El recuerdo olvidado...

Antonio García Gómez

Tan pronto, incluso antes de haberse desvanecido.

Hace un año, en lo peor de la pandemia, cuando se hablaba de que “todos juntos saldríamos adelante” e, ingenuos y viscerales, salíamos a las ventanas y los balcones a aplaudir a los sanitarios para, por otra parte, dejarlos en la cuneta antes que tarde, en cuanto tuvieron que votar muchos y, de nuevo, se volvieron a olvidar de “la mejor sanidad pública del mundo”.

Y todos corrimos a abrazar la vida, exultante, consumidora y secuestrada por un estado de ansiedad y crispación crecientes, cuando volvimos a creernos que el peligro había pasado y que el tobogán ya solo se inclinaba hacia abajo.

De entonces, de hace un año aproximadamente, y se ensalzaba y se lamentaba el personal de su triste destino, refiriéndonos a la generación de la posguerra, del esfuerzo y el sacrificio inimaginables, del día  a día que tuvieron que superar, entre privaciones y renuncios, luchando por “un mundo mejor”, por los suyos, incluso teniendo que dejar su tierra y sus raíces, sin un mal gesto, sin un desmayo, sin una tregua, hasta creer haberlo logrado, en la vida y en el horizonte de sus descendientes, hijos, nietos… cuando creían que ya tenían ganado su derecho a descansar, y reposaban sus castigados cuerpos en Residencias de ancianos/as, en lugares donde no molestaran demasiado… hasta que llegó la pandemia y esa misma generación, a la que tanto se la loaba, volvió a quedar en la encrucijada perdida, una más, encerrada en sus habitaciones, aislada, sometida y resignada, a la espera de una muerte atroz,  en soledad, ante el miedo insuperable, aunque ella, la generación loada y olvidada a la vez sabía mucho de superar miedos, retos, sacrificios…y tuvieron que afrontar su último y definitivo trance, esta vez letal, definitivo, indigno.

Para que el balance fuera, en consecuencia, trágico, indigerible por y para cualquier sociedad que adoleciese de sensibilidad y humanidad, tras haber visto caer a miles de sus mayores en condiciones intolerables.

Como para que, repito, mucho antes que tarde todo lo indecente se hiciese para echar tierra sobre el asunto, y se sobreseyese cualquier posibilidad de pedir responsabilidades, incluso de investigar, estudiar y reconocer errores, con propuestas de mejora, para que no pudiese volver a ocurrir lo que ya había devastado a un número significativo de supervivientes de la generación perdida, bajo una dictadura inclemente, bajo una existencia vital durísima, bajo una democracia que supo apartarlos antes de que molestasen más de la cuenta.

Porque ahora las prioridades son otras, por lo visto, las que van desde la promesa de un mundo que nos exija endeudarnos en pro del vellocino de oro inalcanzable, de la satisfacción inmediata, del placer de creer que tenemos al alcance el mundo a nuestros pies, aunque sea “mentira podrida”, pero no nos importe más de lo debido el rastro de miseria moral que nos vaya acompañando.

Cuando ya “nuestros viejos y viejas” forman parte del imaginario indoloro, gris y desvanecido, porque es tan insufrible detenerse en lo que se pudo hacer mal, como para haber renunciado a seguir pensando ni poco ni mucho en quienes cayeron en las trincheras de la insolidaridad, el incivismo y la precariedad asumida, la misma que nos asfixia mientras seamos capaces, con respiración asistida, si hace falta, de acceder a créditos exprés que nos vuelvan a aherrojar a las “caenas” que se reclamarán… por un minuto más de… satisfacción.

Antonio García Gómez es socio de infoLibre

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