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El consentimiento

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Pilar Laura Mateo

El consentimiento (Lumen: 2020) es el título de una novela autobiográfica de la periodista francesa Vanessa Springora que ha tenido un gran impacto en el país vecino. En ella, Springora cuenta, treinta años después de los hechos, la relación sexual “consentida” que mantuvo de los trece a los quince años con Gabriel Matzneff, un santón de las letras francesas que por aquel entonces contaba 50 años, y cuya pedofilia había sido "glorificada" literariamente por las élites intelectuales parisinas. A estas horas no se sabe si el escándalo que ha provocado el libro se debe a que cuenta con bastante detalle la perversa relación entre el escritor y una niña, obnubilada por el carisma y el prestigio de su amante, o a la indiferencia, la complicidad, y aun la aquiescencia, de buena parte de la sociedad.

Es fácil entender que si esta situación tolerada hace treinta años ha suscitado tal revuelo es porque pone de manifiesto que el machismo imperaba con total impunidad. Es decir, los abusadores estaban amparados por toda una sociedad, para la que las mujeres y las niñas eran contempladas fundamentalmente como objetos de satisfacción de los hombres, los cuales tenían derecho a acceder sin cortapisas a su cuerpo, y en última instancia, a su vida (la maté porque era mía), una sociedad a la que le bastaba con que una niña dijera que su relación sexual con un cincuentón era voluntaria para tranquilizarse.

Pero claro, hoy las cosas han cambiado, no tanto como deberían, pero algo sí. Hoy las mujeres parece que tienen bastante que decir sobre su sexualidad y sus relaciones sexuales. Quizá por ello, en varios países anglófonos el tema del consentimiento lleva un tiempo convertido en una punta de lanza de denuncia social, por su cercanía al abuso y a la violencia sexual. En España, el debate se ha convertido inesperadamente en polémica a raíz de las delictivas declaraciones del tiktoker Naím Darrechi, avivadas por los cínicos twitters de Sánchez Dragó y otros personajes de igual calaña.

Salta a la vista que, en el discurso de estos señores, revestidos de liberalismo y modernidad, late la herencia más funesta de un machismo exaltado por la sociedad patriarcal en la que la libertad de la mujer ha brillado por su ausencia. De hecho, hasta hace poco no se ha planteado la necesidad de una definición del consentimiento sexual como fenómeno en sí mismo, siendo todavía este un campo de investigación apenas iniciado. De momento, el concepto se ha abordado desde tres perspectivas: la jurídica, la psicológica y la sociológica. Todas brindan datos, reflexiones y aportaciones, pero, aunque dentro de los tres enfoques hay una cantidad considerable de estudios de corte feminista o que parten de una perspectiva de género, sus planteamientos siguen teniendo límites.

En mi opinión, la sociología feminista es la corriente teórica que, al cuestionar la neutralidad del consentimiento sexual, reivindica su función activa en la reproducción de la dominación masculina. La pregunta es por qué un fenómeno cotidiano ha sido tan poco explorado teórica y subjetivamente; y por qué hasta hoy ha pasado (prácticamente) inadvertido en los debates sobre violencia sexual, violación o trata de personas.

En la visión más conservadora, esa que traduce la diferencia biológica entre los sexos como justificación de un distinto comportamiento social, lo masculino-activo es propositivo, insistente, lo femenino-pasivo, responsivo y resistente, el consentimiento sexual tiene un lugar ambiguo. Inserto en el sistema sexo/género, este comportamiento se sostiene sobre posiciones desiguales. Según su lógica sexual, los varones deben ser capaces de demostrar su virilidad frente a su comunidad de pares, ostentando un deseo sexual incontenible traducido en su número de conquistas, (cuantas más parejas sexuales, mejor), mientras que las mujeres deben evadir, pautar y regular el acoso masculino para no ser consideradas "cierto tipo" de mujeres, y también velar por unas prácticas sexuales seguras, el uso de métodos anticonceptivos; la comunicación antes, durante y después del acto sexual; las decisiones sobre dónde y cuándo sostener dichas relaciones; es decir, consentir o no consentir. En este orden de cosas, el consentimiento sexual parece ser una responsabilidad que solo atañe a las mujeres.

Hoy en día parece que este comportamiento sexual está obsoleto, al menos entre los jóvenes que teóricamente defienden una sexualidad no encorsetada, un sexo que satisfaga el deseo de ambos. Sin embargo, ¿realmente han cambiado tanto las cosas como se dice? Y si es así, ¿en qué dirección han cambiado? ¿Qué ocurre si hay mentira falaz, presión social, falta de discernimiento, como en el caso de Springora, o simplemente y llanamente, coacción? ¿Cómo se demuestra que no hubo consentimiento?

En noviembre de 2018, uno de los programas Salvados de Jordi Évole estuvo dedicado al sexo entre jóvenes. Sus declaraciones dejaron atónito a medio país. Varias chicas con solo 16 años hablaban del maltrato recibido por sus parejas, y casi todas coincidían en que se vieron 'forzadas' por la sociedad y por el juicio de sus pares (ser la estrecha del grupo, la pava, etc…), a perder la virginidad cuando no les apetecía: "Tienes esa presión para sacártelo de encima y quizás no tienes ganas de perderla a los 15, pero”. “Yo me tapaba la cara. No quería estar allí". "La primera vez tienes miedo", "por si iba a doler"… Mientras tanto, ellos destacaron que solo les preocupaba si iban a "disfrutar".

También manifestaron estar muy familiarizadas (ellas y ellos) con la pornografía dura. Al respecto, una de las chicas comentó que no sabe qué hacer cuando un chico la coge del cuello o le mete el dedo hasta la garganta mientras practican sexo: "Como él está disfrutando pues dices 'tira para adelante', pero tienes miedo, porque él ejerce una posición dominante sobre ti", dijo una de ellas. "Tienes miedo a decirle al chico que no quieres hacerlo, pero (el sexo violento) es tan normal que ya te tiene que gustar, sí o sí", destacó otra. Ante esto, Évole preguntó: "¿Y dónde queda el 'no es no'?". Silencio hasta que una de ellas le contestó que ellos deberían preguntar si la mujer quiere que le agarren el cuello, no que ellas tengan que decir que algo así no les gusta.

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La pregunta sería: ¿es esto consentimiento? Este desconcierto entre las chicas y esta especie de obligación de tener que consentir prácticas sexuales que no desean para que no las llamen estrechas, ¿cómo se lee en lo jurídico? ¿Se tiene en cuenta siquiera? ¿Es esta la libertad sexual por la que tanto hemos luchado las mujeres? ¿No necesitamos una buena educación sexual, en lugar del actual silencio del sistema educativo? Afortunadamente, parece que ahora se va poner en marcha una ley de educación que trata de paliar la carencia de educación sexual de los jóvenes. ¿No debería ser esta una buena noticia para toda la sociedad? Sin embargo, PP y Vox se llevan las manos a la cabeza como si la sola idea de una educación sexual fuera una abominación. Por lo visto, para ellos, en este tema no hace falta educar, basta con reprimir.

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Pilar Laura Mateo es escritora y socia de infoLibre. Su última novela publicada es 'Toda esa luz'. Editorial Mira. 2020.

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