Emmanuel Carrère y la política de la literatura

Joseph Confravreux (Mediapart)

“Un admirable fresco familiar” para Télérama, un “viaje virtuoso” para Libération, un “gran Carrère” para Le Monde, una “declaración de amor absoluto” para Le Figaro... En cuanto a la nueva obra de Emmanuel Carrère, titulada Kolkhoze (Koljoz, edit. POL) y dedicada a su madre, la académica Hélène Carrère d'Encausse, la lectura de los principales titulares de la prensa se asemeja a esos carteles de películas en los que los servicios de comunicación solo incluyen términos elogiosos.

Para escuchar una opinión menos unánime sobre esta obra, que encabeza las ventas con 60.000 ejemplares comercializados en las dos primeras semanas desde su publicación, hay que recurrir a publicaciones más confidenciales y más incisivas.

Así ocurre con la web Collateral, donde, en su editorial de comienzo de curso, Simona Crippa y Johan Faerber critican duramente una “perezosa investigación”, una “ausencia de escritura” y la novela “de un nepobaby, que convierte la gloria materna en una forma de renta mediática sin vergüenza alguna”.

Frases eufemísticas esparcidas en tono jocoso para evocar el giro fascista de Brasillach

Pero lo esencial para ellos es denunciar el “juego turbio” que Carrère mantiene con respecto a ciertos aduladores del régimen de Vichy con los que su madre y su familia más que coquetearon.

Así, atacan las “fórmulas eufemísticas esparcidas en tono jocoso para evocar el giro fascista de Brasillach”, la “relativización de la condena a muerte” del mismo Brasillach, “como si el fascismo fuera una simple borrachera”, o incluso el retrato complaciente que Carrère hace de Maurice Bardèche, escritor y teórico abiertamente fascista, pero también amigo de su madre y “maestro” de cine de cuando Emmanuel Carrère era joven.

No se trata aquí de reprochar a Carrère el hecho de que “no vote porque tiene miedo de votar a la derecha”, como él mismo escribe. Ni de reprocharle los retratos halagadores que hace de Emmanuel Macron, ya sea en The Guardian o al comienzo de Kolkhoze.

Además, no es de extrañar que la última obra de Emmanuel Carrère reivindique menos, a pesar de su título, “el reparto de los medios de producción que la continuación de los privilegios”, como se decía en el debate que le dedicamos en nuestro último podcast de L'esprit critique.

Que Emmanuel Carrère no sea de izquierdas no es ninguna sorpresa, pero tampoco puede convertirse en un elemento en su contra. Que elija, sin demasiado reparo, heredar una genealogía aristocrática arraigada en Rusia y Georgia, que odia visceralmente el marxismo desde la Revolución de 1917, es, en el fondo, asunto suyo.

Ciertamente, la complacencia con las posiciones y las amistades de su familia que muestra en Kolkhoze puede sorprender, ya que contrasta con su obra publicada hace dieciocho años, Un roman russe (Una novela rusa).

En este libro, el novelista se sumergía en el pasado familiar para arrojar una cruda luz sobre el turbio pasado de su abuelo —el padre de Hélène Carrère d'Encausse—, desaparecido tras la Liberación después de que unos desconocidos vinieran a buscarlo, muy probablemente para ejecutarlo acusándolo de haber colaborado con los alemanes.

Pero más allá de la opinión que se pueda tener sobre la pérdida de mordacidad de la escritura de Carrère entre Un roman russe y Kolkhoze, la cuestión no es juzgar la posición política —sin sorpresa— del escritor, sino comprender lo que su texto fabrica políticamente.

Y es ahí donde el “al mismo tiempo” y la sonrisa irónica que caracterizan los libros del escritor pueden convertirse en una vileza ética y literaria, cuando esa postura literaria se aplica a los fachas y a los colaboracionistas, describiendo, según sus propias palabras, a los “cómplices objetivos del horror como poetas excéntricos”.

Aquí, esa “comodidad de una distancia divertida” tiene motivos para suscitar una “rabia ética, política y literaria”, por retomar los términos de la profesora de literatura comparada Lise Wajeman, que cubre la actualidad literaria para Mediapart.

