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Así ha conquistado la Iglesia evangélica poco a poco la política brasileña

Donald Trump ofrece esta semana una rueda de prensa junto a su homólogo brasileño, Jair Bolsonaro.

Lamia Oualalou (Mediapart)

El 12 de mayo de 2016, Jair Bolsonaro era un desconocido para la mayor parte de los brasileños cuando le grabaron, totalmente vestido de blanco, en las aguas del río Jordán. Es aquí, según dice la Biblia, donde Jesús se hizo bautizar. El diputado de extrema derecha hace lo mismo y confía la ceremonia al pastor Everaldo, presidente de la formación política a la que acaba de afiliarse, el Partido Social Cristiano (PSC).

Reafirmar su fe en las aguas del Jordán se ha convertido en algo banal, señala el profesor de ciencias políticas y teólogo Valdemar Figueredo, director del Instituto Mosaico: “Eso es ahora parte del paquete turístico de un viaje a Israel, pero en el caso de Bolsonaro es diferente”, apunta, recordando que quien le sumerge en el río en nombre de Jesús es un pastor de la Iglesia Evangélica Asamblea de Dios.

Jair Bolsonaro se declara católico desde siempre, a pesar de este pretendido bautismo. Pero sus hijos son evangélicos, lo mismo que su tercera y actual esposa, Michelle de Paula Firmo Reinaldo Bolsonaro, que hace de traductora en el lenguaje de signos en los templos a donde lleva a menudo a su esposo. Por otra parte, quien les casó es Silas Malafaia, uno de los pastores más poderosos de Brasil, cabeza de la Asamblea de Dios Victoria en Cristo. “Nadie era consciente entonces de que este bautismo constituía el primer acto de campaña de Bolsonaro. A partir de ese momento, él surge de Israel, como el Mesías, que por cierto es su segundo nombre”, observa Valdemar Figueredo.

Jair Messiah Bolsonaro es el primer presidente cristiano con un discurso evangélico pentecostal que ha sido llevado por el voto popular al palacio presidencial de Planalto. Su primera aparición pública, el 28 de octubre de 2018, tras el anuncio de su victoria, tomó la forma de una oración, dirigida por el pastor Magno Malta y retransmitida en directo en todas las pantallas. Ante la multitud, el electo pronuncia un discurso en el que explícitamente coloca su mandato bajo la tutela del dios cristiano, recordando su lema de campaña: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todo”. Este eslogan, precisa, “ha ido a buscarlo a lo que muchos llaman la caja de herramientas para reparar al hombre y la mujer, es decir, la sagrada biblia”.

Un acto de reconocimiento que se explica con el análisis de las cifras de la elección. Bolsonaro ganó la segunda vuelta con 57,8 millones de votos válidos (un 55,13%), contra 47 millones (44,87%) de Fernando Haddad, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT). Una diferencia de 10,76 millones de votos.

La diferencia es más o menos la que había previsto el instituto Datafolha tres días antes del escrutinio. Los investigadores habían distribuido las respuestas en función de la religión, considerando el peso de cada una de ellas entre el electorado, entre ellas un 56% para los católicos, 30% para los evangélicos, 7% para los “sin religión” y 1% para las religiones afro-brasileñas.

En la realidad de las urnas, los católicos están divididos entre los dos candidatos, con una ligera ventaja para Bolsonaro, mientras que Haddad se impone entre los fieles de los ritos afro-brasileños y los “sin religión”. “Pero lo que constituye verdaderamente la diferencia son los evangélicos, con una brecha en este electorado de 11 millones de votos a favor de Bolsonaro, analiza José Eustaquio Diniz Alves, demógrafo de la Escuela Nacional de Ciencias Estadísticas de Rio de Janeiro.

Once millones de votos es la diferencia entre los dos candidatos en la segunda vuelta. “Incluso si los evangélicos representan menos de un tercio del electorado, sus líderes recogen el fruto de los años de activismo político y su voto ha sido decisivo en 2018”, continua explicando. ¿Cómo explicar esta concentración de votos? Primero, por la dinámica demográfica. Brasil está viviendo una transición religiosa acelerada, única en el mundo para un país de esa dimensión.

En 1970, nueve brasileños de cada diez se declaraban católicos, pero en 2010 sólo lo eran dos tercios. Si este hundimiento refleja una gran diversidad religiosa, lo ha sido esencialmente en beneficio del grupo calificado como “evangélico”, que reagrupa a los protestantes tradicionales, cuyo peso apenas varía entre la población, y a los fieles de las iglesias pentecostal y neopentecostal. En 2010 llegaban ya al 22,2% de la población. Una evolución que se explica en especial por el papel activo de los pastores en zonas abandonadas por el Estado.

El Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE) organiza cada diez años un censo de la población; el próximo se hará en 2020 y no conoceremos el resultado hasta dos años más tarde. Mientras tanto, los demógrafos trabajan con las encuestas efectuadas a lo largo de esta década por institutos privados nacionales (como Datafolha) o extranjeros (PEW, Gallup o Latinobarómetro). “Evidentemente, no es comparable con la precisión del IBGE, pero todo indica que el cambio de religión está en vías de aceleración, apunta José Eustaquio Alves.

Este investigador subraya que entre 1990 y 2010 la población católica perdía el 1% de fieles al año, mientras que los evangélicos aumentaban en un 0,7%. El declive del número de católicos parece haber llegado al 1,2% anual desde 2010, mientras que la ganancia de los evangélicos habría pasado al 0,8% anual. “Si proyectamos estas cifras al futuro significa que los católicos representarán menos de la mitad de la población a partir de 2022, el año del bicentenario de la independencia de Brasil”, resume José Eustaquio Alves. Diez años más tarde serán ya minoritarios: 38,6% de católicos contra 39,8% de evangélicos.

Además, los análisis muestran una correlación entre evangelismo y votos a favor de Bolsonaro. Así, los Estados de la Federación donde los evangélicos han avanzado más (Rondonia, Roraima, Acre y Rio de Janeiro) han llevado al excapitán del Ejército a una victoria espectacular. Los únicos Estados en los que Fernando Haddad ha ganado son los del nordeste, donde la presencia de los evangélicos es menos importante. Piauí es un caso de libro, con la proporción nacional de evangélicos más débil y el mejor resultado para el Partido de los Trabajadores. Por supuesto, la variable religiosa no lo explica todo: el Estado de Santa Catarina, al sur del país, es poco evangélico pero han vitoreado a Bolsonaro el día de las elecciones.

Con más presencia por todo el territorio, los evangélicos han votado en masa por un único candidato desde el primer día, algo inédito en Brasil. “Incluso los protestantes tradicionales, como los luteranos, los bautistas y los presbiterianos, han apostado por Bolsonaro", se extraña Valdemar Figueredo, "bien animando claramente a votarle o exhibiendo una neutralidad de la que nadie se llamaba a engaño. Sin embargo, hasta ahora, ellos no votaban como los pentecostales”. Además, la oferta electoral era importante, comenzando por la ecologista Marina Silva, miembro de la Asamblea de Dios, que había conseguido cerca del 20% de los votos en 2014. A la derecha, hacia donde se inclina el voto evangélico, competían varias figuras evangélicas como el gobernador del Estado de São Paulo Geraldo Alckmin, candidato que perdió en 2006 contra el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva.

Teología de la prosperidad

En septiembre de 2018, cuando el Partido de los Trabajadores reconoció finalmente que Lula, en la cárcel desde abril, no podría ser candidato, lanzó precipitadamente a su delfín, Fernando Haddad, un profesor de Ciencias Políticas de perfil progresista. Pan bendito para los líderes evangélicos, que ya le habían atacado en 2011 cuando, como ministro de Educación de Dilma Rousseff, había intentado implantar en las escuelas una guía contra la homofobia.

El pastor Silas Malafaia había calificado ese material  didáctico de kit gay, afirmando que el objetivo del Gobierno era convertir a los niños a la homosexualidad. En aquel momento, quien vociferaba más contra esta iniciativa, símbolo de la depravación del Partido de los Trabajadores, era el diputado Jair Bolsonaro. Dilma Rousseff había ordenado rápidamente la marcha atrás, pero la expresión kit gay no dejó de ser utilizada desde entonces y, durante la campaña de 2018, se difundían montajes por las redes sociales que mostraban, entre otros, a bebés en las guarderías públicas con biberones con forma de pene.

La mayor parte de los evangélicos eligió su campo. Jair Bolsonaro se presenta como el que va a terminar con el sistema político tradicional, representado sobre todo por el candidato Geraldo Alckmin. También él ha captado la fuerza del rechazo del PT, presentado desde hace tiempo por la prensa y la justicia como el partido de la corrupción.

