Fiesta de las letras

Recorro el paseo de la Reina Cristina antes de llegar al paseo de coches del Buen Retiro. A ella también le fue retirada la pensión vitalicia por sus negocios esclavistas y algunas dádivas de ministros y contratistas; práctica muy habitual en nuestro tiempo y no solo en regentes nobles. Otras reinas –con mejor pasado y, quizá, mejor futuro– han pasado por esta Fiesta de las Letras –en ocasiones, feria de vanidades– para interesarse por los últimos logros literarios.

En el presente, la actual consorte se ve obligada a acompañarse por un séquito de ediles de discutible integridad y mejorable discurso; "gloriosa de niñez, sobre tus hombros/ holgadamente y sin esfuerzos cabe/ la majestad de un mundo nuevo. Gozo/ de verte entre los hombres diminutos/ faltos de humanidad y retraídos/ de la naturaleza.../ , en los versos de Eduardo Marquina.

Se echan de menos la suave música que solía acompañar a los visitantes y las cálidas voces que recordaban la ubicación de los firmantes. Queda solo el discreto murmullo de los ávidos lectores y los curiosos que, con renovada ilusión, se acercan a la gran feria, al olor del papel nuevo y, con suerte, inspirado. Con la intención de huir, por unas horas, de los restos y pérdidas de una pandemia; las consecuencias de una erupción volcánica; la desolación de una guerra, por cercana, más emotiva que las otras dieciocho guerras que en la lejanía resuenan: "Todas las guerras son la misma guerra/ en la que , indefectiblemente, todos mueren;/ porque matar ya es como estar muerto/, rezan los versos de alguno de los libros que hoy firmaremos.

El viaje comienza dentro de una caseta, esperando a amigos, visitas reales, viejos conocidos y algún primer lector que nos recuerdan que la máquina vuelve a funcionar para libreros, editores, escritores y las grandes piezas del engranaje: los receptores de todo ese trabajo.

Eduardo Prieto es socio de infoLibre