La historia de amor detrás del desnudo de la Venus del espejo: "Velázquez se suelta la melena en Italia"

Emilio Lara presenta 'Venus en el espejo'

Después de más de trescientos años desaparecida, la obra La amante del Vaticano, de Diego Velázquez, se vendía en el verano de 2019 en la casa de subastas Sotheby's por 2,8 millones de euros. La retratada en este lienzo con semejante título es Olimpia Maidalchini, una de las mujeres más poderosas de Roma en el siglo XVII, apodada la papisa, supuesta amante del papa Inocencio X, aunque eso bien pueden ser habladurías que, por lo que sea, han llegado hasta nuestros días. Lo que sí está claro es que era la viuda del hermano del papa, esto es, su cuñada, y que llegó a controlar la vida en el Vaticano. Se sabe igualmente que Velázquez pintó este cuadro durante su período de oro, en su segundo viaje a Roma, en 1650, cuando también hizo el Retrato de Inocencio X

"Con la venta del cuadro se terminó la historia para los medios de comunicación, pero ahí empezaba para mí porque vi que era un historión", destaca a infoLibre el escritor Emilio Lara (Jaén, 1968), autor de Venus en el espejo (Edhasa, 2023), novela en la que cuenta una historia de "ambición política y económica". Y, al mismo tiempo, otra de "defensa de la mujer desfavorecida", pues Olimpia, internada en su juventud contra su voluntad en un convento, terminó escapando, consiguiendo riqueza y fama, encumbrando como papa a su cuñado y, en última instancia, protegiendo a las mujeres pobres y prostitutas romanas.

Pero es que, además, Venus en el espejo es también la historia de amor en la Italia barroca y la Roma eterna de un hombre maduro con una mujer mucho más joven que él. Y ese hombre no es otro que Velázquez, quien realizó su su segundo viaje a Italia entre 1649 y 1651. ¿Y ella? La pintora Flaminia Triunfi, a su vez modelo de la Venus del espejo -cuadro, por cierto, rodeado de misterios empezando por la propia posante, aunque datado entre 1647 y 1651-. Una pasión por la que, obnubilado, el pintor retrasó largo tiempo su vuelta a España y se dedicó a disfrutar de una ciudad que todo le ofrecía.

"Velázquez entra en esta historia porque le envía Felipe IV de embajador plenipotenciario a Italia para comprar obras de arte con las que adornar los palacios reales. Un hombre de cincuenta y tantos años, casado, con hijas y nietas, con su vida profesional hecha, encumbrado en España, pero que en Italia encuentra el amor y allí pinta el primer desnudo femenino de la historia de España: Venus del espejo. Y la modelo fue el amor de Velázquez. Una mujer de veinte años, muy inteligente, pintora, con la que vive una historia de amor carnal e intelectual", relata Lara.

Y aún prosigue, desgranando parte de la trama: "En Italia, Velázquez se suelta la melena. Felipe IV no paraba de mandar cartas para que volviera pero él había encontrado allí su paraíso terrenal, rodeado de intelectuales, alejado de las intrigas y las envidias de la corte española, y viviendo una historia de amor como no la había vivido nunca. Tanto es así que cuando se vuelve a España por lealtad hacia el rey, pinta una copia de la Venus del espejo y la tenía en su casa en Madrid. Todos los días lo contemplaba durante un rato y recordaba al que fue el amor de su vida".

Ambiciones de poder y pasiones eternas. Vidas que Velázquez dejó cruzadas y que llegaron persiguiéndole hasta esa subasta de Sotheby's en 2019 en la que el presente puso rostro a una mujer de enorme codicia política y económica que escapó de su destino de ser monja y encontró independencia y riqueza a través del matrimonio. Al enviudar de su segundo esposo, decide hacer carrera eclesiástica de su cuñado, un sacerdote apocado, al que lleva directamente a convertirse en Inocencio X gracias a su "influencia, dinero y poder".

"Crean ambos una sociedad intelectual, porque no hay ningún dato oficial que diga que fueron amantes. Ella le traza el GPS de la vida a su cuñado y lo consigue todo", continúa Lara, quien se refiere a Olimpia como una "defensora de las mujeres en un mundo de hombres", pues "tenía una mentalidad muy avanzada de cómo las mujeres podían ser independientes". "Era un ejemplo de poder, la llamaban la papisa, pero no de una forma insultante, sino porque era la gobernanta del Vaticano, porque ella llevaba las finanzas y era un ejemplo a seguir de mujer absolutamente independiente. Por eso se convierte en una mujer temida por toda la curia, odiada y enviada. Unas faldas mandaban más que unas sotanas, y ella gobernó el mundo desde Roma", remarca. 

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Con todos estos ingredientes, entrelazando documentación con ficción, pone en pie Venus en el espejo el escritor, a su vez doctor en Antropología, licenciado en Humanidades con Premio Extraordinario, Premio Nacional Fin de Carrera y profesor de Geografía e Historia en Enseñanza Secundaria: "Todo tiene que tener su punto en este cóctel. Tiene que tener una base de documentación histórica, pero, ante todo, la novela histórica tiene que ser novela, es decir, tiene que primar lo literario. El elemento histórico es la ambientación. Y ahí también entran para mí una mezcla de personajes históricos con personajes inventados de ficción, pero siendo todos verosímiles y que el lector no sepa cual existió en realidad y cual no, porque todos deben tener carnalidad literaria".

Construye la trama añadiendo, asimismo, sus propios recuerdos de viajes a Italia o recuerdos familiares de un tío suyo que fue sacerdote y estudió en el Vaticano en la época de Pío XII. La mente del escritor funciona, en última instancia, como una "depuradora", como un "colector" donde mezclar la documentación, sus propios recuerdos y también los ajenos. "Al final, el cóctel tiene que estar agitado pero no batido, como dice James Bond", bromea el jienense, quien argumenta que, con todos estos ingredientes luego el lector "tiene que buscarse la vida",

"Para mí, una novela histórica es sencillamente una historia ambientada en el pasado. Me gusta definirla como un viaje al pasado con billete de vuelta al presente. Eso sí, la historia tiene que ser creíble, verosímil, ante todo literatura y entretenimiento, con diversión y emociones. Si el lector aprende algo, estupendo. Si le entra el gusanillo, que busque cuales fueron los personajes reales y los de ficción, pero ese es un juego de encuentros en el que ya entra la complicidad del lector", plantea, para acto seguido puntualizar: "Digamos, efectivamente, que el lector abre una puerta o una serie de puertas, y en esa encrucijada decide si prosigue investigando sobre esa historia de la manera que sea. La novela histórica es, a fin de cuentas, un género literario más. Lo único que tiene que hacer el novelista es buscar un hecho histórico o un marco histórico que a él le seduzca, y al escribir seducir y emocionar al lector para que viaje con él al pasado".

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