio negativo con 49,2 y Alemania se hundió hasta el 38,8, ¡el mismo nivel que en mayo de 2020!
El panorama que dibujan estos índices es inequívoco: el estado de la actividad se ha deteriorado bruscamente y tiende a deteriorarse aún más. El crecimiento mundial es flojo y el crecimiento chino, desde hace mucho su última locomotora, parece estancado.
Los efectos de la subida de los tipos de interés no son lo que podíamos pensar
En realidad, es difícil ver cómo podría ser de otro modo. Los ingresos reales de los hogares siguen bajo presión. Porque la caída de los índices de precios es principalmente un descenso de los precios de la energía y, en algunos casos, un ajuste de los precios de los alimentos, pero la inflación subyacente tiende a mantenerse alta. En otras palabras, la subida de los precios es ciertamente menos fuerte que en su punto álgido de finales de 2022, pero se ha extendido a otros productos y, en consecuencia, tiende a seguir siendo más fuerte que antes.
En Estados Unidos, en julio, la subida anual de los precios retrocedió al 3%, pero excluyendo la energía y los alimentos, se mantuvo en el 4,8% e incluso alcanzó el 6,2% en servicios. En la zona euro, el índice de precios anual de julio fue del 5,3%, pero la versión subyacente fue del 6,6%. Proclamar la victoria sobre la inflación parece, pues, muy prematuro. De hecho, en sus análisis de mediados de año, JPMorgan predice que la subida de precios se mantendrá muy por encima del 3%. Ese nivel de inflación no es en sí mismo un problema, a menos que pese sobre los ingresos reales y lleve a los bancos centrales a "enfriar" aún más la economía manteniendo altos los tipos de interés.
Pero la situación es delicada. Desde hace dos años, las rentas del trabajo no han podido seguir el ritmo de la subida de precios. Con la caída de la tasa de inflación la situación tiende a mejorar, pero estamos muy lejos de alcanzarla. En Estados Unidos, el índice ECI (Employment Cost Index) muestra una subida interanual de los ingresos reales del 1,6% en junio. Pero en junio de 2022, la caída interanual de esos ingresos era del 3,6%, y en marzo era todavía del 0,2%.
Este aumento de los salarios reales podría incitar a los bancos centrales a endurecer aún más los tipos de interés, acelerando la entrada en recesión de las economías. Esas subidas ya han tenido algún efecto. Los mercados inmobiliarios se ven ahora sacudidos por el encarecimiento del crédito: en Francia, la compra de viviendas cayó un 1,4% en el segundo trimestre. De momento, el efecto sigue siendo limitado porque los tipos de interés reales siguen siendo bajos. Pero si la inflación baja y los tipos de interés suben, el efecto podría ser más devastador.
Y lo mismo podría ocurrir con la inversión, en un contexto en el que algunas empresas están muy endeudadas y a menudo funcionan a crédito (las famosas "empresas zombi"). Las quiebras ya han aumentado considerablemente en el segundo trimestre en Estados Unidos y es ahí donde radica el principal problema de la teoría mainstream y de su interpretación optimista: en realidad, los efectos de la subida de los tipos no han hecho más que empezar.
La lógica esgrimida por Noah Smith es que la economía americana ha logrado algo increíble: ha resistido mejor de lo esperado una subida sin precedentes de 5,5 puntos de los tipos de interés. Pero este argumento pasa por alto un hecho clave: al comienzo del periodo inflacionista, los tipos de interés estaban a cero y la inflación era muy alta. Por tanto, la subida de los tipos de interés se produjo en gran medida en una situación de tipos negativos. Endeudarse seguía siendo por tanto un buen negocio sin necesidad de preocuparse por el futuro.
Este sigue siendo el caso en la zona euro, donde el tipo del BCE es inferior a la tasa de inflación de la zona (4,75% frente a 5,3%), pero ya no lo es en Estados Unidos, donde los tipos reales son ahora del 2,5%. Aquí empiezan las dificultades, porque el endeudamiento implica poder contar con un crecimiento sólido en el futuro, y las inversiones "reales" compiten con las inversiones financieras seguras y de mayor rendimiento. El Financial Times celebra el regreso de esa "edad de oro para los inversores en la que no hay que hacer nada": a partir de ahora, la deuda segura volverá a ser rentable.
Con este telón de fondo, es fácil ver cómo el optimismo del mainstream es exagerado. En primer lugar, la política de endurecimiento de tipos de los bancos centrales no parece capaz de devolver la inflación al famoso 2%, pero es que, además, los efectos de esta subida de tipos sobre la economía están aún en gran medida por llegar. Y sin duda eso explica en gran medida la contracción global de la economía subyacente.
