Cultura

La Transición de las letras

Mural de editores en la exposición 'Los papeles del cambio', con Carlos Barral, Javier Pradera, José María Castellet, Jorge Herralde, Beatriz de Moura y Esther Tusquets, entre otros.

A un lado del mural de la exposición se ven unas Obras completas de Azaña editadas por el sello mexicano Oaxis; Campo del moro, de Max Aub, en edición de Andorra, sello del Principado; el Canto general de Pablo Neruda en la bonaerense Losada; Historia de España, de Pierre Vilar, en la Librairie Espagnole de París; Señas de identidad, de Juan Goytisolo, en el sello mexicano Joaquín Mortiz... Al otro lado de la pared, esos mismos volúmenes, pero ya impresos en España de la mano de Alfaguara, Bruguera, Crítica, Seix Barral... Entre unos y otros, algunos años y un mundo. El que analiza la muestra Los papeles del cambio. Revolución, edición literaria y democracia 1968-1988, comisariada por Jordi Gracia en la Biblioteca Nacional, y abierta hasta el 10 de marzo.

Un recorrido por la muestra basta para comprobar la tesis de Gracia, que aquí es tan catedrático de Literatura española como historiador cultural: los caminos abiertos por editoriales independientes como Seix Barral, Tusquets, Anagrama, Alianza o Ciencia Nueva son imprescindibles para comprender el pensamiento que desafió al tardofranquismo y dio luz a la democracia. O, en palabras de Gracia, que "una de las patas del cambio mental fue la edición literaria". Pero, aunque la muestra se enmarque dentro de las celebraciones del 40º aniversario de la Constitución, a la Carta Magna apenas se la ve en esta sala escondida en el sótano. No viene mal la ubicación: aquí se habla ante todo del underground, tanto político como cultural, y de sus logros y fracasos. Y estos tienen que ver solo en parte con el texto constitucional: "Entender que a partir del 78 cambia todo me parece un disparate, y si alguna idea lleva esta exposición dentro es que lo que se está fraguando en los últimos diez años de franquismo, como mínimo, es lo que acabará estallando después", explica por teléfono el comisario. 

El puñado de volúmenes que componen la muestra dejan ver, primero, algunas hazañas. Por ejemplo, el volumen de Revolución en España, de Marx y Engels, editado por primera vez por Ariel en 1960 y recuperado en 1973. O El miedo a la libertad, en el que Erich Fromm se preguntaba cómo se habían podido aceptar sistemas autoritarios como el nazismo (o el franquismo), traducido en 1968 por Paidós. O El libro rojo El libro rojode Mao Tsé Tung, publicado en el preconstitucional 1976 con prólogo de Haro Tecglen. Gran parte de los títulos recogidos por Gracia fueron publicados bajo la Ley de Prensa conocida como ley Fraga, que cambiaba en 1966 la censura a priori por secuestros y sanciones a posteriori, de manera que el impresor corría el riesgo de perder toda la inversión ya realizada. La aprobación de la ley, cuenta el catedrático, es a la vez el signo de una victoria sobre un régimen que "ya no tiene herramientas para frenar la ofensiva" y el castigo que impone este régimen a los vencedores: "Esto se vende como una liberalización de la censura cuando lo que hace es desplazar la responsabilidad a los editores y a los directores de periódico. Es el castigo para propiciar la autocensura". Lo decía José María Castellet en 1977, ya muerto Franco: "Casi todo ya nos era permitido por entonces siempre que no dijéramos la verdad por su propio nombre". 

No fue, aparentemente, una medida eficaz. El sello Lumen de Esther Tusquets se atrevía con títulos como Crónica sentimental de España, de Vázquez Montalbán, que estudiaba cómo la canción se había utilizado para inculcar las normas de conducta que el franquismo consideraba apropiadas. Es solo un ejemplo, porque por entonces nacieron el Seix Barral de Carlos Barral, la Anagrama de Jorge Herralde, el Tusquets de Beatriz de Moura, la colección de bolsillo de Alianza impulsada por Javier Pradera... Todos ellos tuvieron que sortear los palos en las ruedas del régimen, olisquear los vientos de la incipiente cultura patria y entenderse con unos lectores aún desconocidos. Gracia no oculta que la muestra sirve de homenaje a los grandes nombres —y también a los que han evitado los focos, pero que trabajaron como los demás— de la edición española contemporánea: "Casi nadie se acuerda de que ahí hay gente que invierte su dinero, su esfuerzo, su profesión", se queja.

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Fueron uno de los actores que propiciaron la victoria de "las minorías intelectuales politizadas". La otra pata fueron, claro, los lectores, que ven cómo se normaliza poco a poco el acceso a la educación universitaria (la cifra de matriculados se dobla entre el curso 59-60 y el 69-70), cómo aumenta el nivel de vida, y que empiezan a visitar librerías como Pórtico en Zaragoza, Don Quijote en Granada o la Alberti en Madrid, sabiendo que en la trastienda encontrarían sabrosas lecturas clandestinas. "Eso acaba calando en un público expectante, y a partir de la muerte de Franco", valora el comisario, "es cuando las clases medias toman conciencia de en qué infamia de país han vivido y de la necesidad de construir entre todos una forma diferente de convivencia, de justicia y de libertades". Y se descubre que hay lectores para obras tan diversas como, de un lado, una recopilación de cómic underground estadounidense realizada por Chumy Chúmez y OPS (el otro seudónimo de El Roto) y, del otro, la colección de manuales divulgativos de La Gaya Ciencia (coeditada por Rosa Regàs), en la que Juan Benet explicaba Qué fue la Guerra Civil, Agustín García Calvo aclaraba Qué es el Estado y Felipe González contaba Qué es el socialismo

El catálogo, eso sí, va cambiando. Los libros de ensayo, los diarios del Che o el Manifiesto comunista dejan paso al Premio Herralde, a Rayuela, a Eduardo Mendoza, a Milan Kundera, a Marguerite Yourcenar. Es lo que Gracia llama "la importación el pensamiento moderno, no como heterodoxia, sino como consumo creativo". No cambiaron las editoriales, sino los lectores, defiende el comisario. Parafraseando a Herralde, asegura que "a partir del año 79, de golpe, la gente dejó de leer pensamiento político: el material subversivo para armar la revolución, que era lo que de verdad querían las minorías antifranquistas más movilizadas, se acaba de golpe". Y no es casualidad que esto ocurra, dice, con la aprobación del texto constitucional y con el primer triunfo del PSOE, a un paso de ser partido de Gobierno. 

La conquista de "la cultura democrática" es, a la vez, el gran triunfo de una izquierda intelectual que se quería revolucionaria, y también su gran fracaso. "Siguen publicando libros de pensamiento político", apunta Gracia, aunque de manera tan minoritaria que este deja de ser la esencia de los sellos que nacieron con voluntad de ruptura. "Porque la gente ha entrado en la cultura democrática, que no es la de la subversión radical del orden, sino la del reformismo socialdemócrata y pactado". Podríamos decir que tampoco es casualidad que Alianza pertenezca al grupo Anaya; que Seix Barral, Tusquets, Ariel y Paidós, entre muchas otras, sean de Planeta; que Anagrama haya sido comprada por el gigante italiano Feltrinelli. Pero esa es otra historia. 

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