Cultura
El latido de la historia oculta
- Este artículo está disponible sólo para los socios y socias de infoLibre, que hacen posible nuestro proyecto. Si eres uno de ellos, gracias. Sabes que puedes regalar una suscripción haciendo click aquí. Si no lo eres y quieres comprometerte, este es el enlace. La información que recibes depende de ti.
En 2008, la editorial Akal publicó El cuento literario, una recopilación que incluía relatos desde Don Juan Manuel hasta Ignacio Aldecoa pasando por clásicos del género tan distintos e indiscutibles como Poe, Chéjov, Katherine Mansfield, Faulkner o Borges. La antología, un “itinerario del género”, defendía que el cuento literario se caracteriza por su condición de obra construida y transmitida mediante la escritura. Y de ahí sus rasgos idiosincráticos: autor conocido, transmisión estable, vocación innovadora, diversidad temática, estilo elaborado, complejidad constructiva e ideológica, personajes individualizados… es decir, el cuento se ha emancipado de sus raíces orales.
La portada de La sonrisa de los hipopótamos de Ediciones la Palma.
“El cuento es el género originario, allí donde reside la voz en la que nacieron todas las historias ―explica Juan Carlos Chirinos, que acaba de publicar La sonrisa de los hipopótamos, gavilla de textos que andaban dispersos en diversas misceláneas―. Para decirlo con un símil: el cuento es el australopiteco de la novela. Ni más ni menos”.
“Es ―apunta Javier Morales― el latido de una historia oculta.” El autor de La moneda de Carver, una colección de relatos entre la realidad y la ficción, cree que para que el lector oiga ese latido “no hace falta que demos todos los detalles, que toquemos todos los instrumentos, que la adornemos en exceso. Basta con que seamos capaces de transmitir su pulso, que el lector sienta como propio ese murmullo de vida cuando lo ha terminado”.
Portada de La moneda de Carver de la editorial Reino de Cordelia.
Lo bueno, si breve
Durante el siglo XX, así lo escribió Santos Alonso, el cuento soportó “una fluctuación de sentimientos encontrados y extremos que van desde el respeto y el miedo, pasando por el desprecio, la indiferencia y el olvido, hasta el afecto y la veneración”. Corría el año 199 y Santos se preguntaba cómo sería posible un resurgir comercial del cuento, “un género de gran dificultad y concisión que se presenta sotto voce y requiere en el receptor una actitud de intensa complicidad reflexiva”, cuando todos habían “planificado y apoyado un tipo de novela fácil y frívola, de gran difusión, sólo apta para lectores cómodos y pasivos”. Porque si en narrativa sólo vale el entretenimiento, es decir, el argumento y la peripecia, y no la emoción estética, no hay lugar para la sutileza y la sugestión, caracteres esenciales del cuento.
Sin embargo, los lectores han exhibido un alto grado de fidelidad, puntuado con explosiones ocasionales de frenesí (entiéndase: ventas). Un ejemplo: el descubrimiento de Lucia Berlin, un fenómeno internacional que animó a muchos lectores a volver o iniciarse en el cuento.
“El género cuenta con lectores bien preparados, reincidentes, con mentalidad abierta ―defiende Juan Casamayor―. Esos lectores van a seguir leyendo diferentes géneros, distintas propuestas literarias. Eso garantiza un flujo constante de lectura y, por lo tanto, de viabilidad editorial.” Editor de la súper especializada Páginas de Espuma, Casamayor ha detectado algunos factores corresponsables de la buena salud del género: desde luego, el excelente momento creativo, y además la amplia red de talleres y escuelas de escritura donde el cuento es el principal apoyo en las metodologías de enseñanza, la difusión y el intercambio facilitado por la red o la bibliodiversidad de la edición pequeña o independiente no solo en España, sino también en Latinoamérica.
¿Sorprendidos? No hay razones, al cabo, todo lo que le acontece al ser humano, todas sus historias son un cuento. “Tratamos de expresar nuestros sentimientos y nuestras percepciones, nuestros pensamientos y nuestras emociones por diferentes vías, con los sonidos y con los colores, a través de las formas y los movimientos, y cada vez hemos sido más sofisticados a la hora de contar el mundo, primero con la novela, las crónicas, el teatro y la ópera, después con el cine, la radio, la televisión y hasta usando el extraordinario mundo de los videojuegos; pero, al final, todo se reduce a la humilde y milenaria forma del cuento”, defiende Chirinos. Y en su sencillez (aparente) nos introduce en un universo que nos tranquiliza y destierra las noches de insomnio de nuestra cama. “La necesidad de contarle algo a los demás está en el genoma humano y el cuento es la forma original y natural para satisfacer esa necesidad.”
Un factor más, que Morales añade a la fórmula: el cuento necesita de lectores atentos y activos y eso hace que la relación entre los autores y los lectores sea más compleja, pero también más duradera. “Hay quien buscará su felicidad entre páginas interminables e inabarcables y quien siempre buscará en la brevedad la luz que necesita para orientarse en este mundo de tinieblas.”
