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Rodrigo Fresán: “Me preocupa la legitimación del anónimo y la mala ortografía en Internet”

El escritor argentino Rodrigo Fresán.

La literatura es inconmensurable. La literatura engrandece. La literatura hace humano. Ser pensante. Lo que no quiere decir necesariamente culto o intelectual en su más estandarizada acepción. “A los seis años estás capacitado para escribir la mejor novela del mundo. No necesitas pasar por stages académicos para escribir y, a diferencia de otras disciplinas artísticas, es barato”. Lo sabe él que no llegó a acabar el colegio y es hoy uno de esos nombres persistentemente presentes en las listas de lo más y lo mejor. Si de algo requiere la literatura, es del tiempo. Y sobre eso, sobre la literatura y el tiempo, habla la nueva novela de Rodrigo Fresán, La parte inventada (Mondadori), la historia en primera persona de un escritor con el deseo irrefrenable de contar cómo funciona eso de ser escritor. Para encontrar en sí mismo, si es que eso es posible, los resortes que le empujan a su frenética actividad. “El problema que tiene el protagonista es que para él todo se ha convertido en literatura”, dice el escritor argentino (Buenos Aires, 1963), afincado en Barcelona desde 1999. “Y esto puede ser o muy bueno o muy malo”.

Desde niño, su protagonista se siente impelido a la escritura, como si de una llamada procedente de un estadio superior se tratara. “No tiene mujer sino musa; ni hijos, sino libros”. A lo largo de su existencia, con el paso de los años, va conociendo las satisfacciones y los sinsabores que esta pasión acarrea, aupándole en su juventud a una fama y un reconocimiento que en su edad adulta se irán desdibujando. Imbuido en su oficio, casi completamente transmutado de persona en escritor, el personaje carece, dice Fresán “de todo anclaje emocional extraliterario”. “A todo escritor le pasa esto, pero hay que graduarlo y no quedarse ahí: no hay que estar todo el tiempo dentro”. Autobiográfica hasta un límite, la novela es también testimonio de la existencia de un laberinto mental que él ha podido zafar. “Yo tengo un anclaje emocional familiar sólido: el personaje es una especie de alter ego que toma un camino diferente, que se inclina por la idea epifánica adolescente de la literatura, y nada le importa más”.

En su ardor artístico, el escritor de la ficción siente la necesidad de predicar ideas con las que Fresán “no deja de estar de acuerdo”. Una clave es la rotunda afirmación de que “no son buenos tiempos para la literatura”. Y la culpa, asegura, tiene un nombre propio: Internet. “Cada vez hay una menor preocupación por el estilo, es cada vez más descriptiva y fotografíca”. La trampa reside para él en la proliferación de los alias y los textos sin firma, que abren las puertas al descuido tanto en la forma como en el contenido. “Me preocupa que hasta ahora las constantes hayan sido la legitimación del anónimo y la permisividad del insulto y la mala ortografía”, apunta. “El problema está en que nos hemos adaptado a las tecnologías sin leer la letra pequeña, y la literatura, la escritura y la lectura desenchufadas todavía siguen garantizando los límites y la privacidad”.

La cuestión del tiempo, ese torrente que se transporta en ciclos y engulle a trompicones, supone otro de los grandes pilares de La parte inventada. “El tiempo es todo”, dice el autor. “El tiempo, el amor y la muerte”. Si la literatura es para su personaje sinónimo de vivir, y si vivir no es sino empezar a morir desde el segundo en que uno se adentra en este mundo, el silogismo se traduce en que la literatura es igual a la muerte. “Escribir es una forma de morir, de perpetuarse”, dice Fresán, que cita –como hace en su libro- a autores clásicos como Marcel Proust, Kurt Vonnegut o James Joyce, que volcaron su esfuerzo creativo en pensar sobre esta capacidad de infinitud de la literatura. “Y lo mismo pasa con otras disciplinas”, subraya el argentino, una idea que, igualmente, se recoge en la novela a través de alusiones y referencias a músicos como Bob Dylan o los Pink Floyd. Pero a diferencia de su personaje, su vocación no aspira la eternidad entre las páginas. "El objetivo es simplemente pasarlo lo mejor, vivir con la familia", sentencia. "No contraer una enfermedad degenerativa". 

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