Librepensadores

Inquietante 'voxiferío'

Amador Ramos Martos

“Encallados constitucionalmente, encanallados ideológicamente y encallecidos democráticamente, algunos irresponsables han entreabierto la puerta al monstruo”

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Promover, defender, ampliar y vigilar, por parte del Estado, el libre ejercicio de los derechos individuales y colectivos; evitando desequilibrios entre los diferentes grupos y estamentos de poder que pudieran poner en riesgo la cohesión fraguada en torno al contrato social pactado por todos, constituye en mi opinión el objetivo último del sistema democrático.

El ejercicio de la soberanía nacional, mediante el voto libre, no siempre garantiza que ideologías anómalas, cuando no aberrantes (valiéndose de ese derecho básico democrático), accedan al ejercicio del poder. Un riesgo, que una democracia madura y equilibrada no debiera asumir y ante el que debiéramos disponer de mecanismos democráticos que contribuyan a su blindaje.

Un error de una ciudadanía confiada en exceso que, asumiendo erróneamente como equiparables la calidad y garantía de la democracia con el libre derecho al voto cada cuatro años, no tiene conciencia —o si la tiene la ignora— del subrepticio y progresivo proceso de degradación del papel vigilante y regulador de aquélla, por parte de los poderes del Estado; de la pérdida de legitimidad de nuestros representantes y de la ruptura de su compromiso con los representados.

Un deterioro democrático al que no somos en absoluto ajenos los ciudadanos: nos guste o no y queramos o no reconocerlo, tan mediocres, tan deslegitimados, tan acríticos, tan degradados y tan sectarios como nuestros representantes. Un binomio letal, un caballo de Troya, el de la desafección ciudadana hacia sus representantes, que desde las entrañas del sistema democrático, lo amenaza.

Sufrimos un cúmulo de circunstancias que están provocando la permeabilización de la porosa conciencia de los ciudadanos más vulnerables democráticamente. Hoy, de forma preocupante, más receptivos a discursos aberrantes donde campan a sus anchas nacionalismos exaltados, recortes de derechos, insolidaria desigualdad y xenofobia excluyente. Valores deshumanizantes, que en épocas no tan lejanas, alimentaron tragedias que creíamos y queremos seguir creyendo... irrepetibles.

Un discurso inquietante, que en la Europa de los mercados y de… ¿los ciudadanos? está sedimentando en el espectro ideológico de la extrema derecha. Bordeando los peligrosos márgenes (de momento sin traspasarlos) del fascismo. De los que en España, como en Europa, nos creíamos equivocadamente lejos y a salvo.

Pero la inesperada irrupción de la malformación democrática que es Vox, el día 2 de diciembre en las elecciones andaluzas, ha enturbiado más el muy enrarecido ambiente político, que en la última década ha puesto en evidencia las carencias del idílico oasis democrático (con sus luces y sombras) inaugurado con la Constitución de 1978 cuyo 40 aniversario celebramos.

La Carta Magna del 78 permitió la presunta domesticación del franquismo político y sociológico en un ambiente, hay que reconocerlo,… endemoniado. Bajo la amenaza perenne de los “espadones”, que al igual que durante el siglo XIX y gran parte del XX se constituyeron en un suprapoder militar, garante último de las esencias nacionales según su singular código patriótico, sembrado de deshonor en tantas ocasiones. Con el beneplácito siempre, eso sí, del poder económico y, ¡como no!, con la bendición del poder eclesiástico.

Un oasis constitucional democrático hoy difuminado y que corre el riesgo de reconvertirse en inexistente espejismo. Estando como estamos representados y representantes, encallados constitucionalmente, encanallados políticamente y encallecidos democráticamente desde hace diez años como consecuencia de la crisis de descrédito y deslegitimización de nuestros representantes.

Nos preguntábamos con espíritu naïf dónde estaba la ultraderecha española. Porque estar... estaba; invisible, a la espera, agazapada en sus catacumbas y en el sector más ultranacionalista español del PP. Un partido surgido de los escombros del franquismo y que creíamos ideológica y definitivamente rehabilitado en una derecha moderada, europeísta e integradora. ¡Nada más lejos de la realidad!

Provoca vergüenza democrática la involución de un PP reconvertido de forma ruin e irresponsable por Pablo Casado, el regenerador (marioneta del guiñol aznariano), en una derecha montaraz, trasnochada y que rezumando hiel ideológica, bordea con su discurso territorios rayanos con el franquismo sociológico residual que albergaba en su seno. Y que de forma indigna ha asumido para alcanzar el poder en Andalucía el discurso (compartido en lo sustancial) marginal, excluyente, populista, xenófobo y ¡anticonstitucional!... de Vox.

