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La red infinita del lobby de la vivienda: fondos, expolíticos, un alud de 'expertos' y hasta un pie en la universidad

Antonio García Gómez

En su tiempo el duce Mussolini dio una orden: Italia debería ganar el Mundial celebrado en Italia. Y la selección italiana consiguió la copa del Mundo. Misión y órdenes cumplidas, a rajatabla.

Cuando yo era niño, en mi ciudad natal, los sábados por la tarde o los domingos por la mañana se celebraban los encuentros de fútbol de las distintas ligas de benjamines, de alevines, de cadetes, en unos simpares partidos a cara de perro infantiles, con nuestros zapatos Gorila cabalgando sobre los campos de tierra y guijos, en dirección a las porterías que eran tres palos, sin redes, a fuerza de intentarlo una y otra vez hasta lograr resultados aparatosos. Nuestras equipaciones eran unas camisolas muy gastadas, sin número, de variopintas medidas, unas más grandes, otras más pequeñas, dejadas, en mi caso, por los frailes, con la obligación de devolverlas los lunes, lavadas y planchadas.

Los domingos por la tarde, casi con la comida aún por masticar y deglutir, mi padre y yo, un chicuelo animoso, íbamos a paso ligero hacia el Campo de Anduva, en el que jugaba el Mirandés, el equipo de nuestra ciudad, el equipo “rojillo”, sobre campo de hierba y fragancia perenne a linimento; a media digestión, preferentemente en invierno, corríamos para llegar a tiempo, con idea de aprovechar la luz natural, estuviese soleado, nublado o brumoso, y disfrutar del partido con nervios y pasión y de pie. Y eso que ocupábamos “Preferente”. Al descanso, mi padre se echaba una copichuela de coñac con los amigos, y yo aprovechaba para ir a hacer pis a los servicios que, al fondo en una esquina, ofrecían su peste a orín.

De tiempo en tiempo, cuando acudíamos en familia a Bilbao, a ver a los abuelos, aprovechábamos, también mi padre y yo, para ir, si coincidía que jugara en casa, a ver un partido del Athletic. Entonces a general, también de pie, con el público enfervorizado, yo colándome hacia delante, por ver si podía ver a los jugadores más cerca.

Era, por lo tanto, yo un aficionado y un practicante del fútbol, de primera. Aunque es verdad que nunca llegué a tener, en propiedad, unas botas reglamentarias, con tacos. Siempre me tuve que conformar con unos zapatos de cuero, duros y correosos, como debían ser mis carreras hacia la portería contraria.

Ha comenzado el Campeonato Mundial de fútbol en Catar, con un supuestamente muy emocionante encuentro de inauguración que enfrentó a las selecciones de Catar y Ecuador.

Claro que ahora no toca hablar de “la moral”, y es que ahora toca jugar al fútbol, soñar con los colores propios nacionales

Todos puestos en sus sitios de responsabilidad, y a lo suyo, los entrenadores, los futbolistas, los árbitros, los periodistas, los directivos, y hasta los espectadores, asistentes en directo o por televisión… y naturalmente bastante tienen con estar atentos a sus quehaceres, ocupaciones y aficiones… Como para que se les inquiera a que disgreguen sus opiniones, sean cuales sean sobre cualquier otro motivo que no sea el objetivo de dar lustre y brillo a la celebración del Campeonato.

Y es que como decía el maestro Juan José Millás: “la moral es estacionaria”, y se reactiva según cuando convenga o no.

Y así, en este presente Campeonato se jugará sobre césped perfectamente alineados y en estadios de una altísima brillantez y funcionalidad arquitectónica.

Sin que nadie ose comentar nada, ni siquiera acordarse, de los seis a siete mil trabajadores muertos en el empeño que supuso levantar tal emporio. Sin hacer la menor disquisición sobre cómo y por qué murieron tantos currantes de mano de obra barata, emigrantes pobres y desesperados, trabajando en condiciones indefendibles, bajo  golpes de calor atroces y continuos, refrigerados sus cuerpos en “habitaciones frías”, para que siguieran en el tajo y aguantaran hasta que reventaran, amontonados sus cuerpos vencidos y reemplazados por nueva carne de cañón.

Claro que ahora no toca hablar de “la moral”, y es que ahora toca jugar al fútbol, soñar con los colores propios nacionales y disfrutar bajo la hospitalidad bien cobrada de las autoridades cataríes. Habiendo olvidado nada incómodo que afeara tan bello espectáculo, siendo como es un gigantesco negocio y un escaparate mundial de pulcritud encalada.

Allá nosotros, allá el mundo con tales medidas flexibles sobre la moral que a nadie importa

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Antonio García Gómez es socio de infoLibre

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