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Hacer lo posible para salir de esto

Jacinto Vaello Hahn

Los humanos somos ciclotímicos. El planeta que habitamos tiene limitaciones físicas. La economía es el aprovechamiento del medio para asegurar nuestra supervivencia.

Primera derivada: nuestra vida no discurre de forma uniformemente lineal; no podemos ir más allá de las limitaciones físicas del planeta; es absurdo dedicar nuestra actividad económica a generar humo que se nos escapa entre los dedos.

Segunda derivada: tenemos que asumir nuestra inclinación a provocar movimientos cíclicos en todo lo que hacemos; tenemos que adaptarnos a este planeta que en caso contrario nos expulsará; tenemos que acertar a construir una economía que nos proporcione bienestar.

Todo esto es posible pero no es simple. Prueba de ello es que estamos haciendo desde hace ya tiempo exactamente lo contrario. Y parecemos incapaces de torcer el rumbo de esta insensatez.

¿Quiénes tienen tanto interés en reventar las costuras mientras disfrutan de lo inmediato? Aquellos que llegado el momento podrán esconderse en su refugio atómico (siguen existiendo, no crean) o coger la última nave a Poseidón. Siempre hemos estado así, mejor o peor, pero más o menos adaptados a eso que llamamos "sociedad de clases". ¿Cuál es la novedad? Pues que las clases se nos deforman y, sobre todo, pierden el paso: teníamos socialdemocracia y avanzábamos hacia la prosperidad general, pero eso se ha acabado: ahora las reglas cambian y no se trata de aspirar a algo mejor sino a evitar la marginación y la miseria. Sabiendo que los del 1%, como la denominación indica, serán muy pocos, la cuestión consiste en evitar ahogarse en el abismo del 99%. Y para eso solo tenemos una salida: impedir que se consolide el abismo que se está construyendo desde los mandos del 1%.

Y esto nos lleva a intentar imaginar alguna novedad salvadora. ¿Existe? Sí, y hay que insistir en ello. Pero afirmarlo quiere decir ser plenamente consciente de que esto nos arrastra a una lucha prolongada, porque los que mandan prefieren no largarse a Poseidón. Sus privilegios, conservados en este planeta, son mucho más atractivos que enloquecidas aventuras espaciales. No solo se van a defender sino que van a atacar con los enormes medios que poseen. Ya lo están haciendo, porque es una de las grandes ventajas de haber mandado durante mucho tiempo: se dispone de medios, se puede allegar otros muchos, y se sabe cómo utilizarlos con ventaja.

Entonces, hay que dotarse de las herramientas más eficaces para alterar el rumbo de esta absurda trayectoria. Desde luego, la primera clave está en la organización de la supervivencia, eso que llamamos la economía y que hay que devolver a su forma real. Ya vale de activos tóxicos, acciones preferentes, derivados, etc. manejados por dementes convertidos en apéndices de máquinas infernales dotadas de una inteligencia inhumana que todo lo pervierte. La segunda clave está en no cargarnos el soporte, esto que conocemos como la tierra, cuyas limitaciones afloran y cuyas quejas ambientales se deberían estar ya tomando en cuenta seriamente (aunque se dice, no se hace). Y en cuanto a nosotros mismos, no dejaremos de ser ciclotímicos: es lo que hay y tenemos que lidiar con ello.

Entonces, ¿qué podemos hacer lo antes posible para que esto no se nos vaya de las manos? Pues anotar lo siguiente: conviene colaborar antes que competir, aspirar a un beneficio colectivo antes que a un beneficio individual y procurar el bienestar sostenible a largo plazo antes que una ganancia cada vez más incierta a corto plazo.

Si estas máximas se toman en serio es posible que consigamos algo, y sobre todo no ahogarnos en un mar de residuos que irán incluyendo cada vez más a los marginales desplazados de esta sociedad.

Es fuerte el asunto, ¿verdad? Pero no debería ser una sorpresa; nosotros lo hemos traído todo esto hasta aquí; de modo que es nuestra obligación, como especie, y no de nadie más, buscar la salida.

Si lo miramos en perspectiva, la pendiente es muy acentuada. No es excusa, porque lo será más si posponemos la acción. Y la acción, si nos atenemos a esas máximas, debería discurrir más o menos por la siguiente ruta:

Iniciar de inmediato una transformación total de la economía, en la que se combinen un modelo de colaboración, un objetivo de bienestar compartido y una mirada puesta en las sucesivas generaciones. Si nos acercamos y observamos todo esto a corta distancia, tenemos que el objetivo de bienestar compartido es un enunciado relativamente fácil de asumir, y aunque el egoísmo humano puede ser despiadado, aceptaremos que es posible avanzar en esta dirección desplegando un esfuerzo cultural comprometido, sin olvidar que se trata de una lucha frontal para evitar que el 1% más rico termine quedándose con todo; las sucesivas generaciones suelen ser una excusa bien pensante que se esgrime para justificar muchas cosas (proteger a los hijos...), pero es cierto que el discurso puede encajar en nuestra sociedad de cohesión social todavía sólida, evitando destrozarlo todo para solaz de los humanos de hoy; y, por último, topamos con el gran obstáculo: ¿cómo se hace para dar la vuelta a la trayectoria y convertir el camino de la competencia por la competencia en un gran proyecto social de colaboración? (no hay sitio aquí para denunciar la falsedad de la famosa competencia, pero no está de más recordar que toda empresa busca eliminar a la competencia en cuanto se posiciona en su mercado, y hasta llegar a ese punto, el grueso de los elementos que le han servido de soporte proceden del sector público, bajo la forma de financiación de la innovación, subvenciones directas, contratos del estado,...; es decir, de competencia, poco; pero el relato de la competencia como factor de progreso es un componente fundamental del neoliberalismo y un gran soporte de su discurso de engaño colectivo).

Pocas palabras más. O transformamos esta economía en la dirección esbozada o nos vamos todos a celebrar el hundimiento de nuestra trayectoria ciclotímica.

Jacinto Vaello Hahn es socio de infoLibre

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