El incomprensible regocijo de Pablo Casado tras su fracaso en Andalucía, donde ha perdido siete diputados, sólo puede explicarse por el éxito parcial de Ciudadanos (que ha doblado su representación) y la irrupción estelar de Vox en el Parlamento andaluz. Un monstruo surgido desde las cloacas políticas del franquismo y que en una siniestra (diestra sería más exacto) carambola a tres bandas permitirá a Moreno Bonilla (el candidato que susurraba a las vacas solicitando su voto), protegido andaluz del pérfido delfín de Ánsar, liderar esta vez sin complejos su coalición ultraderechista de perdedores.

Pero cuando creíamos saturada nuestra capacidad de asombro político, se añadió una palada más del mismo. Al proceso de “regeneración democrática”, a la Reconquista iniciada paradójicamente esta vez en Andalucía por los pelayos Casado y Abascal, se sumó también el poliédrico tahúr Albert Rivera. Un transformista político de libro, españolísimo entre los españolistas y dispuesto al frente de su partido yenka (consulten los más jóvenes el significado de este ultimo término) a reforzar (con tal de tocar poder) la credibilidad democrática del tripartito patriótico.

Pero no nos llamemos a engaño. Detrás de la campaña y proceso electoral andaluz, lo menos importante era Andalucía. Todo ha constituido una monumental farsa electoral. Quizás por ello muchos andaluces de la izquierda ideológica de forma injustificable se quedaron en casa ante la intuición de una “elección” local, reconvertida en un ensayo demoscópico nacional en la probeta electoral andaluza. Una estafa a los andaluces… y a la democracia.

Lejos de los problemas que afectan a Andalucía, se recurrió al procés catalán como elemento aglutinante del discurso rabiosamente españolista en lo territorial del tripartito patriótico. Una ensoñación, la del procés, carente del imprescindible rigor jurídico que le dote de legitimidad. Pero una desvertebración territorial, la catalana en España, dotada de cierta evidencia histórica y que podría dotar de credibilidad no a la declaración de independencia del Govern (en realidad, una sobreactuada opereta política con matices bufos), sino a su deseo (algo legítimo siempre que sea consensuada y ajustada a la siempre modificable “legalidad vigente”) de conseguir su viabilidad en el futuro.

Unos hechos, los ocurridos durante el procés, hipertrofiados por quienes (con argumentos  más que discutibles) tratan jurídicamente de reconvertir el hasta hoy en general pacífico procésprocés en una rebelión que pone en riesgo la democracia en España. Dos fakes hiperbólicas que el anterior gobierno, inane políticamente durante años ante el conflicto, esgrimió como argumento para intentar recalificar jurídicamente una reclamación política —sobreactuada eso sí— en una inexistente en la práctica… rebelión violenta.

Estamos encallados constitucionalmente en y por una Constitución deificada en exceso. Sobre todo por aquellos que la aceptaron a regañadientes o se negaron entonces a reconocerla. Que intocable, monolítica, hace inviable cualquier salida constitucional al conflicto. Sólo factible si el toqueteo constitucional es consensuado y compartido. Algo muy improbable estando como están sus protagonistas encanallados en su sectario discurso. Cuya visceralidad política, carente de la mínima empatía hacia el adversario alimenta viejos y equivocadamente olvidados frentismos.

Un enconamiento en el que dos partidos que se autocomplacen en la pública y farisea exhibición de su patriótico constitucionalismo, PP y Ciutadans, encallecidos democráticamente en su lucha por el poder, no han dudado en tender puentes vergonzosos con Vox. Un partido de derecha extrema que promueve valores inaceptables por anticonstitucionales en una democracia que se precie como la nuestra de serlo.

El votox, el voto tóxico a Vox en Andalucía, inquieta. Pero más debiera inquietarnos la obscena anuencia con aquel de los voxeros Pablo Casado y Albert Rivera. Que como pretenden hacernos creer, consolidará la regeneración política andaluza y nacional. Una falacia más entre tantas, que sólo contribuirá con su voxiferío a su envenenamiento. Y en ultima instancia, a la fractura otra vez de la sociedad española. Y lo más inquietante, con el riesgo añadido de enfriamiento —¡ojalá que no hibernación!— otra vez de la democracia.

P.D.: Dedicado a M.R. que me pidió que lo escribiera. _____________

Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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