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La noche de Gala

Juan Manuel Arévalo Badia

Cuando las noches se hacen más oscuras que otras hay un camino que te conduce a la luz: el libro. Y esa noche emprendía, como otras, el camino de la iluminación.

Me acerqué a la pequeña librería que me acompaña  junto a la cama y a mis manos vino, casi como una premonición, un título de Antonio Gala: Las afueras de Dios. Apareció Gala en ese momento de la noche en que uno se acuerda, no de los que ya no están, sino de los que piensas que estás perdiendo en el recuerdo, que es la peor de las ausencias.”El secreto de la vida está en no ir tras ella, en no perseguirla, sino en dejar que ella nos anegue”, ponía en boca de la monja Clara, su protagonista. En un alba torpe y gris, saltaba la noticia en la radio del fallecimiento en Córdoba de Antonio Gala.

De todo aquello que no hablamos por cinismo, por vergüenza o por soberbia, lo escuchamos con su voz pausada y cadenciosa, casi de endecasílabo alejandrino. La salud le puso una zancadilla y su mano buscó un bastón

Unido también a esa ciudad senequista, por mi vida personal y familiar, he entendido mejor los interiores de Gala. Fui espectador de representaciones como Anillos para una dama, Petra regalada o Las cítaras colgadas de los árboles. Lector de sus obras literarias y sus columnas periodísticas, recopiladas después en diversas obras. A su perrillo Troylo, me lo encontré allá por el año 82 en una librería de La Coruña y todavía me paseo con él para escuchar las palabras que le dirige amorosamente su amo: “Tú me entiendes, Troylo, porque eres más natural que yo”. Un escritor poliédricamente comprometido, en lo social, en lo político y en la estética de la palabra. Una vez que has escuchado a Gala, su voz te acompaña rítmicamente cuando lo lees. Un rosal lleno de belleza, perfumado, sin evitar las espinas. Su Paisaje con figuras, fusionando alma y escenario. Aquellas noches con Quintero; fueron trece; del qué hablar y cómo: del amor, de la muerte, de la vida, de la paz, de la soledad.

De todo aquello que no hablamos por cinismo, por vergüenza o por soberbia, lo escuchamos con su voz pausada y cadenciosa, casi de endecasílabo alejandrino. La salud le puso una zancadilla y su mano buscó un bastón, para evitar perder involuntariamente la compostura elegante. Además de ese artificio de sostén trípode, él tuvo otros bastones con los que se erguía y destacaba: el de la ironía, el duende, el talento, la elegancia, la galantería, la cultura, la libertad, entre otros. La muerte vino a buscarlo, en un día de lluvia y de ruidos ajenos y desconsiderados. Para hablar de ella, humilde, utilizó a Machado: "Hijo, para descansar/es necesario dormir,/no pensar/no sentir,/no soñar./Madre, para descansar,/morir".

Dejó La Baltasara para aspirar la última flor de los azahares cordobeses.

Descansar vivo, como él deseaba. ¡¡Gala ha muerto. Viva Gala!!

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Juan Manuel Arévalo Badia es socio de infoLibre.

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