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El averno político (para algunos) tras el 20-D

Amador Ramos Martos

Redondeando cifras, el PP acaba de perder el 34% de diputados en el Parlamento; resultado que se mire como se mire y aunque los interesados no quieran admitirlo, supone un descomunal batacazo político. El PSOE, con el 18% menos de diputados respecto a 2011, el peor resultado de su historia, sigue despacio, paso a paso, el descenso hacia su particular averno político. Unidad Popular en Común tira por la borda 923.105 votos para obtener 2 escaños, el 82% menos de representación parlamentaria.

Los nacionalismos periféricos distorsionados en sus planteamientos y objetivos por los nuevos partidos emergentes, mantienen –algo mermado eso sí– un peso e influencia que pueden ser determinantes en los tiempos de funambulismo político que se avecinan. Esto, en lo que respecta a los “clásicos” de nuestra corta vida democrática.

Respecto a los nuevos aparecidos, Ciutadans, con una burbuja electoral en expectativa de voto alimentada artificialmente desde “interesados intereses”, ha pinchado obteniendo el 50% del botín electoral esperado.

Por su parte, Podemos, ridiculizado en sus inicios, fue edificando con su discurso renovador una creciente expectativa de voto que ha cuajado en un resultado electoral que ahora a nadie sorprende y considerado por los “instalados” crónicamente en el poder como temible.

Este es el paisaje tras la batalla electoral, una contienda de todos contra todos, en el que ningún partido ha sido definitivamente eliminado pero que ha dejado sobre el terreno malheridos a casi todos, eso sí, más gravemente y con peor pronóstico a unos que a otros.

Lo que cualquier demócrata convencido y autocrítico debiera reconocer y agradecer –le guste más o menos– es la aparición de Podemos en el escenario político. Un proceso gestado por aquellos “perros-yayos flautas” en la matriz madrileña de Sol el 15-M de 2011, cuyos lemas iniciáticos coreados por un magma variopinto de ciudadanos indignados se transformó hace dos años en Lavapiés en un partido que “puso las pilas” a un país hasta esa fecha manso, anómico, aletargado y conformista.

Habría que tirar de hemeroteca –bestia negra de la discordancia entre lo que dije antes y lo que digo ahora– para ver los epítetos con que adornaron entonces a Podemos muchos gurús de la politología ibérica y los engreídos profesionales de la política que hoy, alarmados ante su resultado en las urnas, tratan de presentar como temible lo antes ninguneado y ridiculizado por ellos. ¡Unos visionarios los tíos!

Lo incomprensible –como casi siempre– ha sido la actitud inmediata de los “verdaderos perdedores” –excepto Alberto Garzón– comportándose como falsos ganadores tras conocer el resultado de la voluntad popular “vomitada” –resultado de la naúsea ciudadana provocada por la nauseabunda política actual–desde las urnas.

Sonrientes, justificando lo injustificable, ajenos a la nueva realidad democrática como si no hubiera sucedido nada trascendente, sobrellevan cínicos su tropezón electoral con incomprensible triunfalismo. Incapaces de leer –en un alarde monumental de “analfabetismo” político–, el mensaje recién escrito en los renglones torcidos de una democracia venida a menos, por la voluntad ciudadana en la noche electoral del 20-D.

Algunos se preguntan ahora escandalizados y alarmados ¿hacia adónde vamos?, cuando debieran rebobinar y reanalizar la historia reciente que nos ha caído encima como una losa y preguntarse: ¿Cómo hemos llegado a esto?

El PP despeñado electoralmente, el gran perdedor-ganador es el responsable único de la estafa electoral de su programa incumplido; de la corrupción que lo inunda y que externalizando su responsabilidad sigue negando; del sometimiento devoto rozando el esperpento y el ridículo a un poder eclesiástico que contamina lo que debiera ser exquisitamente laico; de su actitud insolente y desvergonzada como poder ejecutivo ignorante del resto de partidos representantes de la mayoría social; de la poda de derechos básicos de ciudadanos amordazados legislativamente, empobrecidos y quién iba a decirlo… en ocasiones –una obscenidad ética–… hambrientos; de la aceptación servil de un paticojo proyecto europeo donde el ritmo económico que prima sobre el político lo marca con acordes wagnerianos el Bundes-Panzer-Bank; de su rancio españolismo incapaz de respetar y entender otras formas de sentirse español sin caer en tanto tópico españolista impropio de los tiempos mestizos identitarios en que vivimos, de…

¡Que no vengan ahora farisaicos el PP con Rajoy a la cabeza después de dilapidar el enorme caudal político puesto en sus manos hace cuatro años, solicitando diálogo, consenso y responsabilidad de Estado al resto de partidos ninguneados sistemáticamente por ellos durante toda la legislatura!

El PSOE con su parte proporcional de corrupción –menor que la del PP pero intolerable éticamente– sumada a su creciente y confortable adaptación al sistema dominante, no fue consciente del progresivo deterioro de su credibilidad política. Todo ello y no me cansaré de repetirlo, fruto del desviacionismo ideológico muñido por el “guarda agujas“ Blair, un truhán predicador de la tercera vía “socialdemócrataneoliberal” y gracias a ello hoy multimillonario. El engendro blairianoblairiano resultó ser una “vía muerta” en la que ha quedó arrumbado el hoy por hoy inexistente e imprescindible proyecto socialdemócrata europeo y por supuesto español.