Sus allegados han tomado también consciencia de la difusa ola que agita Brasil contra lo que se califica de forma despectiva de “era de los derechos”: los de las mujeres, de los negros, de los indios, de los homosexuales… En definitiva, de las minorías. Y este odio se ha trabajado hábilmente desde hace años en los templos evangélicos. Con Bolsonaro, los fieles encuentran un portavoz, que es igualmente reconocido como “cristiano” por el sector conservador de los católicos, con el apoyo de personalidades como el arzobispo de Rio de Janeiro, el cardenal Orani João Tempesta.

El PT encarna las políticas progresistas hacia las minorías. Representa también la cara del intervencionismo del Estado, ahora tan desacreditado. Para José Eustaquio Alves, “los líderes del PT no han comprendido que las periferias ya no adoptaban el ideal de un Estado muy presente en la economía, y es ahí donde la derecha y las iglesias evangélicas han aprovechado para poner por delante un espíritu de empresa popular”. Sin embargo, el partido contaba, desde 2017, con una encuesta sobre los valores en boga en los barrios pobres de São Paulo, realizada por su propio think tank, la Fundación Perseu Abramo, que evocaba la celebración del consumo, del espíritu de empresa y de las iglesias evangélicas.

Ronaldo de Almeida, antropólogo de la Universidad de Unicamp, en Campinas, una ciudad universitaria próxima a São Paulo, atenúa ese pretendido liberalismo de las periferias. “Con la crisis económica han cargado todo sobre las espaldas del PT, pero las personas que sobreviven en la precariedad, cortando el pelo por las mañanas y conduciendo un Uber por las tardes, no están contra la acción del Estado sino contra un Estado que creen que no hace nada por ellos, prefiriendo ocuparse de los miserables y de las minorías como los LGTB”, dice.

La campaña de Bolsonaro entiende rápidamente la corriente creciente de una gran parte de la opinión contra las políticas compensatorias del Estado que tienen por objetivo reducir la pobreza. La prestación Bolsa Familia, concedida a los más pobres y la discriminación positiva a favor de los negros en las universidades, son señaladas como favorecedoras de la holgazanería a costa de los que se lo merecen y de la iniciativa individual.

La teología de la prosperidad, concepto evangélico por excelencia, refuerza el rechazo a un Estado intervencionista, pone en valor el mérito individual y señala que la acumulación de bienes materiales es signo de la presencia de dios en la vida. Un ascenso que se basa en el espíritu de empresa constantemente oficiado en los templos evangélicos. “Este concepto ha encontrado un terreno abonado en el contexto de informalidad y precarización del trabajo establecido con las recesiones de los años 1980 y 1990 en Brasil”, destaca Ronaldo de Almeida.

“Esto no quiere decir que los evangelistas no se han aprovechado de los programas sociales implantados por los gobiernos del PT, sino que la prosperidad material es vista como el resultado de los sacrificios financieros en forma de donativos a la iglesia y del espíritu de empresa”, dice.  Por otra parte, las encuestas muestran cada poco tiempo que los brasileños atribuyen su éxito a Dios y sus dificultades al Gobierno. Estaban incluso impulsados por la retórica de la época de Lula, que hacía del aumento de la capacidad de consumo de la población el principal criterio de progreso social, en lugar de destacar los principios de igualdad  y de protección social.

Los escándalos de corrupción, la incapacidad del PT de reconocer sus errores y el bombardeo mediático y judicial hicieron el resto. En varios templos, el Partido de los Trabajadores es presentado literalmente como Satán. “Hoy no es que los pobres estén convencidos de las privatizaciones y la reducción de los derechos de los trabajadores, es que les han repetido que es la única opción. Si no, Brasil se convertiría en Venezuela, y lo creen”, concluye Ronaldo de Almeida.

La puñalada que Bolsonaro sufrió el 6 de septiembre de 2018 le vino doblemente bien. De ahí salió con una aureola de superviviente, subrayada con brío por un discurso religioso. Pero sobre todo, el atentado le permitió evitar los debates con los demás candidatos cuando de su incapacidad para desarrollar un razonamiento cabía esperar que aparecería como una opción de riesgo para la población.

Por otra parte, a cuatro días de la primera vuelta, cuando sus adversarios se pelean en directo en la Globo, la principal cadena del país, Bolsonaro concede una entrevista exclusiva y complaciente desde su domicilio a la Record, segunda cadena brasileña y principal herramienta mediática de una de las más poderosas, y la mejor organizada de las iglesias evangelistas del país, la Asamblea Universal del Reino de Dios, más conocida como “la Universal”. La entrevista sella un pacto entre Jair Bolsonaro y Edir Macedo, el líder de la Universal.

