La muerte óntica

Luisa Vicente

Si tuviera que definir las cosas más importantes que se han perdido tras la pandemia diría: la esperanza y el alma de la Administración Pública. La palabra y el trato que nos dispensamos en momentos tan críticos como los actuales tienen el poder de darnos la vida, deteriorarla o llevarnos a perderla. De poco sirve que la inteligencia artificial ofrezca un diagnóstico de las enfermedades con los fármacos más precisos, que se monitorice la actividad de una célula viva en tiempo real con una antena inalámbrica o que un biosensor detecte tumores con menos de una gota de sangre, si la empatía está ausente y nos hacen sentir números y no seres humanos.

Hoy las consultas médicas se llenan de ordenadores y pantallas de plasma, y se vacían de tiempo, de médicos y de sanitarios para atender a los pacientes. Todas están en paradero desconocido y nadie los busca. La trastienda de la burocratización no puede ser más fría y distante,  tanto, que el paciente sale más desesperanzado y enfermo que cuando entró a la consulta. La soledad y la angustia emocional la sentimos cuando nos dan cita para el especialista a 6 meses vista. Mientras tanto, la enfermedad va haciendo de las suyas. Eso lo saben las 130 personas que fallecieron al mes en Catalunya, una cada 11 minutos en 2021, en el laberinto burocrático de la ley de dependencia. También lo sabemos cuando llamamos a la Administración y nadie coge el teléfono o cuando los bancos nos obligan a hacer todos los trámites por internet y nos expulsan del sistema financiero. Solo pedimos que nos dejen ocupar un sitio en el tren de la vida hasta que bajemos en nuestra estación final. Si los Servicios Públicos no funcionan, que son las estructuras que sostienen un país, se hace ingobernable y se convierte en un país fallido, como es ahora España. Hay muchas personas que sin estar graves se están yendo poco a poco porque han perdido la esperanza y ya no creen en nada. Las han alejado tanto de su entorno y de sí mismas, que se podría decir que es un asesinato social. La muerte óntica es la peor, porque nadie la detecta ni queda reflejada en las estadísticas. Ni la tristeza, el abandono o la soledad, dolencias silenciosas y emocionales, pero con las mismas consecuencias que las físicas, se consideran hoy relevantes en la sociedad feliz del siglo XXI, a pesar de su notable incremento.

La desatención de la sanidad y de las administraciones puede desencadenar que miles de personas que viven solas en sus casas pierdan la vida en el más estruendoso silencio

En tan solo 15 años, los mayores de 65 serán ya el 25% de la población y en 2050 los octogenarios superarán la barrera del 10% de los catalanes. Por tanto, en el 2035 la población de mayores será ya el 42% más numerosa que en la actualidad. Muchos morirán de enfermedades graves, y otros muchos perderán la vida por muerte silenciosa.

Estamos viendo muertes y destrucción como nunca antes. Suceden a diario lesiones, daños, muertes de bebés en los embarazos, anormalidades menstruales, ictus, paros cardíacos, problemas de coagulación, muertes repentinas, miocarditis. Los médicos dicen no conocer las causas del exceso de mortalidad de 35.000 personas en España según el MoMo (Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria).  No se pueden descartar los efectos perniciosos de la terapia génica contra el SARS-Cov-2, pero tampoco se deben descartar las muertes por la soledad, el abandono, y la angustia emocional en la que estamos inmersos desde hace más de dos años. El confinamiento, el distanciamiento familiar y social, y ahora la desatención de la sanidad y de las administraciones, que no ofrecen los servicios mínimos que necesitamos, puede desencadenar que miles de personas que viven solas en sus casas pierdan la vida en el más estruendoso silencio. 

Cuando las casas de los ancianos que han fallecido en soledad queden vacías, las llenarán con mascotas los que entren, y el mundo continuará con la misma indiferencia que vemos una hoja mecida al viento en otoño. Para los barcos que siguen remando, pero no saben a dónde ir, ni qué hangar ocupar en la vida, no existen vientos favorables.

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Luisa Vicente es socia de infoLibre

Si tuviera que definir las cosas más importantes que se han perdido tras la pandemia diría: la esperanza y el alma de la Administración Pública. La palabra y el trato que nos dispensamos en momentos tan críticos como los actuales tienen el poder de darnos la vida, deteriorarla o llevarnos a perderla. De poco sirve que la inteligencia artificial ofrezca un diagnóstico de las enfermedades con los fármacos más precisos, que se monitorice la actividad de una célula viva en tiempo real con una antena inalámbrica o que un biosensor detecte tumores con menos de una gota de sangre, si la empatía está ausente y nos hacen sentir números y no seres humanos.