Librepensadores

Rajoy es Nixon

Iñigo Landa

Rajoy es Nixon. De esta forma tan sintética he respondido a la pregunta de mis suegros americanos, posiblemente interesados por el editorial de TheNew York Time sobre la situación política en España. No se me ha ocurrido forma más visual de explicar la decadencia moral que arrastra el actual presidente en funciones y que, en la opinión de muchos, le debería haber inhabilitado para ejercer la política desde, por lo menos, el famoso sms del "Luis, sé fuerte". La comparación es pretendidamente evocadora en un país, Estados Unidos, donde la figura de Richard Nixon es posiblemente la excepción a lo que Gore Vidal definió como "esa peculiar religión americana: la adoración por sus presidentes".

Con esta comparación trataba de explicar a mis suegros por qué, en un sistema parlamentario y multipartidista, incluso políticos ideológicamente muy afines al PP tienen reticencias a que se les relacione con Mariano Rajoy, y cómo desde la otra orilla ideológica es casi una locura siquiera permitir que gobierne alguien tan manchado por la corrupción. Trataba también de ir más allá del titular de "casi un año sin gobierno", que es lo único que normalmente llega a los lectores de prensa internacional. Y no resignarme al discurso falaz de que "lo sensato" es dejar que se forme un gobierno. En el estado permanente de propaganda en el que vivimos, los términos "sensato" y "responsable" se han convertido en una suerte de neolengua orwelliana y carecen ya de su significado original. Lo sensato es dimitir a la menor sospecha de falta de ejemplaridad. Lo responsable es que te echen si no lo haces. Lo razonable es que alguien de tu mismo partido tenga un mínimo de ambición y te quite el puesto, aunque sea más por estética que por ética, para posiblemente indultarte luego y evitarte problemas con la justicia (como Gerald Ford hizo con Nixon, por cierto).

Una vez formulada la comparación, me he dado cuenta de que las similitudes entre Rajoy y Nixon son en realidad más evidentes de lo que inicialmente pensaba. En primer lugar, es sabido que el concepto de "mayoría silenciosa" fue popularizado por Nixon en 1969 para tratar de despreciar a los numerosos manifestantes contra la guerra de Vietnam. Rajoy, como si estuviera siguiendo las normas del manual del perfecto conservador, recuperó esta expresión varias veces durante la pasada legislatura, siempre refiriéndose a manifestaciones que le resultaban incómodas, ya fuesen las de "rodea el Congreso" o las de la Diada en Barcelona. Si el guión se desarrolla como sucedió con Nixon, la secuencia continuaría con una victoria aplastante de Rajoy (quiero pensar que ya se produjo en noviembre de 2011, diciembre de 2015 y junio de 2016, pero no descarto otra en las previsibles elecciones de diciembre), para luego terminar siendo apartado por su propio partido y aliviar así una presión insoportable. A este respecto, tengo pocas esperanzas en que el PP rompa la adhesión inquebrantable a su amado líder, ni en que los medios de comunicación con suficiente tirada convenzan a la sociedad civil para que ejerza dicha presión.

La segunda similitud no puede ser más obvia. Las famosas cintas de Nixon, convenientemente mutiladas antes de ser reclamadas por los investigadores del caso Watergate, y los discos duros del PP, formateados 35 veces y rallados otras tantas, parecen hijos de una misma mente corrupta, de un mismo modo de actuar. Sólo alguien que oculta secretos inconfesables está dispuesto a ofrecer la pésima imagen de entregar material deliberadamente destruido. Sólo alguien que está convencido de su impunidad, como Nixon confesó al periodista David Frost pocos años después de su retirada, es capaz de ordenar cometer delitos sin preocuparse por las consecuencias. Quizá en unos años, cuando la cordura o la biología jubilen a Rajoy, también éste nos ofrezca un espectáculo periodístico similar, aunque su gusto por el plasma lo hacen poco probable.

En definitiva, el estancamiento (gridlock) al que alude el New York Times es sólo un fotograma de una película que ya dura demasiado, y que sólo se entiende con perspectiva. La situación actual de democracia de bajísima calidad a la que hemos llegado tras años de abuso de poder e impunidad, no es una catástrofe natural ni una responsabilidad colectiva: deriva de actos concretos, es profundamente ideológica, tiene culpables y es reversible sólo con medidas radicales. Pero si esos cambios profundos en todas las instituciones obsoletas, deslegitimadas o directamente corruptas, que con tanta pompa se anunciaban hace un año, terminan diluyéndose en el pragmatismo del supuesto mal menor de que Rajoy gobierne para aprobar unos presupuestos, desde luego que no cuenten conmigo.

PD. Con el texto ya escrito, se me ocurrió que la comparación era demasiado obvia como para no haber sido establecida antes. Efectivamente, parece que columnistas de The Huffington Post y El Mundo hicieron esta comparación el pasado mes de junio, aunque destacando aspectos diferentes a los aquí expuestos. Aunque me fastidia no ser tan original como me creía, no dejan de ser más motivos para insistir en el paralelismo. _____________

Íñigo Landa es socio de infoLibre

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