“Es una opción puramente pragmática, la Universal no está, al contrario que las demás, en una batalla por los valores conservadores, como la prohibición del aborto”, subraya la socióloga María das Dores Campos Machado, especialista en temas religiosos y de costumbres. “Pero Edir Macedo no quiere perder la batalla del poder, incluida la que se ha desencadenado entre las iglesias evangelistas”. Él se posiciona como jefe de empresa, la Record va a ganar en publicidad institucional, en una legislación favorable o en la eliminación de sus deudas por parte del Gobierno. Todo esto nada tiene que ver con las cuestiones republicanas o teológicas, añade.

El apoyo de la Universal es crucial. Implica un discurso repetido por centenas de pastores en todo el país, transmitido por las cadenas de televisión, las radios y las webs del grupo. “Edit Macedo ofrece también en el plató los datos de sus fieles y de las redes sociales como WhatsApp, de una capilaridad increíble e inestimable”, precisa María das Dores Campos Machado. Lo que está circulando obedece siempre a la misma retórica, la del miedo, el colapso del orden y de la familia. “Y esto va mucho más allá de las clases populares. Incluso en las clases medias todo el mundo tiene un miembro de su familia que recibe y transmite esas imágenes y esos discursos, casi siempre fake news”, apunta.

La victoria de la estrategia de los “aliados de los evangelistas”

Un hermano vota por un hermano, dicen en los templos, presentados como gigantescas hermandades. “Por supuesto, esto no es automático, pero las encuestas muestran que los evangelistas tienen, más que el resto de la población, el sentimiento de que sus pastores son sus corresponsales en el mundo político”estima Ronaldo de Almeida. “Y ese vínculo de confianza se traduce en votos en las urnas”, añade.

Este compromiso no se traduce tampoco en una conducta gregaria. Unos cuarenta diputados evangelistas no fueron reelegidos el último año, tachados de ineficaces, corruptos o representantes de la vieja política. Magno Malta, el pastor que dirigió la oración de la victoria de Bolsonaro, a quien éste había incluso considerado como candidato a su vicepresidencia, ha perdido su apuesta de reengancharse en un nuevo mandato en el Senado. Peor aún, este prototipo de homófobo ha sido derrotado por un candidato abiertamente gay. Como decía el cantante brasileño Tom Jobim, “Brasil no es país para principiantes”.

La tarde del 28 de octubre, los analistas políticos rivalizaban en metáforas meteorológicas para calificar la elección de Bolsonaro, desde la tempestad al huracán pasando por el tsunami. Una forma de explicar que su victoria era el resultado de la conjunción de esfuerzos de al menos tres grupos: los militares, los neoliberales y los evangelistas. Algunos admitían incluso la complacencia de los medios y del aparato judicial, todo en un contexto de hundimiento de la izquierda. Para Ronaldo de Almeida, la victoria del capitán reformado no es sin embargo una sorpresa: “Hemos visto ya esta película en Río de Janeiro dos años antes”, explica.

Hasta 2016 parecía imposible que un evangelista se pusiera en cabeza de la segunda ciudad del país, la capital del carnaval y de la playa. Los evangelistas estaban muy presentes en el resto del Estado pero la ciudad parecía resistir, como una excepción. El senador Marcelo Crivella, por otra parte obispo de la Iglesia Universal y sobrino de su líder, Edir Macedo, puso fin a esta idea heredada atrayendo a la mayor parte de los electores con un discurso que mezcla el PT, la guerra contra la “ideología de género” y poner en entredicho el papel de la escuela, presentada como centro de promoción del marxismo y de la depravación sexual.

Su victoria echa por tierra la idea de que el activismo político de los evangelistas les permitiría imponerse a nivel legislativo —federal y regional— pero que serían incapaces de conseguir mandatos como alcalde, senador, gobernador o presidente. Este es el caso también de Wilson Witzel, quien, a partir del momento en que ha sido armado caballero por los grandes pastores, ha pasado en algunas semanas del 3% de intención de voto a la victoria en las elecciones a gobernador del Estado de Río de Janeiro. En este caso también se trata de un católico con referencias y metáforas evangelistas.

Christina Vital, profesora de la universidad federal Fluminense (Niteroi), encargada por el Instituto de Estudios de la Religión (ISER) y la Fundación Heinrich-Böll de analizar los resultados de las elecciones de 2018 en los Estados de Río de Janeiro y São Paulo, ha llegado a la conclusión de que el surgimiento de personalidades como Witzel y Bolsonaro es el resultado de una estrategia que ella bautiza como “aliados de los evangelistas”.

