Inmigración

Atravesar México: un infierno para los inmigrantes de América Central

Atravesar México: un infierno para los inmigrantes de América Central

EMILIE BARRAZA (MEDIAPART)

Apoyada en una columna en el patio del albergue para inmigrantes de Ixtepec, en el sur de México, en el estado de Oaxaca, Keyla Reyes acaricia su vientre mientras devora una tortilla de maíz. Esta frágil mujer, de 22 años, está embarazada de siete meses. Acaba de llegar al albergue después de un viaje de varios meses entre La Ceiba, su ciudad natal, en Honduras, y México. "Tuve muchos problemas con mi embarazo; hace dos días, estaba tan deshidratada que sentía dolores muy fuertes en la espalda y los riñones", narra con un hilo de voz. "Sé que para el bebé no es bueno andar tanto, pero quería que mi hija naciera en Estados Unidos, que tuviera la nacionalidad estadounidense y que así pueda tener las oportunidades que jamás tendría en mi país".

El país de Keyla Reyes es Honduras, un pequeño territorio situado entre Guatemala, al norte, y El Salvador, al oeste. Como ella, entre 140.000 y 400.000 inmigrantes de América Central intentan cada año, a través de las rutas de México, llegar a Estados Unidos, según explica la Organización Internacional para los Inmigrantes (OIM), principalmente desde Honduras, Guatemala y El Salvador, el Triángulo Norte del istmo centroamericano.

Según Pew Research Center, los inmigrantes clandestinos originarios de América Central e instalados en EE UU rondaban en 2012 los 1,7 millones y representan más del 15% de los 11 millones de inmigrantes clandestinos en el país. Mientras que la población mexicana ilegal (5,8 millones en 2012) en Estados Unidos no deja de descender desde 2007, la presencia de centroamericanos ha aumentado de manera importante desde hace una década.

Como muchos inmigrantes, Keyla deja atrás a su primer hijo, un pequeño de seis años que concibió a la edad de 16. En Honduras, un tercio de las familias está formado por madres solteras y el 26% de las madres hondureñas dieron a luz siendo menores de edad. ¿Por qué decidió irse? "Me muero de hambre en Honduras: mi hermana, que tiene estudios universitarios, tiene problemas para llegar a fin de mes, y yo, sola, con dos hijos, sin haber terminado la escuela segundaria… ".

Según las cifras del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE), los países del Triángulo Norte cuentan con altísimas tasas de pobreza: en promedio, más de la mitad de los 30 millones de habitantes que reúnen Honduras, El Salvador y Guatemala viven por debajo del umbral de pobreza y casi un tercio en situación de pobreza extrema.

Bandas, violencia, homicidios

Huir de la miseria, pero también de la violencia, ya que los tres países centroamericanos presentan altas tasas de homicidios: 41,2 por cada 100.000 habitantes en El Salvador, 39,9 en Guatemala y 90,4 en Honduras, el país más violento del mundo (si se compara, en Francia la tasa de homicidios es de un muerto por cada 100.000 habitantes). El objetivo de Mónica Lemus, una joven de 30 años originaria de Guatemala, es huir de la violencia de las bandas. Estas bandas armadas, formadas en Estados Unidos en la época de 1980 por inmigrantes centroamericanos clandestinos, se han implantado poco a poco en América Central desde finales de 1990, después de su expulsión masiva de EEUU, y aterrorizan a la población local.

Recientemente, una de estas bandas intentó alistar a uno de los hijos de Mónica. Fue entonces cuando tomó la decisión de huir de Guatemala acompañada de su marido y sus dos hijos de 17 y nueve años. "Los delincuentes vinieron a ver a mi hijo a la salida del instituto –explica entre sollozos–. Yo sé lo que es; yo misma formé parte de una banda cuando era más joven", relata con la voz temblorosa sentada en el comedor de un albergue para inmigrantes en Arriaga. En el brazo derecho, un tatuaje deja entrever su pasado de delincuencia. "Hay que matar a personas para entrar en el grupo y yo no quiero eso para mi hijo, no quiero que él asesine, que haga el mal y después lo maten a él. Por eso partimos".

Moisés, un hondureño de 34 años, originario de la capital, Tegucigalpa, también huye de la violencia endémica de su país. Desde 2007, ha emprendido el viaje seis veces en dirección a Estados Unidos. En todas las ocasiones acabó arrestado por la policía estadounidense o mexicana. "No tengo elección, si vuelvo a casa, a Honduras, seré asesinado en el campo", explica mientras levanta su camiseta. En el costado, varias balas le han dejado cicatrices visibles. "Una banda quería obligarme a trabajar, tenía que vender drogas para ellos y me negué". "Pero cada vez es más peligroso atravesar México", se lamenta. Durante su última travesía, Moisés fue atracado y perdió todos sus ahorros, 3.000 pesos, equivalente a 180 euros. "Se suponía que debía llegar a EE.UU con ese dinero, pero los delincuentes me amenazaron con un fusil", explica. "Se llevaron todo, incluso mis zapatos", se lamenta.

El Plan Frontera Sur: un viaje mucho más peligroso para los inmigrantes

En 2013, un informe sobre la inmigración en México, realizado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), señaló la "vulnerabilidad permanente de los migrantes que atraviesan México". Para Samuel Kenny, miembro de la Organización Fundación para la Justicia, "los inmigrantes son extremadamente vulnerables, sufren el racismo y tienen menos recursos, especialmente los hondureños". "México vive un contexto de violencia general, pero es aún más cruel con los inmigrantes, y todavía peor con las mujeres que emigran", añade.