Lo breve, si bueno
La última respuesta me conduce a un lugar común, según el cual, la gente tiene poco tiempo libre y escasa capacidad de concentración. Lo cual, aventuro, debería eso jugar a favor del cuento… “Parece tener una lógica: hay poco tiempo, leamos textos breves. Acomodemos así la extensión de lo leído a los paréntesis que le otorgamos a la lectura. No obstante, no funciona así.” Casamayor ha confirmado mi intuición el espacio de tres líneas. No funciona así, explica, porque un libro de cuentos es exigente ya que implica entrar y salir cada cierto número de páginas de un universo, de unos personajes, de una voz o de una atmósfera. “Algunos lectores prefieren entrar en las primeras cincuenta páginas en unas constantes vitales y no abandonarlas. Hay otro tipo de lector que prefiere el estímulo o el hallazgo que supone leer un cuento detrás de otro. Hay lectores que leen independientemente de la extensión.”
También Chirinos acepta mi lógica, pero sólo para rechazarla después. “La escasa capacidad de concentración debería jugar a favor del cuento, pero puede ser que alguna gente prefiera novelas largas —y, cómo no, fáciles— que cuentos, que muchas veces son breves. Además, los cuentistas solemos explorar nuevas maneras de decir que exigen un poco más de atención.” Muchas veces es más fácil leer una novela de quinientas páginas que un relato de diez, porque uno puede saltarse páginas de estas novelas voluminosas sin perder el hilo, algo que no ocurre con un buen relato, donde cada palabra cuenta y todo ha de estar medido. Por eso, señala Morales, el cuento exige la implicación del lector, “que es quien construye finalmente la historia. Por tanto, no creo que la fragmentación del presente juegue a su favor, pero tampoco en su contra porque, por suerte, siempre hay quien decide toma carreteras secundarias”.
Literatura exigente, con un resultado comercial casi siempre modesto. De ahí que encontrar editorial no sea fácil. Morales cita a algunas valientes: Baile del Sol, Reino de Cordelia, Menoscuarto, Candaya… y, por supuesto, Páginas de Espuma, que trabaja el género en régimen de monocultivo. “Ser editor es un punto de llegada. Una vez instalado allí uno aprende día a día el oficio. El punto de partida es la lectura, porque ante todo un editor es un lector. Y yo era lector de cuento, no como monocultivo pero sí de cultivo predominante. Además, un primer impulso fue que no había ninguna editorial especializada en el género, una anomalía atendiendo al magnífico cuento que ha tenido y tiene nuestra geografía del español.”
Distíngase “la geografía del español” de “la geografía española”. En nuestro país, algo hemos apuntado más arriba, el cuento no fue muy apreciado durante décadas a diferencia, subraya Chirinos, nacido en Venezuela y residente en Madrid, de lo que ocurrió en América: “es muy raro que haya un novelista que no sea a su vez autor de libros de cuentos, y esto es así porque halla igualmente lectores para sus novelas y para sus cuentos”. Luego, hay autores que solo corren distancias cortas, como su paisano Julio Garmendia y el argentino Jorge Luis Borges, dos espléndidos cuentistas puros.
Me la ha puesto botando
Garmendia, Borges… ¿quién más? No puedo dejar de escapar a mis interlocutores sin pedirles un consejo, mejor, un título: el de su cuento favorito de todos los tiempos.
“Sin duda, La señorita Cora, de Julio Cortázar”, responde Casamayor, que incluso tiene en la editorial un cuadro que le mandó un lector al conocer su preferencia.
De viva voz
Ver más
Sí duda Chirinos: “Hace nada me hicieron la misma pregunta y dije que Patriotismo, de Yukio Mishima; pero de inmediato me arrepentí porque hay decenas, quizás más de cien, cuentos que son mis favoritos, así que esta vez voy a cambiar y diré que mi cuento favorito de todos los tiempos es El crepúsculo del diablo, de Rómulo Gallegos”.
Menos conciso, Morales apuesta por la respuesta en racimo: “No puedo decantarme por uno solo. Pero si tuviera que elegir entre algunos que ya son clásicos, citaría, entre otros: El nadador, de John Cheever; El buitre, de Kafka; Escapada, de Alice Munro; Toda luna, todo año, de Lucia Berlin, Las ruinas circulares, de Borges; La noche boca arriba, de Cortázar; Pájaros de América, de Lorrie Moore; La dama y el perrito, de Chéjov; Dublineses, de James Joyce; Las tres vidas de Lucie Cabrol, de John Berger; Felicidad clandestina, de Clarice Lispector; Un motivo para vivir, de Grace Paley; Esa mujer, de Rodolfo Walsh; y Los pájaros de Baden-Baden, de Ignacio Aldecoa”.
Hay lectura.