Nuria M. Deaños: "Detrás de la movida madrileña hubo una escabechina generacional por la heroína"
Las Barranquillas, diciembre de 1999. Mientras el centro de la ciudad bulle en su habitual frenesí navideño de luces, compras y villancicos, más allá de varias autopistas de circunvalación hay quien vive su propia pesadilla antes de Navidad. No está solo, tan sólo es uno más, pero responde al nombre de Silver Stardust. Otro de tantos, kunda arriba, kunda abajo, en busca de su dosis en mitad de un atasco nocturno de fin de semana que absolutamente tiene nada que ver con los de la Gran Vía. Es, literalmente, otro mundo, aunque apenas esté a una decena de kilómetros del kilómetro cero desde donde empiezan a contar todas las distancias en la Puerta del Sol. Pero para ellos no hay campanadas, tan solo noches iguales encadenadas.
Silver Stardust, decíamos, es un yonki superviviente de mediana edad que llegó a entrar en los infantiles del Real Madrid mucho tiempo atrás, en aquellos últimos setenta en los que todo eran posibilidades, con el paso de los años fatalmente truncadas. Hasta esta noche aleatoria en la que, tras la dramática muerte por sobredosis del conductor, encuentra en la kunda una bolsa llena de billetes. Le tocó El Gordo, después de todo. Comienza así un viaje errático por una ciudad al borde de la Navidad rumbo a la casa de su padre enfermo, antaño ídolo y socio, pero con quien apenas tiene relación desde hace demasiado tiempo.
Durante el periplo, le inundan los recuerdos del pasado, tan marcados por la figura paterna, por su familia numerosa, por los conflictos con su madre y por sus propios recuerdos como aquel adolescente que empezaba a fumar sus primeros porros, a interesarse por las chicas y que soñaba con triunfar como futbolista y como rockero al mismo tiempo. Todo era posible entonces, en Pozuelo, no tan lejos y mucho más cerca de lo que cualquiera imaginaría de Las Barranquillas.
"Si necesitas meterte una dosis te vas a Las Barranquillas o donde sea, vengas de donde vengas. La droga iguala a todo el mundo, si bien alguien como Silver, que viene de una familia con recursos, no acaba en la cárcel porque no tiene que salir a robar. Ya roba en su casa", apunta a infoLibre Nuria M. Deaño, editora, traductora y periodista que debuta ahora como novelista en Me llamaré Silver Stardust (Alrevés Editorial, 2023), una novela sobre una generación perdida en la que se entrecruzan secretos familiares, primeros amores de adolescencia, veranos interminables, calles mojadas, droga, sueños imposibles, anhelos, traiciones, machismo y no pocos partidos de fútbol.
La historia de un antihéroe adulto, en definitiva, que fue un héroe en el paso de niño a adolescente hasta que todo empezó a torcerse sin remedio en el momento en que la estupenda relación con su padre se quiebra por los silencios, las mentiras y las traiciones: "Realmente, esta es una historia paterno-filial de padres e hijos. A él le pasa lo que tanto pasa, que puedes admirar mucho a tus padres y tenerlos en un pedestal pero de repente se te cae el mito. Esa va a ser una de las cosas cruciales que va a determinar al final el resto de su vida, porque la infancia en muchos casos nos determina la vida entera".
Es por ello que la autora traza una relación directa entre los problemas en casa y la entrada al mundo de la droga de tantos chavales de entonces. "Creo que sí que tienen que ver estas carencias afectivas luego con la salida al mundo en un momento tan convulso y efervescente y excitante como fueron los ochenta en España", plantea, para acto seguido argumentar: "Si no llevas de casa una solidez afectiva, y entras en un momento donde todo está empezando y encuentras cosas nuevas como pueden ser las drogas, te puedes perder muy fácilmente, como le pasa a Silver y a sus amigos".
Una época, además, en la que los padres no estaban "presentes cien por cien atentos a la vida de sus hijos", en muchos casos porque eran familias numerosas y los pequeños más o menos se criaban solos, porque los padres trabajaban todo el día o demás situaciones similares. De esta manera, a la falta de atención se sumaban unas dinámicas familiares y afectivas en las que no había una comunicación fluida, no se hablaba de los sentimientos o no se verbalizaban los problemas. Y, por supuesto, nada de salud mental o de psicólogos: "Eran muy típicos de los setenta esos silencios que también eran un poco el espejo del conflicto generacional que existía entre padres e hijos".
Es así como asistimos al salto al vacío desde la adolescencia casi diríase que onírica y una madurez en la que se hacen realidad todas las pesadillas de las largas noches en duermevela. Sin adentrarse, eso sí y por decisión de la propia autora, en el proceso durante el que alguien puede acabar enganchado a una droga tan dura y autodestructiva como la heroína, porque "todos más o menos conocemos eso y porque los años de la movida están ya muy trillados también".
Y aún continúa: "Es algo que fue una tragedia en España. Murieron más de 30.000 jóvenes entre finales de los ochenta y principios de los noventa, que es una salvajada, a pesar de lo cual pasó sin pena ni gloria porque también se escondía, luego más aún cuando llegó el sida. Lo que ha quedado es esa parte más colorida y glamurosa de los ochenta, pero detrás de la movida madrileña hubo una escabechina generacional por culpa de la heroína. A toda esa gente que murió se la llama generación silenciosa. Yo sí quería contar esa cara-b de esa generación".
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Tiene su hueco también en Me llamaré Silver Stardust el papel de esas madres que, en no pocas ocasiones, sufrían un maltrato psicológico reiterado por parte de unos maridos, padres de familia a su vez, con potestad para todo. Nos encontramos así con la madre del protagonista, maltratada psicológicamente un día tras otro, que ni puede intervenir en la educación de su hijo pequeño porque es el mimado de un marido que hace lo que le da la gana sin la más mínima preocupación. "Una persona anulada a la que continuamente le llega el mensaje de que no vale para nada y lo hace todo mal", señala Deaño, quien recuerda lamentando que todo eso se producía porque en aquellos años setenta "el maltrato no tenía etiqueta".
"Era algo que sí se vivía mucho en los setenta, cuando las mujeres estaban completamente silenciadas. Y tampoco ellas se hacían cargo de su situación porque lo asimilaban como algo propio de su género. Si tenías la mala suerte de tener un marido que te trataba mal, pues esa era su vida y no se planteaban hacer nada. No estaba descrito, no se hablaba de ello y por eso no se podía poner remedio, porque no existía. Y era, además, algo asimilado por los hijos en esas familias donde el padre hacía su santa voluntad. La madre es como una sombra en la novela porque esa cualidad de sombra en las mujeres era algo también muy presente en la sociedad de los setenta", explica.
Y, por último, en medio de todo ese ambiente, el futbol como herramienta para crear la "complicidad padre-hijo donde se ancla toda la trama de la novela". Porque el fútbol, según destaca la autora, "une mucho los padres y a los hijos, une mucho a las familias porque es un acontecimiento, como una Navidad a lo largo de todo el año donde siempre hay algo que celebrar". Tal es su importancia en la novela que, a pesar de tener un futuro posible como futbolista de su querido Real Madrid, Silver Stardust decide que ese no va a ser su camino porque había sido marcado por un padre que le decepcionó llegado el momento. "Y esa decepción es el primer escalón que te puede llevar al camino autodestructivo", concluye Deaño.