En otro tiempo artífice y garante de la ampliación de derechos individuales y sociales, la socialdemocracia europea y el PSOE con ella involucionó hacia un conformismo complaciente desatendiendo lo logrado y cediendo espacio político –en el que campa a sus anchas– a un neoliberalismo salvaje al que no supieron, no pudieron o no se atrevieron a controlar ni poner límites.

La pérdida de credibilidad por un exceso de centrado tacticismo ha lastrado el discurso de última hora del PSOE que, a destiempo, intentó e intenta volver a reivindicarse ante sus votantes tradicionales que no se sienten representados y sí desengañados por la deriva previa de sus posiciones políticas.

No valen las caras nuevas ni los nuevos nombres impuestos por Pedro Sánchez. De nada sirven la captación polémica a última hora de, por ejemplo, Irene Lozano o Zaida Cantera como oportunistas banderines de enganche del voto indeciso útil o femenino, si se sacrifica y se degrada –hundiéndolos en la lista– a políticos de mucha mas densidad y peso como Eduardo Madina.

Haga lo que haga y pacte con quién pacte, lo tienen muy complicado el PSOE y Pedro Sánchez en el nuevo escenario surgido tras las elecciones. Se oyen seductores ya los cantos de “sirenas azules y naranjas” invitándolo a pactos de alto riesgo que de momento enérgico rechaza, sabedor de que ese pacto antinatura donde los haya supondría su suicidio y la tumba política de su partido.

Tiene dos alternativas para no deteriorar más su credibilidad: no colaborar pasiva o activamente a facilitar el gobierno a Rajoy y explorar un pacto a múltiples bandas y que “cogido con alfileres” lo aupara a él en la Moncloa. No hacerlo en el primer caso sería una temeridad injustificable, y en el segundo, aunque no imposible, de extrema dificultad y tremendamente frágil e inestable.

Le ha tocado el papel más difícil –envenenado sería más preciso–, sobre todo tras conocerse las insinuaciones realizadas por antiguos miembros y otros no tan antiguos de su propio partido que satanizan cualquier atisbo de pacto con Podemos, y no por el “extremismo izquierdista” de éste, si no por su oferta electoral de hacer viable democráticamente un referéndum en Cataluña.

El dilema del PSOE está en interpretar correctamente el sentido de la voluntad ciudadana expresada en las urnas desatendiendo las insinuaciones de un debilitado PP, el “gran ganador” que trata a toda costa de mantener el poder con una paradójica –tan vituperada hasta hace poco por ellos– “mayoría de perdedores”, y aplaudida también, y es lo peor, por miembros del mismo PSOE y los poderes mediáticos y empresariales de siempre.

Ciudadanos, la gran esperanza neoliberal blanda –gestado y alumbrado artificialmente para proporcionar un “anclaje” decente al centro tanto a la deriva radical a la derecha del PP, como a la falaz deriva hacia la izquierda radical del PSOE para dificultar cualquier intento de aproximación a Podemos– en contra de la inflada burbuja de expectativas electorales, ha pinchado estrepitosamente.

Creyéndose predestinado a ser coprotagonista imprescindible en cualquier pacto a dos, bien con el PP o con el PSOE que facilitara la gobernabilidad del país, su desinflamiento electoral le ha relegado a un cuarto puesto y devaluado su papel contra los optimistas pronósticos.

Le ha faltado tiempo en su frustrada precipitación por “tocar poder” para sumarse al coro de satanizadores de Podemos y proponer una “gran coalición” al PP y PSOE, en la que pintaría mas bien poco o nada, ya que su papel en ésta y tras quedar fuera del “pódium electoral” sería la de un secundario absolutamente prescindible.

El gran ganador –o el que más ha ganado si prefieren– en mi opinión ha sido Podemos, que supo detectar la grieta creada en el sistema por el “duopolio alternante”, que en su decadencia confortable fue haciendo dejación de funciones y olvidando el objetivo último de la gran política: mantener el contrato social entre el Estado y sus ciudadanos, que dentro de límites pactados y razonables –siempre mejorables pero nunca empeorables como ha ocurrido– garantice el máximo de libertades individuales junto a los derechos, oportunidades, justicia e igualdad sociales que suponen el concepto interiorizado y defendido por la mayoría de ciudadanos –muchos de ellos hoy considerados como “antisistema”– de “bienestar social”.

Si como hace Podemos –defender y volver a reivindicar el núcleo del paradigma olvidado de la “vieja” socialdemocracia, si proponer alternativas que puedan parecer en principio arriesgadas para lograr el “re-encaje” territorial definitivo de España de forma transparente, democrática y consensuada frente a los que confunden soberanismo con nacionalismo o con Artur Mas y que con su cerril actitud jurídica y nula política ante el problema no han hecho más que empeorarlo, si priorizar los intereses de los ciudadanos única fuente legítima del poder del Estado sometiendo los intereses no democráticos y minoritarios de los eufemísticamente denominados “mercados”, ¡el verdadero núcleo del problema!– es considerado ahora como radical y extremista por los voceros intermediarios de un “sistema” –el suyo pero no nuestro– en estado de descomposición preocupante: ¡Bienvenidos… Podemos y… los resultados electorales!

Y a los que les piquen uno u otro… o los dos, respetuosa y democráticamente… ¡que se rasquen!

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Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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