Esta violencia es muy difícil de cuantificar: según los informes de 2009 y 2011 de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), cada año cerca de 21.000 inmigrantes son secuestrados en México, cientos de ellos desaparecen o son asesinados. En 2010, Amnistía Internacional estimó que seis de cada 10 mujeres inmigrantes fueron víctimas de abusos sexuales durante su viaje hacia Estados Unidos…

Esto es lo que le sucedió a Ana Patricia, una salvadoreña de 22 años. "Para poder enviar dinero" a sus dos hijas de cuatro y siete años, que se quedaron en San Salvador con su bisabuela, decidió recorrer en solitario los 3.000 kilómetros que la separan de Río Grande. En el camino encontró cierta seguridad gracias a un pequeño grupo de inmigrantes, pero una vez en México, fueron atacados por bandas locales: "Nos robaron todo nuestro dinero y uno de nosotros recibió un machetazo en la cara", recuerda Ana, visiblemente afectada, mientras descansa en un banco del albergue de Ixtepec, en Oaxaca.

Hace algunos meses, Ana Patricia se montó en la Bestia, el gigantesco tren de carga que atraviesa México desde el sur hasta el norte y al que se suben cientos de inmigrantes para llegar a la frontera de EEUU. Todo cambió cuando, el pasado mes de julio, bajo la presión de Estados Unidos, el Gobierno mexicano puso en marcha el Plan Frontera Sur, cuyo objetivo oficial es "proteger los derechos de los inmigrantes que pasan por México". En realidad, se trata de reducir la inmigración ilegal que proviene de América Central a través del fortalecimiento del control policial en el sur de México. Como sucede en Arriaga, un pequeño pueblo seco y polvoriento en el norte de Chiapas donde llegan los vientos del Pacífico. Allí la Bestia llega una o dos veces por semana. En la lejanía, el silbato del tren alerta a las patrullas de la policía migratoria encargadas de disuadir a los inmigrantes de subirse al tren de carga.

Lo peor, la policía mexicana

Desde entonces, los inmigrantes se ven obligados a viajar –antes de probar suerte de nuevo en el tren de carga– a través de rutas situadas más al norte de México, allí donde los controles son menos frecuentes. Pero en las carreteras de Chiapas, los controles de inmigración se suceden: policías y militares mexicanos paran a los automóviles, taxis o autobuses y controlan a los posibles inmigrantes. "Es imposible coger el autobús, nos reconocen inmediatamente a nosotros, los centroamericanos", se lamentan Isidoro y Ariel. Estos dos hondureños permanecen sentados en un banco en el albergue de Ixtepec, agotados, con los pies desnudos, hinchados, repletos de ampollas y ensangrentados. "Yo no puedo más, acabamos de llegar después de más de 12 horas de marcha bajo el sol", suspira Isidoro, el hombre más mayor, con la cara quemada por el sol. Engañados de manera constante por los conductores del minibús Volkswagen, que prometen el transporte de pasajeros entre diferentes pueblos, Isidoro y Ariel optaron por caminar a través del campo de Chiapas. Pero "lo peor, es la policía mexicana", asegura Isidoro: "Los policías municipales de Huixtla nos amenazaron con entregarnos a la migra si no les pagábamos 500 pesos… Así no nos queda nada para continuar el resto del viaje".

En 2013, los robos con violencia y las extorsiones por parte de las autoridades mexicanas constituyeron el principal riesgo identificado por los inmigrantes centroamericanos cuando fueron detenidos por las autoridades de migración estadounidenses, muy por delante de los accidentes de tren o el calor. Por su parte, los albergues para inmigrantes de Chiapas han registrado un fuerte aumento del número de agresiones contra los viajeros centroamericanos. "Las quejas de los inmigrantes que nosotros registramos se dispararon hace varios meses, entre un 60 y 70%, principalmente por cuestiones de robo y extorsión", explica Jessica Cárdenas Canuto, voluntaria jesuita en la posada de Ixtepec.

Para Carla Meza, de Organización Sin Fronteras en México, "el Plan Frontera Sur ha hecho el viaje de los inmigrantes mucho más peligroso", tanto que "los inmigrantes buscan nuevas rutas en las regiones donde no hay albergues o infraestructuras para ayudarles". "El flujo de inmigrantes puede que disminuya durante algunos meses, pero volverá a aumentar de nuevo ya que la situación socioeconómica en América Central no ha mejorado", denuncia.

Una realidad de pobreza y violencia de la que Estados Unidos es muy consciente. El vicepresidente del país, Joe Biden, se encontraba de visita oficial en la región, a mediados de marzo de 2015, para desarrollar el Plan de Alianza para la Prosperidad. Una política de prevención de la inmigración ilegal al gusto del presidente Barack Obama, que propuso al Congreso, el pasado mes de febrero, la inversión de un billón de dólares para mejorar la frontera sur de México e invertir en el desarrollo social, judicial y, sobre todo, económico de los tres países de América Central. El objetivo de la visita de Joe Biden, acompañado por un grupo de empresarios y emprendedores estadounidenses, se dejó entrever. La activista guatemalteca Helen Mack critica, entre otros puntos, "una iniciativa que va a beneficiar principalmente a las multinacionales. Hay que tener una visión que parta de lo más bajo hacia lo alto, y no al contrario, si no, las desigualdades seguirán siendo las mismas".

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Traducción: Irene Casado

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