Cultura

Nuria Labari | Las madres no duermen, las madres no sueñan

La periodista y escritora Nuria Labari.

"Cuando estaba embarazada de H1, todo el mundo me advirtió de que debía estar preparada para no dormir, que los hijos roban el sueño. Nadie me explicó que también me robarían los sueños los sueños". La protagonista de La mejor madre del mundo (Literatura Random House), la última novela de la periodista y escritora Nuria Labari (Santander, 1979), no es la mejor madre del mundo. Todos sabemos que la mejor madre del mundo no acusaría de tales cosas a sus hijos, y mucho menos en público, y mucho menos en una novela. Es más, la mejor madre del mundo no escribiría, como sí hacen la protagonista y su autora, porque la mujer madre del mundo no le restaría horas a la sagrada experiencia de la crianza para dárselas a la palabra escrita. ¿No?

El libro de Labari es, por una parte, una ficción protagonizada por una mujer que se ha considerado estéril hasta que, a los 35 años, se le enciende el poderoso deseo de ser madre. Quien escribe tiene ya 40 años y dos hijas, a quienes llama H1 y H2. Andan por ahí Hombre, padre de las niñas, MiMadre, madre de la narradora, y algún otro personaje que será definido también así, por su función con respecto a esa voz protagonista. Pero el texto de Labari funciona también como un agudo ensayo sobre la maternidad, que lejos de ser un espacio mullido y sonrosado, como un útero, es "un cuchillo sin empuñadura: imposible agarrarlo sin clavártelo". La autora, inevitablemente, tiene que aclarar que esto no es autoficción ni autobiografía. Que en este proyecto comenzado hace cuatro años —cuando, dice, había aún menos relatos sobre maternidad— hay tanta ficción y tanta vida propia como en su anterior novela, Cosas que brillan cuando están rotas, sobre los atentados del 11M. 

 

Si se le pregunta por cuánto hay aquí de su biografía, y si ella tiene que aclararlo, es porque quienes se han ocupado de la maternidad en la literatura han sido, a menudo, madres, y a menudo lo han hecho desde su propia experiencia, desde un terreno cercano a lo confesional y a lo real. O eso ha observado Labari leyendo El nudo materno, las memorias de Jane Lazarre; y Maternidad y creación, libro en el que Moyra Davey recopilaba diarios, memorias, ensayos y narraciones de autoras que escribían sobre maternidad; y los relatos de la estadounidense Grace Paley; y... "Lo que me encontré fue, por un lado, que hay un conflicto grande entre maternidad y creación artística", cuenta por teléfono. "Y me encontré casi siempre relatos biográficos, íntimos… Pensé que hacía falta una perspectiva más universal del asunto, elevarlo más allá de la experiencia propia y conectar esta idea de maternidad con la creación, con el conocimiento, con el origen de la vida". Si un libro sobre el duelo reflexiona sobre la muerte, en sentido abstracto, por qué un libro sobre la maternidad tenía que ser un cómputo de pañales cambiados y demás asuntos pedestres, y no un relato sobre la vida y su sentido. 

Parte de las preocupaciones de la protagonista sin nombre de Labari —a la que quizás podríamos llamar Madre y quizás no— tiene que ver con la organización de la crianza, con las disputas con Hombre sobre el reparto de tareas, sobre la necesidad o no de dar el pecho o la reducción de jornada. Pero gran parte de sus elucubraciones tienen que ver también con su alma, con esa parte de sí misma que siente desvanecerse desde que nació su primera hija. Esa sutil y paulatina desaparición tiene que ver, cree, con su dificultad para escribir. "Cuando las madres se ponen a escribir, se arrancan la maternidad. Tienes que dejar esa piel en casa para entregarte a otra obra de una manera absoluta", reflexiona. La maternidad es una "comunión", con el hijo pero también "con la vida, con algo más grande que tú", y la creación es "una individuación", una operación que consistiría en cortar los lazos que unen al creador con el mundo. "Hay un muro entre la mujer que crea y la madre", señala. Nadie quiere escribir como una madre. Sigue Labari: "Por eso faltan relatos de madres, porque para hacer un acto creativo como madre no puedes dejarte esa piel en casa, te la tienes que llevar al terreno creativo". La mejor madre del mundo es un intento por derribar la barrera que existiría entre ambas identidades. 

La escritora coincide con su protagonista en la visión poco dulcificada de los efectos de la maternidad sobre el espíritu de la mujer. Si el trabajo no dignifica, la maternidad tampoco. El personaje dice: "Ser madre es el entrenamiento contemporáneo de la sumisión de las mujeres. Nos hemos librado de algunas injusticias, estamos peleando para que caigan otras. Pero en el caso de la maternidad, el amor coincide con expectativas que ni siquiera inventamos y que, sin embargo, nos esmeramos consciente o inconscientemente en cumplir. Eso nos convierte en seres domesticables. La música amansa a las fieras y la maternidad a las hembras". Y su creadora continúa, recordando aquello sobre dormir y soñar: "La maternidad te borra, te borra de ti misma. Hay una ocupación del espacio mental en la maternidad para la que no estamos entrenados, ni hombres ni mujeres".

Pero, como no son la misma persona, la escritora se muestra ahora menos afilada contra su objeto de estudio. El problema no es solo la capacidad de la maternidad para acabar con el yoyo. El problema es una sociedad que lo idolatra: "Nos preparan sobre todo para ser individuos, cada vez más alejados los unos de los otros aunque estemos siempre conectados. Cuando llega la urgencia de todo lo contrario, de entregarse a otros (que llega de manera muy abrupta con los hijos pero que uno se la puede encontrar de otras formas), es más difícil conciliar ese espacio mental". Esa "otra manera de estar en el mundo", la de la "comunión", "se está aniquilando y hay que recuperarla". 

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Y esto pasa, reflexiona Labari, por culpa de una idea de igualdad engañosa: "Durante mucho tiempo se ha tratado de conquistar una igualdad en la que las mujeres seamos iguales a los hombres". Eso ha llevado a que lo masculino se considere universal —cuando Philip Roth habla de su alter ego Nathan Zuckerman no hace autoficción, sino que se acerca a la gran novela americana— y a que lo femenino "se sitúe en un sitio que a menudo denostamos, incluso nosotras mismas". "Dejemos ya de construir la igualdad hacia los hombres, hacia lo masculino o hacia el mercado", reclama la autora, que apuesta por un "reparto" no solo "de las tareas o de los marrones que nos tocan a las mujeres", sino de "las cosas bellas": los cuidados, los niños, la red de relaciones, pero también la educación —terreno feminizado— o las letras, ese campo que es considerado tan femenino —el estereotipo reza que los hombres son de ciencias— como inútil. 

Ella, por cierto y para quien pueda interesar, ha llegado a alguna conclusión sobre la difícil relación entre maternidad y creación. "Durante el proceso de creación", recuerda, "me parecía que cada vez que estaba eligiendo escribir por delante de criar estaba perdiéndome algo y estaba cayendo en una especie de traición". De traición hacia el rol materno, pero también hacia esa creación suprema que es el hijo. "A veces la comunión [con los niños] es tan grande, tan adictiva y tan nueva, a lo mejor porque nos falta tanto en otras áreas, que cargamos ahí muchísimo las tintas", valora ahora. Sus hijas, ya más mayores, han recibido "el regalo" de que la madre se pusiera a crear otras cosas: "Hay una tendencia a querer crear el mejor hijo del mundo, y creo que a ellas les ha resguardado el que yo me pusiera a crear La mejor madre del mundo". La pared entre maternidad y creación se resquebraja. 

 

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