El elefante de la productividad en la habitación de la ortodoxia
En otras palabras, estamos muy lejos del idílico panorama descrito anteriormente. Pero eso no es sorprendente, dado que esa narrativa pasa por alto el elefante en la habitación: la baja productividad del capitalismo contemporáneo. Sin embargo, se trata de un elemento clave del futuro económico, que socava el argumento ortodoxo en varios aspectos.
En primer lugar, en la teoría ortodoxa, el aumento de los tipos de interés debería provocar una caída del empleo para "enfriar" la demanda y reducir la inflación. Sin embargo, en la situación actual, esta caída de la inflación no se ha logrado mediante una caída del empleo, que por el contrario ha seguido creciendo. Entonces, ¿cómo ha afectado la subida de los tipos de interés a la inflación? En realidad, los ortodoxos eluden esta cuestión, contentándose con presentar un vínculo directo entre la subida de los tipos y la inflación sin pasar por el empleo, y presentándolo como un éxito. Pero esta teoría tiene fallos, porque es incapaz de presentar las modalidades de la caída de la demanda.
¿Cómo ha podido haber un aumento de la demanda con el consumo a medio gas y los salarios reales en caída libre? Una vez más, los apologistas del mainstream eluden la cuestión. La solución más obvia es que no existe ningún vínculo entre la caída de la inflación y la subida de los tipos de interés, precisamente porque la inflación no fue provocada por un aumento de la demanda, sino más bien por perturbaciones externas y por las oportunidades de las empresas de jugar con los precios para mejorar sus márgenes.
Por lo tanto, debemos examinar el problema desde otro ángulo. Como ya se ha señalado aquí, es muy posible que la caída de productividad no sea la "consecuencia" de la crisis, sino un fenómeno estructural del capitalismo contemporáneo vinculado a las actividades que es capaz de crear. La cuestión, pues, no es tanto cómo impulsar la productividad, sino cómo hacer frente a la baja productividad.
En este contexto, la resistencia del empleo no es un signo de fortaleza de la economía, como pretenden Noah Smith y los ortodoxos, sino la consecuencia de esa baja productividad. En este nuevo régimen capitalista, se necesita más trabajo para crear valor. Hace falta pues que ese trabajo esté mal pagado y mal tratado para garantizar un bajo crecimiento. Este fenómeno perturba las lógicas estadísticas preexistentes y da impresiones contradictorias, pero en realidad implica dos cosas: el crecimiento a medio plazo debe seguir siendo bajo y el trabajo debe perder todos los conflictos distributivos.
La baja productividad significa que los beneficios sólo pueden crearse por estos cuatro métodos: explotación creciente de la mano de obra, recurso a las rentas (y, por tanto, precios más altos), financiarización creciente de las empresas y ayudas estatales masivas. El periodo inflacionista de 2021-2023 fue un caso de libro: los salarios reales cayeron, los precios subieron y las ayudas estatales siguieron siendo masivas. Fue a ese precio, y no a través de mecanismos de tipos de interés, como se mantuvo el crecimiento del empleo. Pero los empleos creados así son necesariamente de mala calidad.
Sin embargo, estas contratendencias siguen siendo muy frágiles. La subida de los precios tiene sus límites para compensar la caída de los volúmenes, así como la presión sobre los salarios y las subvenciones públicas. En este sentido, la subida de los tipos reales tienen cierto riesgo, ya que este débil crecimiento podría convertirse en recesión en cualquier momento. Este riesgo no ha desaparecido, pero quizá no sea el más importante.
Los economistas elevan su previsión de crecimiento de la economía española en 2023 hasta el 2,1%
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El verdadero peligro es el de la nueva normalidad que acabamos de describir: un bajo crecimiento logrado a costa de una elevada explotación laboral. Detrás del espejismo de un "aterrizaje suave" de una economía mundial que hace tiempo que no consigue despegar, se esconde efectivamente ese riesgo. Porque, según la lógica mainstream, no puede haber crecimiento fuerte y sostenible sin aumento de la productividad. Una vez más, los defensores de la ortodoxia eluden la cuestión.
La narrativa de una economía mundial más fuerte y próspera que nunca no resiste el escrutinio. No sólo la amenaza de recesión no ha desaparecido y la lógica ortodoxa es incapaz de explicar la situación actual, sino que parece más pertinente que nunca la realidad de un capitalismo al borde del agotamiento. Pero detrás de estos debates se esconde una gran cuestión: en el mismo momento en que se desarrolla una crisis ecológica sin precedentes, ¿debemos aceptar las condiciones políticas de un crecimiento débil, ilusorio y costoso?
Traducción de Miguel López