Ensayo

Se alzan los muros, se hunde la soberanía

La valla que separa Melilla de Marruecos.

Que este mundo está plagado de contradicciones parece cosa evidente. Por ejemplo: mientras vivimos en la sociedad global y conectada, donde es posible comunicarse en segundos con cualquier parte del planeta; donde se multiplican las estructuras transnacionales como la Unión Europea, que se supone facilitan el movimiento de personas y bienes; donde se crean constantemente nuevos y mejores sistemas de transporte; en ese mundo abierto, proliferan al mismo tiempo, y a un ritmo creciente, las murallas que separan los territorios y los pueblos.

No somos ajenos a esta paradoja en la España de las concertinas y las devoluciones en caliente desde Ceuta y Melilla. Y eso que hace ya más de 25 años que caía el muro de la vergüenza por antonomasia, el de Berlín, erigiéndose –o eso contaron- en símbolo de una nueva era de paz y libertad.

Cruces que conmemoran a los que murieron intentando cruzar esta valla entre EEUU y México | TIJUANA 3

Centrada en otras ignominiosas barreras contemporáneas, especialmente la que separa México de EEUU y la barrera israelí de Cisjordania; pero pasando por otras como las que dividen Botsuana y Zimbabue, Arabia Saudí y Yemen o India y Bangladés, la profesora de la Universidad de Berkeley (EEUU) Wendy Brown desarrolló en 2010 su ensayo Estados amurallados, soberanía en declive, que llega ahora a España con la editorial Herder.

Especialista en ciencias políticas, la autora plantea una tesis fundamental en el libro: que tales murallas no son sino muestras del declive de la soberanía nacional. Surgidas como síntoma de esta decadencia, las paredes no sirven sin embargo para resolver los problemas por los que fueron levantadas. Aunque, eso sí, ejercen una labor de “atrezo”: si bien existen modos de franquearlas y al final resultan contraproducentes, dan una imagen, crean una ficción de poder.

El muro indo-bangladesí.

Aunque también apunta Brown que la definición misma de soberanía es a día de hoy confusa. “Para algunos equivale a estado de derecho y principio de legalidad y para otros a acción legítima aunque extrajurídica, igual como unos insisten en su naturaleza intrínsecamente absoluta y unificada mientras que otros hablan de que puede ser tanto parcial como divisible”.

Tampoco todos los muros se levantan con exactamente las mismas motivaciones: como explica la profesora en el libro, los hay que “pretenden obstaculizar el paso de gente pobre, trabajadores o prófugos; drogas, armas, mercancías u otro tipo de contrabando; jóvenes secuestrados o esclavizados; terrorismo; promiscuidad étnica o religiosa; paz u otros posibilidades políticas”.

El muro de Cisjordania | JUSTIN MCINTOSH

Con todo, la autora percibe “características comunes” entre todos ellos, y muy especialmente en el caso de los muros estadounidense e israelí, “dos proyectos que comparten tecnología y compañías subcontratadas y que, además, se remiten el uno al otro para su legitimación”. “Si el muro israelí surge de –y ahonda- las contradicciones generadas en relación con la soberanía por la ocupación colonial expansionista, el muro de Estados Unidos surge de –y ahonda- las contradicciones generadas en la integridad y la capacidad soberanas del primer mundo por la globalización neoliberal”.

Con muertos que se cuentan por miles desde que se empezara a construir en 1994, el muro estadounidense pretende taponar la inmigración ilegal procedente de México y Centroamérica. Sin embargo, estos trabajadores suman el 5% de la mano de obra de aquel país. Empleados baratos y diligentes sin los que los sueldos medios tendrían que elevarse y con ellos se propiciarían descalabros financieros. Otra paradoja.

El muro levantado por Marruecos en el Sáhara Occidental, que no se reseña en el libro pero es el segundo más largo del mundo por detrás de la Muralla china. 

“La globalización hace aparecer innumerables tensiones entre redes globales y nacionalismos locales, poder virtual y poder físico, apropiación privada y adquisición pública, secretismo y transparencia, territorialización y desterritorialización”, escribe Brown. “También hace aparecer tensiones entre intereses nacionales y mercado global, y por ello entre nación y Estado, y entre seguridad del individuo y movimientos del capital”.

Implantado hace tres siglos, el modelo del Estado nación, resume la profesora, está a punto de desaparecer. Y nosotros asistimos impasibles a ese hundimiento sin imaginar qué podría sustituirlo. “El deseo de amurallar”, afirmación que es también el título del último capítulo del ensayo, proviene en ese sentido de “fantasías” varias hijas de los tiempos: la del “extranjero peligroso en un mundo con cada vez menos fronteras”; la de “contención” contra los “invasores peligrosos”; la de “impermeabilidad” a la “penetración” del otro; o la de “pureza, inocencia y bondad” que niega los efectos perniciosos de las vallas.

Todas estas ideas se revelan para la autora entrelazadas con el psicoanálisis, que dice que la mente tiende a levantar barreras defensivas, lo mismo que los países levantas murallas. Una teoría que, en cualquier caso, no quiere ser definitiva sino, simplemente, “provocar la reflexión del lector sobre ciertos predicamentos políticos de nuestro tiempo”.

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