Fotografía

Capturar la evolución de lo que no cambia nunca

Una de las fotografías de la exposición 'Mennonitas'.

Solo tienen tres reglas.

1) Hablar su idioma, un dialecto del bajo alemán.

2) Practicar su religión, fundamentada en los preceptos de la Biblia.

3) No cumplir el servicio militar.

Un amigo suyo había obtenido una plaza en una institución pública española con sede en Paraguay. Así que, claro, se plantó la mochila y se montó en el avión. Caminando por las calles de Asunción, Miguel Bergasa vio por primera vez a unos menonitas, miembros de un movimiento cristiano anabaptista surgido tras la Reforma luterana en el siglo XVI. Y la estampa se le quedó grabada. “En otros viajes posteriores los volví a ver y volvía a hablar con paraguayos sobre ellos: me contaron que eran de procedencia alemana, que hablaban un dialecto alemán…”.

Cinco años después de aquel primer contacto, en 1988, Bergasa marchó de nuevo al país latinoamericano, esta vez junto a un amigo. De aquel viaje surgió un documental que en su día emitió Documentos TV y una colección de fotografías. La primera de una serie de tres, completada en 2003 y 2011. Una selección de 28 de esas imágenes en blanco y negro, capturas de la evolución de una comunidad empeñada en no cambiar nunca, componen la exposición Mennonitas, en la galería madrileña Espaciofoto,  abierta hasta el 30 de abril.

Encerrados, como explica Bergasa, “en su burbuja”, los menonitas -hay 1,5 millones repartidos por todo el mundo, aunque no todos con las mismas características- se mantienen obstinadamente ajenos al mundanal ruido. Se mueven en carretas tiradas por caballos, visten ropas a la moda de hace un siglo y para ellos, la palabra de su obispo es la ley. A 400 kilómetros de la capital, 2.500 de ellos viven asentados desde 1978 en la Colonia de Nueva Durango, adonde llegaron procedentes de México y antes, de Canadá. Aquella fue la ciudad que visitó Bergasa, que cuenta cómo le costó casi tres semanas encontrar el enclave, primero porque existe otra comunidad menonita en el otro extremo del país, pero también por su aislamiento, que hace que los paraguayos apenas conozcan su existencia. Uno de ellos, Jacob Wall, fue quien hizo de enlace entre el fotógrafo y la comunidad. “Él fue quien me facilitó el trabajo”, recuerda. “Lo encontré y me alojó en su casa”.

De aquel primer contacto, Bergasa se llevó a casa una tanda de fotografías en las que capturó instantes decisivos en la vida de la comunidad, como el proceso del funeral de un niño. La idea era completar una visión de la vida en Nueva Durango, pero para el segundo viaje, en 2003, se encontró con una sorpresa: ahora había electricidad. “El Gobierno paraguayo había construido una línea eléctrica, y la comunidad decidió utilizarla por junta, que es como ellos toman las decisiones”. Aquella transformación se convirtió en una ola que arrastró a muchas familias a la emigración, al considerar pecaminosa la tecnología moderna.

En la tercera visita a la comunidad, ya no quedaban ni las familias que decidieron partir –lo hicieron rumbo a Bolivia-, ni Wall, quien había sido su punto de conexión. “Lo habían expulsado”, rememora el fotógrafo. “Se le veía que era alguien que discrepaba con las normas”. Cuando le localizó en un pueblo a unos 50 kilómetros del asentamiento, este le puso en contacto con su mujer y sus hijos, que aún seguían viviendo allí. “Un hijo me ayudó a moverme por la colonia, pero fue más complicado”. Entonces, en 2011, con la electricidad ya instalada, se encontró con jóvenes que, casi a escondidas, escuchaban música muy bajito, en sus transistores. “Siguen siendo muy estrictos, pero para las nuevas generaciones va a ser complicado mantener el modo de vida”.

En 23 años, esa porción de un pasado conservado en el formol de la tradición había evolucionado hacia el futuro que nosotros llamamos presente. Y la lógica conmoción inicial para los menonitas de encontrarse en 1988 con dos españoles con su coche, con su cámara de fotos y de vídeo, con sus trípodes y demás pertrechos, se había evaporado con el tiempo. También porque a raíz de aquel primer contacto se publicaron una serie de fotografías en el dominical del diario El País y en la revista Geo. Y aquello alentó a otros a visitar el lugar. Con todo, permanecen esas mujeres con sus sombreros de ala y sus vestidos añejos; y sus niños, con sus petos iguales, todos alineados y formales en la escuela, cohibiendo la sonrisa.

Si el mundanal ruido les perturba otra vez, solo tendrán que coger la maleta y formar un nuevo espacio. Uno en el que solo haya tres reglas. 

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