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Especulación en el infierno: los intermediarios inflan los precios en medio del caos y la muerte de Gaza

Paco Ochoa Sánchez

Te he dejado en el sillón las pinturas y una historia en blanco.

No hay principio ni final, solo lo que quieras ir contando.

Múltiples pequeñas historias cotidianas marcan nuestro día a día. Todas ellas, por el hecho de sustentar un modelo económico que oprime a los más débiles en detrimento de unos pocos ricos, son invisibilizadas y ninguneadas por aquellos medios que dominan la creación de opinión pública al servicio de intereses privados y partidistas, medios que a su vez son financiados por distintos grupos de poder en los que participan dichas personas ricas.

Te he dejado en el sillón las pinturas y una historia en blanco.

Yo me marcho a otro lugar, puede que el viaje sea largo.

Solo quería contar que son esenciales. En un mundo que se destruye, mantienen a flote cada uno de nuestros días que se vendrían abajo si no fuera por ellas.

Pedro Sánchez, por su parte, habla de “ataque a la entidad territorial” ante este movimiento migratorio. Sin embargo, no es masiva la llegada de 124.000 refugiados/as ucranianos ni supone un ataque a España. ¿Será porque unos son blancos y otros negros?

Unos son negros y habitan países con recursos extraordinarios que jamás disfrutarán y que acaban en Occidente. A veces, no les podemos poner nombre porque nuestros medios de masas y políticas migratorias son racistas. Unos califican de masiva la llegada de 133 migrantes subsaharianos y ocultan la causa de su llegada (guerras de Sudán y el Chad); Pedro Sánchez, por su parte, habla de “ataque a la entidad territorial” ante este movimiento migratorio. Sin embargo, no es masiva la llegada de 124.000 refugiados/as ucranianos ni supone un ataque a España. ¿Será porque unos son blancos y otros negros? (ver aquí: min 20.) ¿Somos iguales de racistas que Donald Trump en su frontera con México? Las cosas están claras.

El saqueo de África es esencial para la vida material de Occidente. Muchos ya no están ni les podemos poner nombre. Yacen en fosas comunes, en un desierto, en el mar Mediterráneo o han sido rajados por las concertinas que en la frontera sur tiene esa “democracia consolidada” cuya dinastía actual fue elegida a dedo por un dictador consolidado y que se llama Reino de España.

¿Somos iguales de racistas que Donald Trump en su frontera con México? Las cosas están claras.

Son, como reflexiona Baltasar Garzón, los muertos de nadie, que abandonaron sus aldeas y sus familias para hacer real esa historia en blanco que en algún momento del viaje se quemó, se perdió, se rasgó o llegó arrugada a una costa mediterránea, mientras una madre o un abuelo pintaba e imaginaba desde su hogar un futuro mejor en ese viaje con las pinturas que el chaval había dejado en el salón.

Solo quería contar que son esenciales. A veces, no tienen estudios ni están alfabetizadas. Siempre están precarizadas. Desempeñan oficios que socialmente están menospreciados. El oficio es cuidarnos. Son mujeres. Muchas veces migrantes. Y les voy a poner nombre porque se lo merecen. Porque hay que tratarlas con dignidad y darles visibilidad en los entornos que cada uno podamos.

Solamente lo hacen para que no falte un plato lleno, en tu casa y en la suya. Para que no falte un buen paseo. Para que no falte la pastilla adecuada. Para dar cariño. Para que no falte un buenas noches: hablo de Ana, Ángela, Norma, Elda… y tantas otras mujeres se levantan día tras día para cuidar a nuestros mayores.

Solamente lo hacen para que no falte un váter limpio. Para que el baño no sea un safari. Para tener una oportunidad. Hablo de Puri, Fatima y tantas otras mujeres que se levantan día tras día para cuidar nuestros colegios, calles, jardines, hospitales…

Solo lo hacen para colorear las ventanas de un colegio y que sea más alegre a la vista todos los días. Para desbrozar el patio del recreo y que los niños/as puedan jugar a su gusto. Para enseñarnos a valorar el trabajo de tantas mujeres que a sus 50 o más años hacen que los relojes de nuestros días no se atasquen. Para buscar una liberación. Para valorarse a sí mismas. Para tantas cosas…

Entre todas estas cosas y en un mundo en el que cada vez nos vemos más solos y alejados de la familia, compartir es una manera de cuidarnos y de ser justos. Da igual el qué: un café, un libro de Rosa Montero o de Juan Marsé, una tetera, unas frambuesas, un Msemmen, un gracias, un vino, un “Salam”, una historia o una conversación trabada que no va mucho más allá del “qué bien te está quedando” porque una de esas mujeres no domina el idioma.

Te he dejado en el sillón las pinturas y una historia en blanco.

No hay principio ni final, solo lo que quieras ir contando.

Como veis, he cogido las pinturas del sillón y he coloreado estas líneas que antes estaban en blanco. Lo hago porque la clase trabajadora necesita ser contada. Por dignidad. Por justicia. Porque, vengas de donde vengas, te conviene. Por ti.

Porque es esencial ponerse del lado de los más débiles.

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Paco Ochoa Sánchez es socio de infoLibre

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