Desde 1989, el número de pastores candidatos en el Parlamento no para de aumentar, disparándose hasta un 40% entre 2010 y 2014. En 2018 se ha constatado un nuevo aumento, pero mucho menos espectacular: 8,2%. Porque lo que se ha multiplicado es el número de candidatos de base religiosa. Bolsonaro es el mejor ejemplo de ello, con una identidad claramente evangelista pero incapaz de citar la Biblia sin equivocarse.

En una entrevista concedida a la web de investigación brasileña Agencia Pública, poco después de la elección de Bolsonaro, Christina Vital precisa que en Río de Janeiro y São Paulo las candidaturas confesionales no han representado más que el 46% de las candidaturas religiosas (122 de 260). Otra novedad: muchos pretendientes no estaban ligados a formaciones políticas cercanas a las iglesias —el Partido Republicano Brasileño (PRB) a la Iglesia Universal y el Partido Social Cristiano (PSC) a la Asamblea de Dios— sino al Partido Social Liberal (PSL) al que se había unido Bolsonaro.

Para la socióloga, los evangelistas han tratado de asociarse a identidades profesionales, en particular las relacionadas con la justicia y la seguridad pública. “Esto procede con seguridad de la observación de que en la sociedad había una demanda autoritaria y un peso especial de la justicia en los medios con la operación Lava Jato”, declara Christina Vital en la entrevista, refiriéndose al escándalo destapado en el seno de la empresa nacional de hidrocarburos Petrobras.

La alianza es tan natural que hace años que los templos han adoptado un discurso muy conservador en cuestiones de seguridad, a favor de la bajada de la edad penal, el agravamiento de las penas de cárcel o facilitar la tenencia de armas y una mayor acción represiva del aparato de seguridad del Estado. Presentar “aliados de los evangelistas” más que de los religiosos permite así superar el rechazo que experimentan los evangelistas entre las capas más favorecidas y educadas. Para este sector de la población, Bolsonaro es un diputado del mundo militar y de la seguridad, Witzel es un juez y cierran los ojos sobre sus amistades con los pastores más retrógrados.

Una estrategia muy eficaz, a juzgar por los resultados en las dos primeras ciudades del país: de los 260 candidatos estampillados como “religiosos”, el 23% ha sido elegido. Los evangelistas representan el 13% de la Asamblea Municipal de São Paulo y el 24% de la de Río de Janeiro. Todavía más impresionante, dice Christina Vital, “prácticamente el 30% de los diputados federales de Río es evangelista”.

El escrutinio de 2018 ha demostrado que los evangelistas están profundamente anclados en el paisaje electoral, tanto a nivel legislativo como ejecutivo. Es verdad que todos los conservadores no son evangelistas y que no todos los evangelistas son conservadores —30% de ellos han votado incluso por Fernando Haddad en octubre de 2018, lo que revela la diversidad interna de este universo religioso. No es menos cierto, retomando las palabras del sociólogo Ronaldo de Almeida, que “la tendencia evangelista más hegemónica está constituida por esta ola conservadora existente en Brasil, a la que contribuye”. Y su huella en la sociedad es tan importante que la iglesia católica aparece dividida, con una parte de su jerarquía adoptando sin escrúpulos las posiciones del jefe del Estado, de extrema derecha, incluso las más violentas.

Queda por saber cuál será el impacto político de este movimiento cristiano en los próximos cuatro años. Su peso en el gobierno es real, pero una parte de los militares, mayoritaria en el entorno de Jair Bolsonaro, expresan ya su malestar, comenzando por el vicepresidente, general Hamilton Mourão. Es el mismo caso de la élite neoliberal, que no se identifica con la totalidad de la agenda conservadora de las iglesias.

“Lo que está claro es que existe una aceptación de los evangelistas en la sociedad mucho más grande que antes y tanto su capital social y político como su influencia son más amplias”, dice con preocupación María das Dores Campos Machado. Ella considera que las minorías pueden esperar ataques tanto en el terreno legislativo como en la calle o en el espacio de la educación. El demógrafo José Eustaquio Diniz Alves opina lo mismo: “No hay duda de que estamos en un ciclo que, al menos a corto y medio plazo, favorece la influencia evangelista en Brasil, y con ella, una ola conservadora que se extiende por todos los ámbitos”. ________________

  Traducción de Miguel López

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