La Reina de las mañanas
A las 07:00, la asistenta deja sobre la mesa la bandeja con el desayuno. Silencio en la casa, sólo roto por el tráfico acústico de los auriculares bluetooth. Lejos quedan los años de esa paz alterada por la presencia de niños a los que ella apenas vio y todo se reducía a "Un beso a mamá", "¿Quién quiere a mamá?", "Mamá tiene que trabajar", "Mamá está cansada" y cosas así para recordarles, también a sí misma, que era ella su madre, su mamá. Hoy presume de nietos a los que trata por videollamada. Es su secretaria quien la tiene al tanto de novedades, efemérides y eventos familiares. Ella es la estrella: la Reina de las mañanas.
Las calles despiertan sacudiéndose la oscuridad y el silencio. A ella la sacuden los asaltos diarios del pinganillo: la cadena, su productora, su secretaria, las noticias… A la salida de la finca la espera Luiso escuchando en la radio del Audi a una rival de la jefa, hasta que la ve acercarse por el retrovisor con paso decidido, nervioso; entonces cambia a la COPE, sonríe y arranca. Es martes y toca Herrera, los lunes Onda Cero, miércoles la SER, jueves EsRadio, viernes Onda Madrid, salvo contraorden, Luiso lo sabe. Tras media hora de tráfico intenso, llegan al polígono industrial. Abandona el asiento trasero y sigue a un conserje que le lleva el trolley. Son las 08:45. Todo listo en el plató, como cada mañana. Apuran el tiempo de la publicidad para dar los últimos retoques de maquillaje al personal y a las noticias.
Escucha la voz de su fantasma recriminándole cruel su renuncia al periodismo, hace tantos años que ya no recuerda cómo era aquello de la verdad, la objetividad, la libertad y la independencia del que llegó a ser el Cuarto Poder
A las 13:45 come apresurada antes de acudir a perfilar el nuevo programa de las tardes. Todo allí mismo, en el despacho de 100 metros habilitado en la nave contigua al que se accede por un laberinto de pasillos y puertas. Así casi todas las semanas de casi todos los meses del año. Por algo es la Reina de las mañanas, una de ellas, la más reina de las dos. Primer avance de audiencia: dos décimas más que ayer, a 1,3 puntos de la otra. Una joven doctora, máster en patologías duraderas y penosas, la monitoriza cada día: tensión, temperatura, oxígeno, glucosa, pupilas... Así lo estipula la adenda al contrato firmada, tras recibir el alta hospitalaria, con la cadena; “para curarse en salud”, dijo sonriendo a cámara el consejero delegado durante la rueda de prensa para anunciar su vuelta a las pantallas.
Su carrera, longeva como ella y exitosa como pocas, le hubiera permitido un retiro dorado, pero otra grave dolencia se lo impide: la ambición. Ni la larga y penosa enfermedad, ni las sórdidas corruptelas del marido, ni la sombra de Villarejo, remueven el ebúrneo pedestal desde donde la Reina contempla el mundo a sus pies. Soberbia y orgullosa, piensa en la inmortalidad como destino natural para personas de su casta. Desprecia la ética del saco que su legendaria e insaciable codicia llena cada día con el fruto de sus tenaces hormigas obreras del que se apropia arrogante como la hormiga reina que es.
La Reina de las mañanas aparenta fortaleza, sólido pilar de su fama y su prestigio. Nadie conoce su secreto. Nadie sabe que sólo teme a las voces que agitan su soledad señalándola con el feroz dedo de la realidad, de esa verdad de la que abdicó cegada por el fulgor de la celebridad y el dorado brillo del dinero. Sufre en silencio. Callada escucha la voz de su fantasma recriminándole cruel su renuncia al periodismo, hace tantos años que ya no recuerda cómo era aquello de la verdad, la objetividad, la libertad y la independencia del que llegó a ser el Cuarto Poder. Su saldo bancario no la consuela, su reinado pierde solidez, tal vez por la edad, su familia es, como toda su vida, pura tramoya y guión. Se presta a quitarse la corona y ejercer de bufona y florero para tal presidenta o cual candidato, se lo debe. La Reina de las mañanas está sola y, en esos hórridos momentos, desnuda de afectos y sentimientos, de vida.
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Verónica Barcina es socia de infoLibre.