Los últimos de la fila

Antonio García Gómez

Tras unas vidas de sacrificios ímprobos, de trabajos a tiempo completo, desde los tiempos grises y oscuros hasta el alba de los tiempos que se prometían mejores, para los otros.

Mientras que el declive natural los había ido encerrado, y nunca mejor dicho, en aparcaderos que simulaban ser residencias públicas de ancianos y ancianas.

Y es que, al cabo, solo era ancianos que "irían a morirse" antes que tarde.

Cuando estalló la pandemia y nada fue suficiente, y mucho menos para los viejos atrapados en las Residencias, al menos en algunas residencias, víctimas del maldito virus, y víctimas de su propia decadencia.

Porque ya lo ha dejado bien claro la presidenta de Madrid, apoyada y jaleada por sus compinches en la Asamblea de Madrid: "No se salvaban en ningún sitio".

Y es que eran tiempos de morirse, como perros abandonados algunos, como seres humanos otros

Entonces, ¿para qué moverlos?, ¿para qué intentar lo imposible?, siquiera para paliar su ansiedad inimaginable, su angustia insuperable, su soledad tras unos cristales mudos e inclementes. 

Es decir, que fueron condenados a morir antes de tiempo. Con la cruel impasibilidad de los buenos cristianos que dejan hacer "sólo" a su dios, es decir a la voluntad de su dios, muy particular.

7.291 viejos y viejas que ya solo son un número, cuando en un tiempo fueron hombres y mujeres, con nombres y apellidos, con existencias y sueños individuales, con anhelos inconfesados, con trayectorias vitales distintas, todas humanas.

7.291 viejas y viejos que fueron destinados a permanecer en sus ratoneras, es decir en sus residencias, sin posibilidad de acceder a un último intento de salvación o de alivio, porque "no se salvarían en ninguna otra parte", dixit Díaz Ayuso.

Y es que eran tiempos de morirse, como perros abandonados algunos, como seres humanos otros.  

"Los datos del gobierno madrileño desmienten a Ayuso: Se salvaron el 65% de los ancianos hospitalizados".

En todo caso se obvia el menor atisbo de pena infinita, de dolor por la pérdida de quienes acabaron como acabaron, y no como tantos otros, víctimas en exclusiva del virus, sino abandonados a su suerte, a su infortunio dado por inevitable.

  

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Antonio García Gómez es socio de infoLibre.

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