LIBREPENSADORES

Somos españoles, somos europeos

José Carlos Tenorio Maciá

Hablamos mucho de Europa. A veces nos imaginamos un trozo de mapa difuso. En alguna ocasión la reducimos a países miembros de un club. ¿Identidad? Sí, siempre hay momentos en que nos sentimos europeos: lo más cerca la moneda, o quizá la beca Erasmus. Los hay quienes fijan su mirada en las raíces, que no se ven pero que están ahí desde su origen: el logos helénico, el cristianismo, la Ilustración… Entonces, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de ella? Imposible responder. Que se trata de una realidad es evidente, pero resulta complejo definirla. Precisamente porque no hablamos de un concepto unívoco, pero tampoco equívoco: es decir, que no se preste a una definición concreta no implica que sea un cóctel de elementos imprecisos. Así pues, quizá de entre toda esta nebulosa podamos sacar algo en claro, esto es, que la esencia de Europa sea, precisamente, no tener esencia.

En la actualidad, los españoles nos referimos, sobre todo, a la Unión Europea. Ese proyecto común kantiano, en el que la guerra parece una posibilidad intempestiva, anacrónica. Sensación familiar, por suerte, para nuestra generación pero recordemos que la integración surgió como respuesta a las barbaridades bélicas de la primera mitad del pasado siglo. Dos conflictos tras los cuales desaparecieron en la parte occidental del continente las ansias de dominio por el reconocimiento mutuo. Y desde entonces nos hemos convertido en eso tan simbólico que se suele decir: “un gigante económico; un enano político”. La debilidad de los Estados-nación, acelerada por el proceso globalizador, nos ha llevado más allá de la historia, a un nuevo tipo de poder post-nacional. Una unión que comenzó hace más de sesenta años y que se ha basado en la racionalidad económica para lograr el crecimiento y la estabilidad. Ahí encontramos una doble cara: el triunfo de los intereses compartidos y, por otro lado, la derrota de la política nacional.

En épocas de crisis como la actual el proyecto europeo vuelve a ser interrogado con fuerza. Vemos a nuestro país enfermo, con unos servicios públicos cada día más escuálidos, y con unos dirigentes que han dejado de ser soberanos. Por eso, mientras la situación no mejora, nos vemos obligados a exigir el regreso de la política, del patriotismo institucional que nos haga levantar el vuelo. Pero, incluso en momentos como los actuales, debemos tener presente que somos parte de la UE, en lo bueno y en lo malo. Aún así, es cierto que en el seno de la misma aparecen diferentes velocidades: el norte por el carril izquierdo, ejemplar en su conducción decidida, veloz, que adelanta a los países del sur (que van a otro ritmo, "disfrutando" de la música). Dos tendencias, siendo reduccionistas, que hablan de diferentes estilos de vida. Por eso nos resulta tan complejo cumplir los pactos de estabilidad impuestos por los germanos, porque la cultura política española difiere mucho de la de aquellos. Mi pregunta es la siguiente: ¿hasta qué punto queremos superar esa asimetría? ¿Nos conviene deshacernos de Berlín, principal valedor de la Eurozona?

En mi opinión, es necesario ampliar la perspectiva. Por un lado y a nivel interno, deberíamos aprovechar este contexto tan crítico en todos los sentidos para reformular el país: ¿Qué queremos hacer con España? Tenemos derecho a pedir el cambio, a aprender de nuestros errores recientes para iniciar un nuevo camino con pasos firmes. Una segunda transición que revise y complete la que puso fin a la dictadura, no que la destruya. No es el momento de romper, sino de reformar, por mucha rabia que llevemos dentro. Ese descontento tiene que ser canalizado hacia reformas progresivas y serias: antes de nada, despolitizar las principales instituciones y hacer una reforma educativa que no lleve el nombre de ningún ministro ni fecha de caducidad temprana. Todo ello compartiendo nuestra soberanía con Bruselas y cumpliendo con los acuerdos. Ahora bien, carece de toda lógica que desde allí se sacralice la austeridad: ya aprendimos de Hegel que cuando la realidad se identifica con lo racional entramos en un terreno muy peligroso: que hoy no exista más vía que la marcada por Alemania nos lleva a olvidarnos de la razón ética, esa que huye de cientificismos y habla de sentimientos, de libertades, de las personas.

Los ciudadanos griegos han sido los primeros en dar un paso al frente. No quieren salir del club ni del euro. Solo quieren respirar. Deben cumplir con sus compromisos, ellos lo saben, y el resto de vecinos no podemos dejarles desasistidos. Si recurriesen a políticas nacionalistas sin más el conflicto estaría servido. Ya hemos visto que la Unión Europea, y su estabilidad, se basan en la debilidad de la vieja política. En cuanto esta gane protagonismo respecto de los intereses comunes, los monstruos que hoy amenazan principalmente desde el norte pueden volver a acabar con toda esta ilusión tan desilusionante llamada Europa.

No deberíamos olvidarnos nunca de que, a día de hoy, los españoles defendemos nuestra propia libertad mediante el reconocimiento de la libertad de nuestros compatriotas europeos. En eso se basa este continuo experimento. Es el momento de que norte y sur se encuentren a mitad de camino, que se escuchen y cedan con responsabilidad, demostrando una vez más que es posible seguir avanzando en esta utopía, en mi opinión, tan beneficiosa. La crisis actual tendrá sentido si aprendemos de ella: los políticos y las élites los primeros, pero también los ciudadanos.

José Carlos Tenorio Maciá es socio de infoLibre 

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