En Kolkhoze, el escritor se divierte enfrentando a los rusos blancos y los bolcheviques, a la derecha y la izquierda, o incluso a su madre, Hélène, y su tío Nicolas, cuyas vidas y posiciones políticas son asimétricas. Pero, en un momento de derechización extrema en el mundo, ¿se puede aplicar la misma actitud a figuras reconocidas del fascismo francés?

Cuando el espíritu de la época es sombrío, la búsqueda del compromiso se convierte rápidamente en implicación

En su editorial, Simona Crippa y Johan Faerber se esfuerzan por vincular la política y la literatura, descifrando, entre otras cosas, esta frase del novelista: “Ese Henri Poulain tan divertido era uno de los peores canallas de Je suis partout”. ¿Por qué, se preguntan a continuación, ‘tan divertido’ se pone absolutamente al mismo nivel que ‘uno de los peores canallas?’ ¿Se puede hablar de denuncia del fascismo cuando Carrère se toma la molestia de no escribir, por ejemplo: ‘Detrás de ese Henri Poulain tan divertido se escondía en realidad uno de los peores canallas de Je suis partout’? “

Sin duda, en el fondo, Emmanuel Carrère, genio de la narración y del retrato, está hoy atrapado por su dandismo, cuya posible definición es la capacidad de captar el espíritu de la época. Ahora bien, cuando el espíritu de la época es sombrío, la búsqueda del compromiso se convierte rápidamente en implicación.

Siempre hábil, Emmanuel Carrère describe, desde las primeras páginas de Kolkhoze, su proyecto en estos términos, sin duda para desbaratar mejor las críticas. “... Al mismo tiempo, formo parte de un grupo cada vez más numeroso de personas convencidas de que nos acercamos a una catástrofe histórica sin precedentes, el colapso de nuestra civilización, si somos optimistas, y, si somos pesimistas, la extinción de nuestra especie. Si eso es cierto, si realmente es lo que está sucediendo, ¿qué sentido tiene escribir sobre otra cosa?”.

Y añade: “Ante el hecho de que somos ocho mil millones en la Tierra, ante el desastre ecológico irreversible, ante la crisis migratoria, ante la inteligencia artificial que nos va a engullir sin tiempo siquiera para darnos cuenta, ante, por cierto, el fin de la democracia y de todos nuestros valores, occidentales (digo ‘por cierto’ porque, aparte de nosotros, nadie parece verlo como una gran pérdida), ¿no está completamente desfasado escribir sobre tu vida que se acaba, sobre tu familia, sobre la juventud de tus padres?”.

Pero el problema subyacente aquí no es que Emmanuel Carrère elija no hablar del cambio radical del mundo que él mismo dice sentir y prefiera seguir escribiendo sobre su vida y su genealogía. El retrato que hace de su madre, y sobre todo de su padre, es realmente conmovedor.

El problema sería más bien que, además de renovar tácitamente la idea de una ruptura civilizatoria y de una amenaza que pesa sobre los valores occidentales que algunos amigos de su madre no habrían repudiado, el novelista, siendo consciente al mismo tiempo del considerable cambio que se ha producido en el mundo que nos rodea, decide no cambiar nada en su programa de escritura y, sobre todo, no cambiar la distancia irónica y apática que le caracteriza.

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Pero cabría esperar otra cosa de la responsabilidad de un escritor que combina exigencia literaria, atractivo popular y recepción crítica laudatoria. Sobre todo, cabría preguntarse si, tanto en la literatura como en la política, el centrismo extremo no allana el camino hacia lo peor.

 

Traducción de Miguel López

“Un admirable fresco familiar” para Télérama, un “viaje virtuoso” para Libération, un “gran Carrère” para Le Monde, una “declaración de amor absoluto” para Le Figaro... En cuanto a la nueva obra de Emmanuel Carrère, titulada Kolkhoze (Koljoz, edit. POL) y dedicada a su madre, la académica Hélène Carrère d'Encausse, la lectura de los principales titulares de la prensa se asemeja a esos carteles de películas en los que los servicios de comunicación solo incluyen términos elogiosos.

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