Teatro

Rinconete y Cortadillo quieren matar al padre

Santiago Molero y Rulo Pardo en 'Rinconete y Cortadillo'.

"Devuélveme mi nombre". Diego Cortado y Pedro del Rincón lucen sendas camisetas con este lema, en una escueta manifestación a dúo, y reclaman sus derechos. Al olvido. A que, décadas después de la publicación de la novela de Miguel de Cervantes, con unos kilos de más el primero y con unos pelos de menos el segundo, dejen de ser de una vez por todas Rinconete y Cortadillo. "Devuélveme mi nombre", reclaman a su creador. Dos monstruos de Frankestein que se revuelven contra el escritor que les convirtió, para la posteridad, en eternos pícaros adolescentes. 

La propuesta dramatúrgica de Alberto Conejero para la compañía Sexpeare a partir de la novela del genio —que este año, además, está de centenario— puede ser hilarante o dramática, según se mire. La historia de la compañía, que cumplió el año pasado dos décadas de comedia física y absurda, y la dirección de Salva Bolta, inclinan la balanza hacia la risa en este espectáculo que llega a los Teatros del Canal de Madrid hasta el 13 de marzo. La escritura de Conejero (cuya obra La piedra oscura ha sido uno de los éxitos del Centro Dramático Nacional en esta temporada y la anterior) sugiere un fondo amargo en la vida de los protagonistas de la novela ejemplar. Las aventuras de Diego y Pedro, esos dos muchachos que trataban de hacer carrera en el hampa sevillana, no parecían presagiar un final feliz. 

"Son dos pícaros viejos", resume Santiago Molero, Cortadillo. "Pero han evolucionado hacia el cabreo", completa Rulo Pardo, Rinconete. Tanto, que son detenidos en el funeral de Felipe III ("31 de marzo de 1621", dicen de memoria), donde se habían plantado para reivindicar que su sucesor, Felipe IV, revoque la licencia de impresión que su padre concedió a las novelas de Cervantes y la sustituya por la verdadera historia de su vida, en dos tomos, en lugar de aquella historia de apenas 15 páginas. Basta ya de ser esos delincuentes juveniles. "Queremos reivindicar que somos personas, no personajes", dice Cortadillo. Perdón: Diego Cortado. 

Conejero encontró "una puerta para entrar en la dramaturgia" en un apunte del propio Cervantes. "Sucedieron cosas que piden más luenga escritura, y así se deja para otra ocasión contar su vida y milagros", escribe en las últimas líneas del texto. Conejero recoge el guante y plantea un juego. Mientras los dos jóvenes se contaban mutuamente su desventuras en la venta del Molinillo aquel caluroso día de verano en los campos de Alcudia, el mismísimo Cervantes les espiaba en modo paparazzo, y aprovechaba para hacerse con el argumento de una novela. Sin saberlo, los pillos se convierten en un éxito editorial que les hace imposible ganarse el pan: nadie les da trabajo por culpa de su fama de ladrones. Paradójicamente, se ven obligados a escenificar su propia historia por los pueblos de España a cambio de unas monedas. Pero hay otro giro: esa que cuentan ni siquiera es su historia verdadera. Cervantes no sabía de ética periodística. 

"Es un juego muy cervantino, esa lucha de la realidad y la ficción. Es como cuando el Quijote en la segunda parte se encuentra con la fama del libro", cuenta el dramaturgo, divertido. Rinconete y Cortadillo se ven fosilizados en su propia fama, incapaces de librarse de ella y condenados a convertirla en leyenda. Escritor y actores pronuncian un nombre que toma por sorpresa a su interlocutor: "Joselito". ¿Joselito? ¿El pequeño ruiseñor? Efectivamente. Conejero explica la asociación: "Intentando imaginar la madurez de los personajes, pensé en los niños prodigio, que adquieren fama en su infancia pero que luego pierden inevitablemente su momento de esplendor". Diego y Pedro tienen la misma relación conflictiva con su historia que han paseado por el papel cuché los joselitos y las marisoles. El hartazgo y al mismo tiempo la imposibilidad de liberarse del fardo. El deseo de dejar de ser la gallina de los huevos de oro y la necesidad de autoexplotarse. 

Pero que no se asusten los seguidores de Sexpeare, los ávidos de carcajadas. Todos aclaran que esto es una comedia (el dramaturgo añade, casi disculpándose, "tragicomedia") y que los invitados, Bolta y Conejero, han tratado de empastar como en un coro perfecto con el estilo de la compañía creada cuando Molero y Pardo eran todavía estudiantes de Arte Dramático. Eso no quita para que hayan tratado de "llegar más lejos" (lo dice el director), estirar el alcance de los actores. Porque la picaresca, a ojos del espectador contemporáneo, es más que comedia blanca. 

"Nos planteamos qué significa que en España nos entretengamos con las historias de niños desahuciados, en la pobreza, y que hayamos convertido eso en un show", se pregunta Conejero. Cuando los personajes piden cuentas a Cervantes por explotar monetariamente su desgracia, llaman la atención también al público: "¿Por qué os reís de esto?". No lo han inventado ellos, defienden los creadores, ya estaba en Cervantes. Esa ambivalencia entre "lo que tiene de comedia la novelita pero también su corazón trágico", en palabras del dramaturgo. Rinconete y Cortadillo han pasado hambre, han sido golpeados, malqueridos, abandonados, recuerda Conejero. "Y si uno no sostiene la mirada no se da cuenta de eso. Pero el amor a los clásicos también es mirarlos a la cara". 

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