¿Y ahora qué?
Ya está, el primer acto de la farsa que constituyen nuestras elecciones supuestamente democráticas ha terminado. Sin duda alguna los partidos de izquierda, si es que esta acepción quiere decir algo, autoproclamados defensores de la clase trabajadora presentes en las instituciones, han sufrido una derrota, según —por una vez— reconocen ellos mismos; sin embargo, la clase trabajadora, por ahora, no ha sufrido ninguna derrota puesto que no ha librado ninguna batalla esencial. Su único error, quizá, haya sido el de pensar que hay quienes pueden solucionar, en su lugar, su suerte votando por ellos.
Una vez más, en estas elecciones y probablemente en las que están por venir el 23 de julio, se está demostrando que cuando “la izquierda progresista” en el gobierno se contenta con aplicar políticas de “izquierda” que no son nada más que una versión edulcorada de las que los poderosos aplican mediante sus representantes políticos de derechas, esto acaba fortaleciendo a la reacción.
Cuando tenemos que enfrentarnos a los representantes más radicales de la patronal, tenemos que hacerlo nosotros mismos mediante lo que siempre nos ha beneficiado: las luchas generalizadas de clase
También han demostrado que, mientras aquellos que se presentan como el “escudo social” de los desheredados, en lugar de apoyarse en los que les condujeron a apoderarse de las instituciones mediante su voto para aplicar sí o sí la política que realmente actuaría como un escudo, han optado por apoyarse, su pretexto de “consenso”, con aquellos que precisamente hacen todo por impedirlo: la derecha y derecha extrema. Cuando tenemos que enfrentarnos a los representantes más radicales de la patronal, tenemos que hacerlo nosotros mismos mediante lo que siempre nos ha beneficiado: las luchas generalizadas de clase y no mediante representantes, que lo único que tienen de izquierda es la mano así nombrada.
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Mario Diego Rodríguez es socio de infoLibre.